Casa Corason. Mujeres en la música

Mary Farquharson

Ariles y más ariles, la arpista jarocha Adriana Cao Romero

Foto: Javier Manzola

Me dice la arpista Adriana Cao Romero Alcalá que el son jarocho que ella prefiere es ‘El balajú’. Yo esperaba que me dijera ‘El butaquito,’ porque ella nunca se sienta cuando toca su arpa en público y porque ella es una mujer que siempre ofrece la butaca a otras y a otros, pensando en su comodidad antes que la suya. Como persona y como artista, Adriana es referencia absoluta en la música tradicional de hoy; es una mujer a quien todo el mundo quiere conocer y tratar de cerca.

Pienso que tal vez escogió ‘El balajú’ por tratarse de un barco. Ella dice, “la música es un barco al que yo me subí, gracias a mi padre, al Negro Ojeda, a don Pánfilo Valerio y a amigos que me fueron impulsando… Entonces en ese barco me siento muy abrigada, muy contenta.” Ese barco, que es la música, la ha llevado, entre otros países, a España, Portugal, Sudáfrica, Dubái, Irlanda, Jamaica, Paraguay, Venezuela, Francia, Alemania, Canadá, Turquía y Corea.

Ariles y más ariles

Ariles de mi cantar

La libertad es un río

Un río en busca de mar

El balajú,’ es el son que la remite a su tierra, al puerto de Veracruz, en donde Adriana nació, la quinta de siete mujeres. Su padre invitó a don Pánfilo Valerio a la casa, para darles clases de zapateado a las niñas. Un arpa fue colocada en la sala de la casa, por si una de las hermanas la quería tocar. El maestro bailaba y tocaba su jarana y cantaba, mientras enseñaba el zapateado a las chicas.

La que decidió tocar el arpa fue Adriana. Don Pánfilo le enseñó sus primeros pasos: cómo poner las manos por octavas, cómo mover los dedos. “Me decía ‘ahí tienes tu ‘Siquisiri’, ‘ahí tienes tu guacamaya’”. Los siguientes pasos Adriana los aprendió con el arpista don Nicolás Sosa y después con el gran arpista jarocho, don Andrés Alfonso Vergara.

Adriana logró combinar, desde el principio, su pasión por el arpa con sus estudios académicos que la prepararon como la odontóloga que sigue siendo hasta el día de hoy.

En sus primeros años de arpista, Adriana fue despreciada por algunos de los hombres que dominaban el gremio. Cuando no querían que se subiera al escenario de uno de los primeros Encuentros de Jaraneros en Tlacotalpan, Veracruz, ella no se tumbó. Hubo quien apreciaba el valor de esta joven arpista, como el maestro Andrés Alfonso, y él propuso acompañarla en la jarana y cantar al son de su arpa. Adriana tomó su lugar merecido en Tlacotalpan, escenario muy importante en el resurgimiento del son jarocho y su reforzamiento en los pueblos y rancherías de la región. Su participación fue aplaudida por músicos de referencia, como el historiador Antonio García de León y el mismo Negro Ojeda.

Foto: Francisco García Ranz

En aquellos años, cuando el fandango empezó a conocerse fuera de Veracruz y grupos del sur de Veracruz empezaron a presentarse en importantes foros nacionales, Adriana fue invitada a participar con las más famosas agrupaciones. Tocaba con Zacamandú, Siquisirí, Chuchumbé, Mono Blanco y Son de Madera, entre otras. Más que ser la invitada, Adriana quería formar un grupo propio, que diera espacio e importancia a las mujeres. Ella quería que la belleza del arpa se oyera bien en conversación musical con la jarana. Quería explorar la sensibilidad de las mujeres en el son jarocho, ya que ellas no solían participar en público, más allá del baile.

Cuando Adriana conoció a Raquel Palacios Vega, jaranera y cantante de Boca de San Miguel, en el Municipio de Tlacotalpan, supo que había encontrado la calidad y personalidad musical que buscaba. Raquel, hija y nieta de grandes jaraneros, es la dueña de una voz que no se estudia, sino que se hereda y que nace en los llanos de Veracruz en donde ella, de niña, se vestía en la ropa de su hermano para poder acompañar a los vaqueros en el arreo del ganado.

Poco después de empezar a tocar juntas, en 2007, Adriana y Raquel supieron de un encuentro de mujeres jaraneras en Tuxtepec, Oaxaca, en los límites sureños del son jarocho. Prepararon sones con versos propios y otros con letras poéticas que evitaron el machismo de una parte de la versada tradicional. Lo único que les faltaba era un nombre para el dueto. En el camino hacia el Encuentro, se decidieron por Caña Dulce Caña Brava, el estribillo del son de Patricio Hidalgo, La Caña, que capta muy bien el estilo y personalidad de las dos.

Aunque el Encuentro se había anunciado para jaraneras, las únicas que llegaron fueron Adriana y Raquel. Estaba Ana Zarina Palafox, en la categoría de decimista, y una familia con hijos e hijas músicos; había bailadoras, pero la única propuesta femenina musical fue la de las Cañas. Cantaron versos de presentación, acompañándose en arpa y jarana. Las dos bailaron también y estos pasos firmes ayudaron a que más mujeres tomaran su lugar en el son jarocho. Hoy día hay muchísimas jaraneras y cantantes en la escena jarocha.

Foto: Irene Barajas

Después de un par de años, las dos Cañas decidieron ampliar el grupo, empezaron con mujeres que tocaban el violín y cantaban, hasta encontrar a las integrantes actuales. En la leona – la guitarra grande– está Anna Arismendez, mejor conocida como ‘Ana la Tejana’. Ella, tremenda artista, decidió migrar a México, tierra de sus antepasados, después de participar en un taller de son jarocho en Texas. Violeta Romero, quien toca la jarana primera, la quijada de caballo y cuya zapateado añade una línea percusiva, es originaria de la Ciudad de México, pero con años de estudiar con Los Utrera, en Veracruz, entre otros importantes grupos jarochos. A este cuarteto poderoso, se sumó desde hace poco el excelente requintista y guitarrista, Alonso Borja. A veces las cuatro o los cinco invitan a la decimista Evelin Acosta a improvisar y declamar versos durante sus presentaciones.

Con este formato, Adriana toca su arpa en foros muy grandes y pequeños, siempre con la misma pasión. La toca en el Auditorio Nacional o en el Zócalo, igualmente en el Centro Cultural Raíces y el Foro El Tejedor. La ha tocado en el Estadio Azteca y en Palacio de Bellas Artes. Cada concierto es un agasajo de música que te deja con ganas de más. Las jaranas hablan entre sí y el requinto juega con el arpa. La voz de Raquel sabe a Veracruz, a los ranchos de la costa. El conjunto de cuerdas, baile y voces te levanta el ánimo, siempre.

(Para este ‘Balajú’, Adriana fue acompañada por el violinista Ulises Martínez, Nueva York 2022)

El sonido que crea Caña Dulce Caña Brava no busca competir con él de los grupos de hombres, sino que es orgullosamente diferente. Hay una delicadeza en la interpretación, pero hay mucha energía. Tal vez los instrumentos no se tocan con la misma fuerza, pero la sensibilidad de las Cañas es poderosa, alegre y contagiosa.

En unos días, el 2 de febrero, Adriana saldrá de su consultorio— con sus paredes tapizadas con dibujos de niños con dientes blancos y arreglados– y emprenderá su viaje a Tlacotalpan con su amiga chicana, Marisoul, cantante y fundadora de La Santa Cecilia. Adriana participará en una charla organizada por el grupo La Surada sobre las mujeres pioneras en el son jarocho. Seguramente, tocará su arpa en los fandangos de Tlacotalpan, acompañada por la poderosa voz de La Marisoul. El público de este Encuentro ya está acostumbrado a propuestas nuevas y sobre todo a las de Adriana, la arpista que se atrevía a subir a este escenario cuando se esperaba a que las mujeres se quedaran en el baile y en la cocina.

Mary Farquharson

Primero como periodista y más tarde como investigadora y promotora cultural, Mary Farquharson ha luchado por alumbrar el camino de mujeres en la música. Su lucha no es nada, sin embargo, al lado de las de las mismas artistas, quienes hablan con ella del auge actual de mujeres en los escenarios en México y el viaje nada fácil de realizar sus sueños. Mary es la co-autora, con Eduardo Llerenas, de la columna, ‘El vocho blanco’. Con la muerte de Eduardo el coche se paró, pero Casa Corason sigue hospedando a muchos músicos, especialmente a mujeres.

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