Casa Corason. Mujeres en la música

Mary Farquharson

Amar y vivir, Marisoul y la Santa Cecilia

Foto: Cortesía de la artista

Marisol Hernández, “La Marisoul”, cantante y cofundadora del muy conocido grupo chicano La Santa Cecilia, me fascina por muchas razones, entre ellas por su capacidad de convertir un viejo bolero en una canción de protesta. En su voz, el bolero “Amar y vivir” se vuelve un grito de intención. ¡Hay que gozar esta vida!, porque “se vive solamente una vez”,

hay que aprender a querer y a vivir

hay que saber que la vida se aleja y nos deja llorando quimeras …

Quiero gozar esta vida … Amar y vivir

Los buenos boleros son íntimos; son una declaración de amor entre la cantante y su público. Un buen bolero pide una voz fuerte, apasionada, comprometida con la letra y con la melodía también. Las verdaderas cantantes de boleros los interpretan desde adentro para afuera; no los toman a lo ligero. Me comentó hace años el gran bolerista cubano, Armando Garzón, “El Ángel Negro de la Voz de Terciopelo”, que cantar un bolero, es “caminar sobre la cuerda floja, consciente de que abajo está el pantano de la cursilería.”

Marisoul no es cursi, nunca. Canta rock en inglés con la voz que conecta esta música con sus orígenes en los llanos del Missisipi. Es una Big Mama Thornton para el siglo 21, pero también recrea la magia de Toña la Negra, cuando canta “Telegrama,” con una banda de jazz en el estilo de los 1950. Igualmente, Marisoul es capaz de acompañar (muy bien) a Aida Cuevas en una canción ranchera y a Elvis Costello con un numero de rock-pop anglo de los 1980. Está tan feliz cantando en la fiesta oficial de los Grammys como lo es cantando en una cantina de la Plaza Garibaldi, o en un campo californiano en donde paisanos están cortando fresas, esperando que esta chamba no sea para siempre, como sugiere la letra original de este clásico de los Beatles, “Strawberry fields forever.”

Lo ecléctico de la Marisoul no es de sorprender, porque ella es una mujer de muchos mundos. Cuenta de su adolescencia en un barrio elegante de Hollywood, en donde su madre fue una trabajadora doméstica. Vivía su lunes a viernes empapada en el mundo anglo. Pero cada fin de semana regresó al barrio más mexicano de Los Ángeles, en donde cantaba con sus amigos– latinos como ella. Al principio cantaban rock y post-punk, hasta empezar a explorar sus propias raíces musicales.

La Santa Cecilia, formada en 2007, pegó fuerte con el rock en inglés y español antes de convertirse en una banda bohemia que da un toque original al cancionero latinoamericano, sobre todo el mexicano. Con este repertorio de sus padres y sus abuelos, la Santa Cecilia fascina a distintos públicos mexicanos, desde los muy sofisticados residentes de la Colonia Condesa, hasta los chavos festivaleros en Guanajuato y los veteranos melómanos que frecuentan La Maraka, antiguo salón de baile en la Colonia del Valle de la CDMX.

Foto: Cortesía de la artista

Los cómplices, amigos y carnales de la Marisoul son los integrantes que formaron la Santa Cecilia con ella. Miguel “Oso” Ramírez toca percusiones, Alex Bendaña el bajo electrico y José, “Pepe” Carlos el requinto y acordeón. Pepe es un musicazo que llegó a California desde Oaxaca, a los seis años. Su familia entró sin los papeles exigidos, lo cual significaba que la Santa Cecilia no aceptaría tocar o grabar fuera de California, para no arriesgar su deportación. Esta banda ha sido siempre congruente con la comunidad de latinos y sobre todo con migrantes sin papeles, apoyándoles con conciertos y en marchas y con videos que denuncian la injusticia que ellos reciben. Esto lo hacen de corazón y su sinceridad ha resonado ampliamente en las distintas comunidades de los Estados Unidos y México.

Para su video “Hielo”, la Santa Cecilia invitó a inmigrantes sin papeles a participar como actores. Una mujer, inspirada en la madre de Marisoul, limpia dos veces cada detalle de la casa de una patrona que, si quisiera, pudiera denunciarla como ilegal. La Santa Cecilia ganó el Grammy para su álbum, Treinta días, de 2013 que incluye este tema, mismo que se ubicó en la lista de los 10 éxitos latinos de la revista “Billboard” para ese año.

Marisoul nació, de madre y padre mexicanos, en Los Ángeles, en lo que ella llama la “hiper mexicana calle de Olvera”. Creció en una casa en donde su madre “cantaba bien y mucho”. Su padre amaba la música y fue bohemio. A los 10 años, él apoyo a la Marisoul a que cantara de vez en cuando en público. Ganaba un dólar o dos haciendo lo que más le gustaba en la vida. Desde aquel momento supo cuál sería su destino.

No mucho después, sus padres se separaron y Marisoul acompañó a su madre a cruzar la frontera para rehacer su vida en Cocoyoc, Morelos, pueblo de su padrastro mexicano. A los 14 años, encontró a una banda de chavos músicos, ensayando en la plaza del pueblo, y les preguntó si podría cantar con ellos. La invitaron a cantar una canción de Selena en una fiesta de 15 años. Todo salió muy bien hasta el momento en que su padrastro se enteró. Furioso, dijo que jamás cantaría mientras que vivía en su casa. La banda de chavos le habían invitado a cantar con ellos de nuevo y Marisoul quiso cumplir con su palabra. Por primera vez, obvió la prohibición de su padrastro y cantó en la fiesta. De regreso, caminando por un sendero en las afueras del pueblo, vio un incendio, y, acercándose más, vio que su madre estaba quemando cortinas, álbumes de fotografías, todo lo que encontraba a la mano. “Si quieres cantar, vas a cantar,” su mamá le dijo y las dos salieron de Cocoyoc rumbo a Tijuana, esa misma noche.

Estas llamas encienden los boleros que Marisoul cantó a su regreso a los Estados Unidos y también los que cantó para recordar a su propio padre después de su muerte. Calientan su nuevo disco, “Cuatro copas,” grabado en Ensenada en el Rancho Altosano, a donde invitó a grandes amigos latinos como Aida Cuevas, el jarocho Patricio Hidalgo, el dueto de norteñas, Las Dos Rosas, entre otros, a cantar su propia música, que también es la de La Santa Cecilia.

Foto: Cortesía de la artista

Avance, “Cuatro copas”, La Santa Cecilia

Este magnífico proyecto deja ver con gusto y con sinceridad lo difícil que es ser migrante en otro país y el valor de hacer comunidad con los que comparten el camino. La música está presente siempre en este viaje. Por esto la Santa Cecilia canta con tanta pasión un clásico de la Costa Chica de Oaxaca y Guerrero, “El andareigo,” del compositor costeño, Álvaro Carrillo. Lo canta tal cual, sin la necesidad de quitar ni poner para que sonara actual y al mismo tiempo nostálgico. Se presta a esta contradicción porque Carrillo fue un genio y porque su mensaje es universal y porque la Marisoul y la Santa Cecilia están a la altura.

Mary Farquharson

Primero como periodista y más tarde como investigadora y promotora cultural, Mary Farquharson ha luchado por alumbrar el camino de mujeres en la música. Su lucha no es nada, sin embargo, al lado de las de las mismas artistas, quienes hablan con ella del auge actual de mujeres en los escenarios en México y el viaje nada fácil de realizar sus sueños. Mary es la co-autora, con Eduardo Llerenas, de la columna, ‘El vocho blanco’. Con la muerte de Eduardo el coche se paró, pero Casa Corason sigue hospedando a muchos músicos, especialmente a mujeres.

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