Aprender esperanza

Mitzi Elizabeth Robles Rodríguez / GIASF*

Me agito. Desde muy pronto se busca algo. 

Se pide siempre algo, se grita. No se tiene lo que se quiere.

Ernst Bloch

Entre las personas que buscan a un ser querido —que fue– desaparecido, lo común es la esperanza. Ese territorio simbólico construido y compartido colectivamente. Un espacio que escapa a cualquier formulación trivial, en el que subyacen más preguntas que respuestas y se revela reiteradamente la paradoja de un dolor propio insondable que, sin embargo, se comparte. Porque, además de las cifras mínimas reconocidas, la dimensión de la catástrofe de la desaparición se  calcula por la cantidad de veces en las que quienes buscan confirman, al conocer otras historias similares a las propias, que la desaparición de un familiar es una experiencia que se replica en la vida de miles de personas. 

De esta manera, en medio de la soledad subjetiva, del sentimiento de impotencia y de la vulnerabilidad exacerbada por los contextos de violencia e impunidad, emergen épocas de reiterada afirmación de la esperanza: en los cumpleaños de la persona que busca o que es buscada; en las fechas que rememoran las desapariciones y que obligan a contar los días, las semanas, los meses y los años. O en las prácticas cotidianas —políticas y de memoria– que tienden a dar cuenta de los daños. Ahí, lo común es evocar la esperanza a través de la potencia de la palabra: “Le encontraremos pronto”. Aunque no se trate únicamente del ser querido propio, en el decreto simbólico y en la reivindicación de la capacidad de búsqueda de otras personas, al igual que en el anhelo de su reencuentro, quien evoca ese lugar común traza sobre el orden de la posibilidad un tiempo que se sabe venidero. 

La búsqueda de una persona puede concebirse o idearse de tantas formas. Aunque el camino parece incalculable, para quienes buscan no hay forma de negar la posibilidad de llegar en algún instante a su fin. Para las familias buscadoras, el tiempo presente es el tiempo de la búsqueda, de tal manera que el “ayer” y el “mañana” son resignificados constantemente desde esta ominosa experiencia. Sin embargo, la esperanza anuncia un porvenir. 

El filósofo alemán Ernst Bloch dice que la esperanza (la espera) es, en cierto sentido, la formación de una intención sobre algo que no ha llegado a ser, por lo tanto, es  afecto y, a la vez, trabajo. En este sentido, la esperanza tiene una función que consiste en la construcción de un futuro que está mediado, por decirlo de alguna manera, por procesos activos que dan cuenta del devenir de quienes actúan sobre éste. Es decir, sobre algo que tiene la posibilidad de llegar a ser.  Desde nuestro sentir, esta manera de entender la esperanza ofrece un sentido renovado de la espera por la que se proclama el deseo de encontrar al ser amado pronto: “Se trata de aprender la esperanza —dice Bloch. La esperanza, situada sobre el miedo, no es pasiva como éste, ni menos aún, está encerrada en un anonadamiento.” [1]

Cada palabra que anuncia un porvenir distinto al de esta época —la época de la desaparición— implica una acción. Decir “le encontraremos” es, al mismo tiempo, la gestación y continuación de la búsqueda, es una forma de activar la esperanza a pesar de todo. Como hemos dicho, para Bloch, la esperanza consiste en el desarrollo de un trabajo que está contra el miedo y, por tanto, contra quienes lo producen, de tal manera que “la esperanza no permite conformarse con lo malo existente, es decir, no permite la renuncia”.[2] Esto quiere decir que mantiene la voluntad dirigida hacia aquello que quiere encontrarse. Desde esta mirada, la búsqueda de personas representa la materialización de la esperanza, de ese porvenir ya anunciado. 

En tiempos de incertidumbre, como el que vivimos, atestiguar la organización de decenas de miles de personas para buscar, nombrar y recordar a quien por alguna razón un día no volvió a casa, nos ayuda a dimensionar la potencia de dicha esperanza. En un país como éste, que ha devenido en tierra fértil para las desapariciones, comprendemos que una de las batallas más duras que enfrentan las personas buscadoras es la que se propone desarticular la cosificación y el ocultamiento sistemático de los cuerpos y con ello, contestar a la indiferencia institucional, el silenciamiento social, la soledad y el olvido. 

Todos los días las familias en búsqueda salen con la conciencia del porvenir y con el saber de la esperanza. Ellas remueven los suelos y, sin embargo, tampoco dejan de mirar el cielo: las familias de personas desaparecidas van al encuentro de la vida entera o sus vestigios, porque abrir la tierra, como hemos escuchado decirles, también es una forma de descartar que están ahí las personas que son buscadas. 

De esta manera, también niegan la simplificación de las cifras porque entienden aquello que algún día escribió Pilar Calveiro: quienes buscan saben que en algún momento “las cifras dejan de tener una significación humana”[3] y se transforman sólo en una cuestión de estadística y no de experiencias compartidas que deben ser comprendidas y de existencias que han de ser reclamadas. 

Por eso resulta tan importante “aprender esperanza”[4], anunciar la transformación de un tiempo por el que la búsqueda es en sí una manera de transformar el horror que puebla este mundo.

* * * 

*Mitzi Elizabeth Robles Rodríguez es filósofa. Actualmente es integrante del colectivo Hasta Encontrarles CDMX y colabora con el Grupo de Investigaciones en Antropología Social y Forense (GIASF).

*El Grupo de Investigaciones en Antropología Social y Forense (GIASF) es un equipo interdisciplinario comprometido con la producción de conocimiento social y políticamente relevante en torno a la desaparición forzada de personas en México. En esta columna, Con-ciencia, participan miembros del Comité Investigador y estudiantes asociados a los proyectos del Grupo (Ver más: www.giasf.org)

La opinión vertida en esta columna es responsabilidad de quien la escribe. No necesariamente refleja la posición de adondevanlosdesaparecidos.org o de las personas que integran el GIASF.

Foto principal: Familiares que buscan a sus desaparecidos y personas solidarias comparten un momento de autocuidado al trenzarse el cabello previo a realizar una búsqueda en campo. Crédito: Lucía Flores.

Referencias:

[1] Bloch, Ernst. (2004) El principio esperanza [1]. Madrid: Trotta, p. 25.

[2]  Ibid., p. 26.

[3]  Calveiro, Pilar. (2006) Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina. Buenos Aires: Colihue, p. 30.

[4]  Bloch, Ernst. op. cit., p. 25.

Publicado originalmente en A dónde van los desaparecidos

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