Arqueólogas denuncian el machismo en el sector y se organizan para frenar el acoso

Patricia Reguero

Foto: Bárbara, estudiante de arqueología, lleva siete años trabajando en excavaciones. (Álvaro Minguito)

“Es algo muy corriente y se produce a todos los niveles”, cuenta Bárbara Durán-Bermúdez. Esta estudiante de Arqueología de 23 años explica que las situaciones cotidianas de machismo se repiten en todas las capas: la universidad, los laboratorios, el trabajo de campo. “En los siete años que llevo haciendo excavaciones he ido conociendo cada vez a más mujeres y la historia se repite”, dice.

En su caso, al machismo más sutil, si es que se puede hablar de sutileza cuando un hombre insinúa que una compañera es más débil o que su género la inhabilita para algunas tareas, se unen dos casos de acoso. Uno, cuenta, de un director de excavación contra el que no tuvo opción de emprender ninguna acción, debido a la precariedad del trabajo: la inexistencia de convenios y de sindicatos provoca que una desprotección absoluta en estos casos, explica.

El otro, más reciente, implica a un técnico que acosó también a otra compañera. Y, juntas, decidieron movilizarse. “Hay situaciones que se consideran normales y se toleran en todas las excavaciones: determinados chistes, frases como ‘no te lleno la carretilla porque no vas a poder con ella’, o encargarte el trabajo que se considera más delicado, menos físico”, dice Carla García-Mora Morato, compañera de Bárbara. Pero cuando estos pretendidos micromachismos pasaron a más, algo se removió en ellas.

Una de cada dos mujeres ha vivido una situación de acoso en excavaciones en España según una encuesta apoyada por la sección de arqueología del Colegio de Arqueólogos de Madrid. Los resultados de esta encuesta, que incluyen otros datos como que el 75% de ellas se han producido en excavaciones públicas o que en el 89% de los casos el acoso no tuvo consecuencias para el acosador, se presentarán este viernes en un Congreso en Barcelona.

Algo se mueve entre las arqueólogas, como demuestra también el taller en el Espai Mallorca de Barcelona en el que se propone hablar de acciones para combatir el acoso. O como demuestra la historia de Bárbara y Carla.

PLANTAR CARA AL ACOSADOR

“Tardamos en asimilar lo que había ocurrido”, dice Bárbara. ‘Lo que había ocurrido’ es que un técnico de una excavación, en 2017, sumó a sus habituales comentarios machistas el abuso a varias mujeres. Después hubo mensajes de WhatsApp de madrugada, insinuaciones sexuales, y, en el caso de Carla, abalanzamientos no solicitados en una noche de celebración cuando estaban a punto de terminar los trabajos.

Lo hablaron entre ellas, sabían que había pasado algo. Pero lo dejaron correr. Un año después, cuando ambas vuelven a la misma excavación (“es una excavación que nos gusta mucho”) y se encuentran con que este técnico vuelve a estar en ella, deciden hacer algo.

Arqueólogas trabajando
Un equipo de arqueólogos durante la excavación en el Hospital Clínico de Madrid ÁLVARO MINGUITO

“Convocamos una asamblea no mixta y nos dimos cuenta de que todas la mujeres, voluntarias de España y de EE UU, habíamos pasado por situaciones parecidas”. En cuanto al técnico, hablamos con el director y el equipo técnico y se decidió que, para que estuviéramos todas tranquilas y la excavación fuera un espacio seguro, debía haber consecuencias; es la primera vez que veo algo así”, dice Carla.

SORPRESA: LAS MUJERES SABEN PICAR

Pero esta situación de acoso que provocó la convocatoria de asambleas no mixtas es solo la punta del iceberg. “Cuando hay que ir a picar lo normal es que un hombre piense que es su tarea, aunque nosotras también podamos hacerlo, las mujeres no se sienten legitimadas para asumir algunas tareas”, dice Bárbara. “A veces se trata de comentarios —¡oh, una mujer que sabe picar!— o de situaciones de violencia simbólica —sexualización, miradas si te quitas ropa cuando hace mucho calor—”, explica.

“Hay que ver el contexto: se trata de personas que pasamos mucho tiempo juntas en un espacio muy pequeño, y ahí las relaciones de confianza se generan muy rápido”, dice Carla.

Estas situaciones vienen de más atrás: pese a que en la aulas de Arqueología hay un número significativo de mujeres, éstas escasean cuando se pasa a los laboratorios, donde los jefes suelen ser hombres y donde el trabajo invisible suele recaer en las mujeres (realización de inventarios, dibujo). Y de ahí a las excavaciones.

“Que dos voluntarias se enfrentasen a un técnico yo no lo había visto nunca en una excavación”, dice Carla como muestra de que algo está cambiando. Como ideas para un posible protocolo, proponen consensuar unas directrices que pudieran conocer todo el equipo al empezar el trabajo. “Ahora estamos más hermanadas, hay más sororidad”, dice Carla.

 

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