Argentina: la infancia y el hambre que no cesa

Claudia Rafael

Por cinco minutos tal vez, las dos nenas de 3 y 7 años y el hermanito de 4, fueron parte de la fotografía mediática. Los vecinos marcaron el 911 en el barrio Sargento Cabral de Santa Fe para denunciar que en ese preciso momento de la historia estaban hurgando en basuras ajenas para saciar por un ratito el hambre ancestral que les acompaña los días. “Desabrigados y comiendo desperdicios”, describe el diario Uno, de la ciudad. Que desgrana que respondieron –seguramente la nena de 7- que “estamos comiendo, tenemos hambre” ante la pregunta policial.

Cuentan que alguna vez, el Che dijo que los muros más poderosos se desmoronan por sus fisuras. Aunque el hambre, ese fenómeno que la humanidad lleva adosada como plaga social autocreada –una de las hipótesis de Josué de Castro 74 años atrás- no muestra fisura alguna. Ha atravesado gobiernos de diferentes colores y la transversalidad de un modelo enraizado en un capitalismo camaleónico sigue hallando entre desechos y olvidos a niñas y niños que hurgan para sobrevivir.

Los diarios dan cuenta de que las finanzas santafesinas registraron durante el año 2020 un superávit de 18.050 millones de pesos. Y que casi una veintena de empresas exportadoras de la misma provincia venden juntas casi el triple del valor del presupuesto de esa geografía. Pero como una síntesis que desmorona a la condición humana de todo sentido vital, dos nenas de 3 y 7 más el hermanito de 4 comen de las sobras acumuladas en la calle. Entre el frío y la desidia de un Estado que descubrió, repentinamente, en el corazón de un barrio de la capital de provincia, que ellas y ellos son. Que existen. Niñas y niños que no tienen hambre sino que son la fotografía misma del hambre. Hijas e hijos del eslabón pandémico de la historia. Símbolo doloroso de aquellos nadies perpetuos de los que hablaba Galeano.

En un país de contradicciones donde seis apellidos de billonarios argentinos 2021 que figuran en la lista Forbes de los más ricos suman US$ 19.000 millones de patrimonio personal.

El hambre no tiene sonido ni color. Se mueve entre los silencios y los grises que reptan. El hambre hunde en el olvido a quienes como un tabú impronunciable lo portan en sus espaldas. Un hambre feroz que no cesa ni se agota. Que atraviesa a madres e hijas. A los hijos de los hijos de una historia cimentada por nuevos holocaustos que se escribieron bajo otras modalidades y suenan desde otros pentagramas.

Habrá que hallar, bajo los escombros, las fisuras que los desmoronen.

Publicado originalmente en Pelota de trapo

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