Con el triunfo de Javier Milei se cierra un ciclo de la política argentina, el que se abrió en diciembre de 2001 con la insurrección popular que derribó al gobierno de Fernando de la Rúa y sus políticas neoliberales sin anestesia. La dirigencia que ocupará la administración del Estado tendrá las manos más libres para desmantelar políticas sociales y reprimir a quienes resistan.
Las organizaciones populares que durante estos años se construyeron en torno a planes sociales que ellas misma distribuían entre sus bases tampoco podrán seguir transitando el mismo deslegitimado camino. Al contrario de lo que muchos progresistas piensan, las y los de abajo dejarán de ser rehenes de punteros que, al repartir migajas, también controlaban sus pasos.
Para el sector autónomo de la sociedad, curtido en la resistencia tanto a conservadores y como a progresistas, se abre la ancha alameda de la resistencia que estará poblada por nuevas camadas que necesitan resistir para sobrevivir. Es el único sector que puede hacer autocrítica de lo que le ha faltado en las dos últimas décadas, ya que los progresistas no pueden más que culpar al pueblo por haber “votado mal”, porque están convencidos que nunca se equivocan.
Estamos además ante las revanchas: de los machos temerosos del avance de las mujeres; de los milicos violadores que encuentran su oportunidad; del capital que sueña con aplastar resistencias. Por eso necesitamos espacios autónomos donde podamos ser lo que somos, y defenderlos en colectivo de esas amenazas.
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El escenario global y regional no permite hacerse la menor ilusión sobre ninguna posible tregua en la ofensiva/tormenta del arriba contra los abajos. El capital financiero y su acumulación por despojo, no hacen más que intensificarse con más y más proyectos de muerte. Las guerras, la depredación y la muerte ya no se divisan en el horizonte porque se han convertido en la cotidianeidad de las niñas y niños de nuestros pueblos.
Lo que está en juego no es ni más ni menos que la vida, ya que el proyecto del 1% consiste en crear una Franja de Gaza global –integrada por favelas, villas miseria, barriadas y callampas- donde amontonarnos como población sobrante y controlarnos a punta de fusil. Un gran campo de concentración globalizado. Una política que vienen perfeccionando desde hace casi un siglo, primero en las colonias como Argelia y Vietnam, con sus “aldeas estratégicas” o campos de concentración para “quitarle el agua” al pez de las guerrillas y, luego, progresivamente, en todos los mundos de abajo.
Gaza es el horizonte y la inspiración de las clases dominantes durante esta etapa de despojo, que les permita despejar territorios para convertir la vida en mercancías. Por eso la militarización, el paramilitarismo y el narcotráfico se despliegan contra los pueblos, para fomentar las migraciones y el abandono de los campos. No podemos hacernos la menor ilusión en los proyectos políticos electorales y estatistas, porque van a seguir impulsado este proyecto de encierro y muerte con nuevos y más sofisticados métodos, como lo demuestran todos los procesos progresistas. Confiar en los derechos que nos otorgan, sin construir poder de abajo, es tanto como meternos en un callejón.
Por eso, disputar en el terreno electoral es hacerle el juego al proyecto de dominación de arriba. Sólo la resistencia puede impedir que nos encierren en campos a cielo abierto y abrir la esperanza de un mundo nuevo.
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Cada vez tenemos menos educación y peor salud, la calidad de nuestra alimentación se ha derrumbado, la vivienda digna y el empleo quedan cada vez más lejos. La vida cotidiana de los pueblos se ha degradado a niveles nunca imaginados, al punto que generaciones enteras no van a tener pensiones de ningún tipo y su esperanza de vida no hace más que acortarse.
No tiene sentido seguir reclamando al Estado por educación, salud, trabajo y vivienda porque ya no les importa. Sólo piensan en acumular riqueza y poder. No sólo no nos necesitan para explotarnos en inexistentes fábricas, sino que tampoco nos quieren como consumidores de objetos de poco valor.
Todo lo que necesitamos para la vida debemos construirlo con nuestras manos. Nada podemos esperar de arriba, del Estado ni de las empresas. Se trata de tomar otro camino, el de la construcción de autonomía con dignidad.
Un compa de la favela Timbau en Rio de Janeiro, al que pregunté sobre los resultados del gobierno de Bolsonaro, escribe: “Quien no construye poder popular cuando gobierna la centro izquierda, por obvias razones tiene miedo cuando llega un gobierno contra el cual es preciso luchar”.
El problema principal, dice Timo, es “la complementación entre los gobiernos de centro izquierda que destruyen los movimientos y los de derecha que destruyen la cara social del Estado. Una combinación perfecta”.
Una de las reflexiones que resulta urgente, consiste en desmontar la supuesta oposición progresistas-conservadores o, si se prefiere, derecha-izquierda. Ambas sirven al mismo modelo de despojo. Ambas defienden la militarización de nuestras vidas.
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En el camino que necesitamos recorrer, el zapatismo es una inspiración necesaria. No un modelo a copiar. Si bien miramos, nuestro continente está tapizado de resistencias y autonomías, todas diferentes, ancladas en modos y maneras diversos. Todas le apuestan a la vida y entienden que no hay otro camino.
Cada sector de la sociedad, cada pueblo, cada barrio y cada experiencia colectiva lo hará a su modo, con sus tiempos y en base a su historia. Nadie construye lo nuevo de un día para el otro. Esto demanda mucho tiempo, por eso debemos mirar lejos, superar los tiempos cortos de los partidos y del Estado, pensando en las generaciones que vienen y no en las urgencias que nos comen.
Las Madres de Plaza de Mayo nos enseñaron que se puede enfrentar incluso al enemigo más feroz, y que podemos derrotarlo si ponemos el cuerpo con decisión y sin miedo. Esa enseñanza es un tesoro que guardamos en nuestros corazones. Ahora toca aprender a construir el mundo que nos niegan los de arriba. Para eso no hay recetas ni manuales, se trata de organizarnos para caminar en colectivo. Lo demás, lo iremos aprendiendo.
Excelente análisis. Pensar la resistencia.
Me parece muy acertado el análisis, al que le agregaría que en nuestro ejemplo eleccionario pasado, muchos jóvenes y no tan jóvenes, pero de una franja social empobrecida, han votado por el mal mayor para que sepamos los demás lo que es comer salteado, lo que es ser usado y ninguneado, y llama la atención que no ha habiodo ningun festejo popular, pese a tener 14 millones de votantes la formula ganadora, lo cual a mi modesto entender dice que, mucho de este voto es culposo, se ha hecho pensando que no ganaría pero le metería miedo al actual gobierno y podría ser que se interesen en conquistar a estos votantes que están descreídos de todos, luego ese voto joven de rebeldía del rompamos todo, luego el voto odiador, fascista, anti popular, y cuasi nazi. Ninguno de estos votantes fué capaz de armar una gran caravana, y tampoco creo que esto se produzca, porque en sus fueros íntimos todos saben que lo que se viene es mucho peor de lo que había…