Aprendiendo a hacer música y a cambiar el mundo

Javier Rodríguez

Foto: Francis Tang

El primer conservatorio de música de España se fundó en 1830 en Madrid, junto a Atocha. Allí un puñado de futuros músicos se preparan cada año para un mundo, tanto en la música como en el resto de la sociedad, cada vez más competitivo e individualista. La técnica y la disciplina marcan su agenda.

A tan solo unos metros, en el barrio de Lavapiés, el proyecto músico-social DaLaNota ofrece clases a alrededor de 80 niños de entre 6 y 17 años, con un modelo educativo radicalmente opuesto en concepto y proyección. “Nosotros ofrecemos una visión mucho más abierta de la música, desde su repertorio multicultural, moderno y variado, hasta su metodología”, cuenta a El Salto Aldara Velasco, coordinadora del programa. “Por un lado, se trabaja la técnica de los instrumentos o la orquesta de una forma parecida, pero el contexto es muy diferente. Más que una escuela de música es una escuela de vida, aunque si nuestros alumnos o alumnas quieren en algún momento convertirse en profesionales tendrán las herramientas técnicas para conseguirlo”.

Desde 2015, un grupo de profesionales de la música y del área psicosocial empezaron a construir un proyecto piloto que perseguía ampliar los límites de sus propios conocimientos y proyectarlos hacia nuevas generaciones de músicos a través de la educación. “Todas las personas éramos diferentes, pero con una misma certeza: la música como herramienta de transformación personal y social, como lugar de encuentro intercultural e intergeneracional, como vía de transgresión y de rebeldía ante una sociedad individualista”, apunta Marga Gutiérrez, psicóloga del equipo psicosocial. En definitiva, “una vía de aprendizaje de la tolerancia, el respeto y la paciencia”.

Tres años después de su lanzamiento, el proyecto, mejorado y ampliado, forma ya parte del tejido cultural de la ciudad. Programa varios eventos al mes y está abierto a colaboraciones con muchos otros proyectos que caminan en la misma dirección: utilizan las expresiones artísticas como motor de cambio social.

Una de las claves que proponen para conseguir tal objetivo consiste en dejar espacio de acción y decisión a los propios alumnos. La comunicación entre ellos —y entre familiares y profesores— es tarea diaria y por eso tienen una asamblea cada día en la que tratar y decidir cuestiones que les afectan directamente. Además, todas las clases son grupales, desde la de música hasta la de teatro, danza y coro, porque, explica Aldara, “así se trabajan la autonomía y el sentimiento de grupo constantemente. Los niños y niñas tienen que ayudar a sus compañeros, tienen que colocar el espacio ellos mismos, dirigir las asambleas, tomar sus propias decisiones”.

La rama psicosocial, siempre paralela a la educación musical, incide en una formación que trabaja “a nivel social, para que la infancia y adolescencia sean tenidas en cuenta en su comunidad y puedan tener canales reales de participación, pero también para que se conviertan en un activo cultural de su comunidad”, aclara Marga.

Otro de los factores a tener en cuenta, puesto que las plazas son limitadas y gratuitas, es la selección del alumnado. Entre los beneficiarios de DaLaNota, el 80% son niños y niñas en riesgo de exclusión social, y, según Marga, “los criterios de selección siguen un cuidadoso estudio de la situación personal y familiar del participante, su nivel de motivación y disponibilidad para involucrarse en el programa”.

La asistencia es diaria e intensiva y en algunos casos esto supone uno de los retos constantes a los que se enfrenta el programa, ya que, junto con las posibles dificultades de conciliación familiar, está la alta carga escolar. Desde 2016, para saltar este obstáculo, han creado un aula de estudio complementario en la que diez personas, de perfil diverso y vinculadas a la docencia, ofrecen un espacio de apoyo escolar para los alumnos y alumnas que lo necesiten.

En un plano más panorámico, DaLaNota desarrolla de forma local un proyecto mucho más ambicioso: está integrado en la plataforma REDOMI (Red de Organizaciones Musicosociales), que consiste en una asociación de profesionales de la música, la danza, el teatro y el área psicosocial que trabajan en organizaciones musicosociales de todo el mundo. Otro de los proyectos de esta plataforma son las Vacaciones Artísticas Solidarias (V.A.S.), en las que algunos de aquellos profesionales realizan durante el verano programas de intercambio en América Latina y África.

El modelo educativo de estos proyectos musicosociales consiste en la construcción de una alternativa al sistema educativo, más concretamente el dirigido a las enseñanzas artísticas regladas. Sus participantes, protagonistas activos de su propia formación, obtienen una mejora en las habilidades —a nivel individual y como parte de una comunidad— para gestionar situaciones conflictivas en su día a día, desde la fruición hasta la frustración. El currículum a nivel estatal y autonómico “ya no tiene Música como asignatura obligatoria en primaria y secundaria, y ésta es fundamental para el aprendizaje de todo lo que se necesita para estar preparados para la vida y prevenir el fracaso escolar”, concluye Marga.

 

Este material se comparte con autorización de El Salto

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