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Antimonumento 68, primera escultura que interpela al ejército en el zócalo de la Ciudad de México, a contracorriente de la memoria embalsamada

Gloria Muñoz Ramírez

Ciudad de México | Desinformémonos. Llegó camuflajeado dentro de una enorme cabeza de Gustavo Díaz Ordaz, responsable de la matanza estudiantil del 2 de octubre de 1968. A bordo de una camioneta roja se filtró entre la multitudinaria marcha que partió de la Plaza de Las Tres Culturas de Tlatelolco con destino al zócalo capitalino, a donde entró por la calle Cinco de Mayo, rodeado de cientos de personas que se detuvieron en la jardinera que está justo entre la calle Madero y la Plaza de la Constitución. De inmediato, intempestivamente, organizaron un operativo para bajar la enorme piñata y descubrir dentro de ella el Antimonumento 68, una escultura de seis piezas con la paloma del Comité de Huelga en blanco, y las consignas precisas: “1968. 2 de octubre no se olvida. Fue el Ejército. Fue el Estado”.

No es un monumento oficial que enarbole la memoria arrebatada. Realizado de manera anónima y colocado por un ejército de activistas bien coordinados, el Antimonumento 68 representa a los de abajo, a los no invitados, a los de hace 50 años y a los protagonistas de las luchas de hoy.

En cuestión de minutos un grupo de personas rodearon la jardinera y la cubrieron con plásticos negros, para cubrir a otro grupo que quitaba masetas y con palas y picos hacía la excavación pertinente. Otros preparaban la mezcla de cemento, y otros más acomodaban la figura ante el registro de decenas de cámaras. Cientos de estudiantes de las diferentes normales de Ayotzinapa y padres y madres de los 43 normalistas desaparecidos, los ejidatarios de Atenco al grito de “Tierras sí, Aviones no”, activistas de las redes de apoyo a Marichuy, entre muchos otros, rodearon la instalación mientras coreaban sus consignas. Al fondo se escuchaban los discursos organizados en el templete principal, frente a Palacio Nacional. Eran dos actos simultáneos.

Una hora se tardaron en colocarlo. Se cuenta del 1 al 43, se escuchan el cruce de machetes machetes y entre consigna y consigna se le ofrece la palabra al historiador y luchador Alberto Híjar, hombre de izquierda de los de antes, consecuente y verdadero. “A 50 años de la matanza de Tlatelolco, nosotros optamos por la memoria viva”, dice, pues “conmemorar y honrar al movimiento estudiantil y social de 1968 exige continuar la lucha por las libertades democráticas”.

Híjar, cabeza del colectivo que lleva su nombre, lee el manifiesto del Antimonumento. “Ni memoria embalsamada ni héroes de bronce, la memoria histórica convoca a superar la añoranza estéril para dar lugar a señales y símbolos que hagan evidente la relación entre el pasado, el presente de lucha y el futuro deseado. A ello responde este antimonumento al 68 en el Zócalo de la Ciudad de México”.

Las demandas de 1968, advierte, “siguen vigentes y con este antimonumento se señalan responsabilidades y se reitera que nuestra lucha no claudicará jamás, hasta que haya verdad y hasta que haya justicia”.

Le sigue en la palabra el poeta David Roura, integrante del Comité 68, quien deja claro que éste “es un monumento levantado por el pueblo para el pueblo, no las letras de oro que quieren imponer en las Cámaras de diputados y senadores. Nosotros no queremos el oropel ni el reconocimiento, queremos la memoria, queremos justicia, y este antimonumento es ejemplo de eso”.

Roura aclara, por si hiciera falta, que “aquí estamos unidos pueblo con pueblo, no funcionarios, no políticos, no cabrones que andan queriendo buscar chamba en los nuevos gobiernos”, y reitera el apoyo a la lucha por la verdad en el caso Ayotzinapa y el rechazo al aeropuerto.

Abrir los archivos militares, es lo que exige al gobierno entrante encabezado por Andrés Manuel López Obrador, pues sólo así, dice, se podrá saber lo que realmente ocurrió el 2 de octubre de 1968 y el 26 de septiembre de 2014, en Tlatelolco e Iguala, respectivamente.

Llega la noche a la Plaza de la Constitución y con ella la quema simbólica de Díaz Ordaz. En círculo prenden fuego a la enorme cabeza de cartón que ocultó el Antimonumento, el primero que interpela de frente al Ejército, justo en la plaza en la que todos los días una escolta castrense iza la bandera nacional, hoy a media hasta.

Una docena de veladoras y flores rodean la placa inaugural. Toda la noche la Brigada Marabunta hará guardia para que a nadie se le ocurra moverlo. Esa misma noche empieza a circular una petición en Change exigiendo a las autoridades que lo respeten, que ahí se queda.

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