Hasta ahora los muros construidos en América Latina se erigieron para separar barrios ricos de asentamientos pobres, como sucede con los que dividen las favelas de los “barrios nobles” (así los llaman) en Río de janeiro, o el célebre “Muro de la vergüenza” que separa al sector popular que reside en Pamplona Alta del acaudalado barrio de Casuarinas, en Lima.
Hasta ahora teníamos vallas más o menos extensas en algunas fronteras. Argentina construyó una de cinco metros de altura y 1,3 kilómetros de longitud, para separar Posadas de la paraguaya Encarnación, obra encarada por el Estado y el gobierno provincial en 2015, mientras gobernaba Cristina Fernández. Aunque ambos países sean miembros del Mercosur, el bloqueo fronterizo es una obra neo-colonial que impide la movilidad de las y los pobres.
En la frontera entre México y Guatemala funciona algo que puede ser incluso peor: la militarización, según señala el Transnational Institute (TNI) en su informe “Mundo amurallado, hacia el Apartheid Global” de 2020. “Aquí se ha construido una extensa infraestructura de seguridad en la frontera y sus alrededores, con equipos y fondos estadounidenses a través del programa Frontera Sur, lo que empuja a los migrantes a embarcarse en rutas más peligrosas y en manos de traficantes y contrabandistas.1.
El 20 de febrero el gobierno de Luis Abinader, República Dominicana, comenzó la construcción del que será el primer gran muro fronterizo entre países de América Latina y el Caribe. La obra de hormigón armado tendrá 160 kilómetros de extensión, de casi cuatro metros de altura y 20 centímetros de espesor. La frontera binacional tiene 380 kilómetros, con lo cual casi la mitad estará amurallada.
El muro contará con 70 torres de vigilancia, además de sensores de movimiento, cámaras de reconocimiento facial, radares y sistemas de rayos infrarrojos. El costo total será de unos 31 millones de dólares. Según declaraciones del gobierno, se trata de controlar la migración ilegal y el crimen organizado.
No es casualidad que en la inauguración de la obra (a orillas del río Masacre), donde se sitúa el principal paso fronterizo de la isla, acudiera una importante delegación de la cúpula de las fuerzas armadas, garantes de la militarización del modelo de despojo.
En los últimos meses Dominicana viene endureciendo las políticas migratorias hacia Haití, en alguna medida como consecuencia de la grave crisis que atraviesa este país. Sin embargo, como señala un informe de prensa, mientras Haití “es uno de los lugares más pobres de Latinoamérica y del mundo, República Dominicana es un destino turístico muy popular en la zona, que ha prosperado de forma considerable en las últimas décadas”2.
Haití tiene 11 millones de habitantes, de los cuales 4,4 millones necesitan ayuda humanitaria según Médicos del Mundo. En Dominicana, con casi la misma población, viven cerca de 500 mil haitianos, pero el 29% de los trabajadores de la construcción son haitianos, al igual que un 28% de los empleados en la agricultura. Los haitianos ocupan los escalones más bajos en la sociedad dominicana. El 90% de los haitianos son de origen africano, mientras en Dominicana predomina la población mulata y mestiza.
La impresión es que este puede ser el primer gran muro de separación fronteriza en nuestra región. Ecuador intentó levantar un pequeño muro en 2017, en la frontera con Perú, pero las numerosas críticas recibidas llevaron a paralizar la obra.
La creciente militarización que vive la región, que se despliega de forma abrumadora contra pobres y migrantes, puede llevar de forma casi natural a la construcción de estas vallas de separación que no hacen más que potenciar la xenofobia y el racismo. Sería la concreción del sueño extractivista: mantener a los pobres a distancia de las megaobras y los emprendimientos que caracterizan la Cuarta Guerra Mundial de despojo.
1 En https://www.tni.org/files/publication-downloads/es_informe46_re_mundoamurallado_cast_centredelas_tni_stopwapenhandel_stopthewall.pdf
2 La Vanguardia, 21 de febrero de 2022.