Argentina. Rastros y restos del movimiento piquetero

Raúl Zibechi

Fotos: Raúl Zibechi

Los grandes movimientos dejan siempre huellas, a veces incluso senderos que pueden ser recorridos tiempo después por más caminantes. La energía colectiva que aparece en las marejadas que sacuden de abajo arriba nuestras sociedades, se transforman y dejan en la memoria de los pueblos marcas indelebles, sentidos comunes que conforman los modos de las dignidades de las generaciones posteriores.

Pero no se limitan a repetir, mecánicamente, lo hecho por las anteriores agitaciones sino que incorporan nuevos materiales que han aparecido entre las sucesivas conmociones. Se incorporan y legitiman prácticas de la mano de jóvenes, mujeres, disidencias sexuales y colores de piel, o sea aquellas que el patriarcado y el colonialismo intentó inútilmente apartar los escenarios colectivos.

A lo largo de nuestras historias, las montoneras que combatieron del lado de las independencias dieron paso, décadas después, al movimiento obrero que portaba modos mestizos entre la herencia europea y las tradiciones locales. En Argentina, ese movimiento generó extensas e intensas sublevaciones: desde la Semana Trágica en 1919 hasta la insurrección del 17 de Octubre de 1945. Para convertirse en la segunda mitad del siglo XX en el movimiento obrero más potente del mundo occidental: dos Cordobazos (1969 y 1971), dos Rosariazos (1969) y una decena larga de puebladas que movilizaron a la clase trabajadora para desembocar en las jornadas de junio y julio de 1975 que destituyeron al jefe de la terrorista Triple A, José López Rega.

Ese movimiento sólo pudo ser frenado con un terrorismo de Estado que apuntó al corazón del movimiento obrero, las grandes fábricas de los cinturones industriales, algunas de las cuales fueron intervenidas por la alianza militar-patronal instalando cuarteles en sus dependencias para detener y torturar trabajadores. Del sendero trazado por esa clase surgió un potente movimiento contra las desapariciones protagonizado por Madres y Abuelas.

Cuando el neoliberalismo menemista de los 90 completó la destrucción fabril y de empresas estatales iniciada por la dictadura, cientos de miles de desocupados se organizaron en un movimiento inédito en sus territorios dando vida a lo que conocimos como piqueteros. Fue un movimiento creativo y destituyente, capaz de reinventar trabajo por fuera del Estado y de los patrones, y pudo echar abajo al gobierno de Fernando de la Rúa en el ciclo de luchas más importante desde la década de 1970.

Correspondió al progresismo la tarea de contrainsurgencia social con métodos diferentes a los de Videla: planes sociales y programas estatales territoriales para desorganizar colectivos de base y enganchar referentes en instituciones. Con esos políticas el Estado consiguió fomentar jerarquías internas en los movimientos y sujetarlos a su agenda y sus modos, neutralizando toda pretensión de autonomía.

Aquel movimiento se fragmentó y se estatizó, formando parte del entramado kirchnerista con diversas intensidades que varían entre la adhesión abierta y la adhesión resignada. Pero el ciclo piquetero no sucedió sin dejar huellas, sin permitir incluso que algunas de sus diversas partes siguiera latiendo en alguna intencionalidad emancipadora.

La Cooperativa de Producción Agroecológica (COPA) y el Barrio Comunitario Norita Cortiñas, en la localidad de Guernica cerca de donde se realizó la mayor toma de tierras en décadas, forman parte de estos “rastros y restos”.

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Mirando hacia el sur no se ven más que matorrales y tierras solitarias. Hacia el norte, en dirección de la capital, asoman algunas viviendas dispersas y precarias. Estamos en los límites entre Guernica (la pequeña ciudad cabecera del partido Presidente Perón) en el sur del conurbano bonaerense, región de históricas luchas y espacios donde los MTD (Movimientos de Trabajadores Desocupados) habían marcado la diferencia con otros colectivos piqueteros, por su tensión horizontal y autónoma.

La hectárea que ocupa la COPA está situada, además, a sólo tres kilómetros del fin de la autopista Presidente Perón, estratégica para las clases dominantes porque cuando esté finalizada unirá La Plata con el acceso oeste de Buenos Aires, conformando el tercer anillo de circunvalación del área metropolitana que atravesará 15 municipios con 83 kilómetros, cerrando un nuevo círculo sobre una ciudad de 13 millones de habitantes. Los casi 40 kilómetros ya habilitados, atraviesan una nueva camada de barrios privados entre Ezeiza y Guernica, muchos de ellos en construcción.

Esta es una de las principales razones por las cuales la toma de tierras en Guernica fue violentamente desalojada. Recordemos: el lunes 20 de julio de 2020 unas 2.000 familias, alrededor de 10.000 personas y 3.000 niñas y niños, ocuparon un predio de cien hectáreas en el distrito Presidente Perón, a 37 kilómetros del centro de Buenos Aires. En octubre fueron desalojadas por cuatro mil efectivos armados enviados por el gobernador progresista Axel Kicillof.

Comenzamos la recorrida y la ronda en el galpón de la COPA donde se hacen las reuniones, se almuerza y cocina: Julián, Romina, Fabiana, Luna, Paula y una cantidad de nombres imposible de recordar. Son unas 15 en la ronda, abrumadora mayoría de mujeres jóvenes, algunas técnicas agrarias, pero dicen que en el predio participan unas 60 personas que llegan al centenar si se incluyen las del segundo espacio, a poca distancia.

Recuerdan que el trabajo barrial comenzó hace unos doce años en contra de las fumigaciones y promoviendo huertas agroecológicas que aportaban alimentos a las ollas populares y también repartían semillas entre los vecinos.

La recorrida la comienzan Romina y Luna con el primero de los seis espacios: el “caracol medicinal”, donde cultivan plantas medicinales que van formando un espiral. “Aquí la tierra está muy erosionada por el viento y la sequía, por eso decidimos dejar algunos manchones de pastizal aunque parezca un poco desprolijo, para que se recupera el suelo y aportarle materia orgánica a las camas donde cultivamos”. Elaboran un abono orgánico de nombre “bocashi” (de origen japonés) en base a melaza, levadura, minerales y bosta que está listo en sólo en quince días.

En el centro del caracol hay un pequeño estanque que sirve para regar las plantas, que se reparten en el espacio según la cantidad de agua que necesitan: romero, lavanda, consuelda para los dolores musculares, carqueja, salvia y una lista muy larga. Los perfumes y aromas se van entrecruzando, mientras revolotean abejas atraídas por las flores brotadas en esta fría primavera.

En el predio destacan algunos árboles nativos como anacahuitas y pitangas que desafían a las hormigas, el principal predador que enfrentan. Nos detenemos en algunos cultivos probando verduras de diversos sabores. “Este sector se llama Berta, por Berta Cáceres”, dice Romina frente a varias huertas donde sobresalen lechugas y remolachas. Cada cierta distancia aparecen composteras donde depositan los residuos orgánicos.

Señalando un pastizal, insisten en que es el modo de evitar que avance la erosión, en una región donde la tierra es poco fértil y la capa de humus es muy fina. Nos enseñan dos viviendas donde duermen por turnos las personas que cuidan el predio, en tanto las demás llegan a diario a trabajar tocando a cada persona dos jornadas semanales.

Los integrantes de COPA no son ocupantes sino que compraron la tierra colectivamente. Definen a la cooperativa como “autónoma, autogestiva y horizontal, sin parrones”. Todos y todas reciben programas sociales que ponen en común, “como se hacía al comienzo del movimiento piquetero”, recuerda Julián quien participó en los MTD de la zona sur, entre los que destacaron Solano, Lanús y Glew, conformando el sector más autónomo del movimiento.

Romina enseña cultivos de centeno que se levantan por lo menos un metro. “Es el abono verde que también sirve para enriquecer el suelo y luego recuperamos las semillas para el próximo año”, explica Nati. Julián agrega que “cuando llegamos el terreno la tierra estaba seca y agrietada porque sacaban la mejor para construir ladrillos y el suelo estaba más bajo que los demás predios”. El resultado es que el predio se inunda con las grandes lluvias invernales, por eso dejan espacios con pastizales para que escurra el agua y cavan zanjas para el desagüe.

El invernadero es enorme, de diez por diez metros aproximadamente, y es el corazón productivo de la cooperativa. Destacan los tomates “chocolate” que sostienen con cuerdas de tela para evitar los plásticos y “no lastimar la planta”, prosigue Luna. Lo construyeron gracias a un proyecto del INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria), y realizan todo el proceso: con las semillas hacen plantines que luego trasplantan al invernadero.

Siembran caléndulas que atraen a los pulgones y de ese modo no afectan a los demás cultivos. Cultivan todas las verduras imaginables en este clima, desde lechuga morada y espinacas hasta zanahorias y remolachas, y destacan que controlan las plagas de modo manual, con purines que ellas elaboran y jabones. También utilizan depredadores naturales que se desarrollan en el mismo predio.

Luego recorremos un segundo vivero donde crecen árboles nativos que suelen vender, y el espacio dedicado a las semillas ya que no las compran sino que dejan “semillar” sus cultivos para recogerlas. La casa de las semillas luce repleta de maíces multicolores colgados en proceso de secado. Finalmente, más de 30 colmenas conforman el apiario, de las cuales extraen 350 kilos de miel cada año. Muy cerca el gallinero enfrenta el acoso de perros y lagartos.

Debieron hacer una perforación de 70 metros para conseguir agua de calidad porque las dos primeras napas están contaminadas. Uno de sus objetivos políticos consiste en tejer redes con productores agroecológicos y productores locales y mantienen estrechas relaciones con el movimiento de los pueblos fumigados.

La COPA es también un “semillero social”, ya que las personas que transitan por este espacio pueden ser semillas en otros lugares, relacionándose de otros modos con el entorno y las personas, reproduciendo los modos del movimiento y multiplicando la organización.

En suma, han recuperado algunas características del primer movimiento piquetero que nació en la década de 1990, durante la etapa privatizadora del neoliberalismo. Recibir planes sociales y ponerlos en común para sostener el emprendimiento, de modo que la asamblea decida el destino del dinero, ya no es algo común en los movimientos. Por el contrario, las organizaciones afines al Estado y el gobierno tienen características muy diferentes: los programas los reparte una persona, el “puntero” (caudillo local), que realiza un reparto individualizado sin pasar por asambleas en tanto los beneficiarios son receptores pasivos. Esto garantiza la dependencia y la despolitización colectivas.

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El 20 de junio de este año electoral se inauguró el Barrio Comunitario Norita Cortiñas, a veinte cuadras de la COPA y muy cerca del centro de Guernica. Son 60 familias que habían participado de la gran ocupación de 2020 y se mantuvieron organizadas en la Asamblea por Tierra y Vivienda de la zona sur. Y es también el fruto del empeño de varias organizaciones, el Frente de Organizaciones en Lucha (FOL), la COPA y la corriente Marabunta, espacio que reúne a varios colectivos.

La construcción del viviendas está dando sus primeros pasos con mingas o trabajo solidario que acuerdan en las asambleas semanales. No sólo se trata de levantar viviendas sino de crear espacios colectivos para otros modos de vivir en base a la solidaridad, el apoyo mutuo y el feminismo, lo que supone atender la educación, la recreación, las plazas y centros culturales.

Mientras el gobierno progresista dedica amplios terrenos a clubes de campo y barrios privados a los que sólo tienen acceso los más privilegiados, “la vía de autogestión permitió a través de mecanismos de apoyo mutuo, ahorros propios de los compañerxs y recursos de las organizaciones sociales acceder a la compra de dos hectáreas, que le solucionan la situación a casi 60 familias del conurbano”, señala el FOL. Es la concreción a pequeña escala de lo que no pudo lograrse con la toma de cien hectáreas por dos mil familias en 2020 y es también un triunfo sobre la especulación inmobiliaria.

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