Ahí vienen los muchachos

Alfredo López

EN EL PRINCIPIO ERA LA FIESTA

Cinco años pasaron, con pandemia como apertura de la obvia complejidad implícita a cualquier periodo de tiempo humano. Dicho fenómeno, aparejado al “distanciamiento social” –¿forzado; acatado con excesiva docilidad…?– impuso dificultades particulares a la difusión del volumen Memorias del cuerpo cegehachero.

Mirado en retrospectiva, un elemento ausente, añorado al menos, es la fiesta, la cual se torna, al propio tiempo, un umbral tan atractivo como promisorio en vías de indagar [mejor si a través de la investigación militante] una experiencia colectiva tan amplia y determinante como la Huelga iniciada el 20 de abril de 1999 en la UNAM.

Sea en cuanto a la iniciación en activismos y militancias, en la “formación política”; sea en la definición y, quizá sobre todo, en los cuestionamientos hacia la academia y los academicismos; sea en los estallidos-brutos-primaverales a “el amor”…, en todos estos ámbitos nodales (sin suponer ni de lejos que sean todos ni los únicos) accionar en la huelga, participar activamente en la vida de esa bestia negra, personificar/habitar la piel del enemigo-público-número-uno de toda buena conciencia y toda corrección política conllevó una forma peculiar de conciencia, escasa por cierto: un asumir riesgos y quemar naves a sabiendas de que también (¿sobre todo?) el gozo acompañaba todas las amenazas constantemente materializadas: de la reprobación de materias y semestres completos a las rupturas con compañerxs, amistades o vínculos familiares; desde quienes eran echadxs de sus casas a las amenazas de represión, frecuentemente concretadas en golpizas policíacas, privaciones autoritarias de la libertad, con el sometimiento a procesos absurdos que convertían a víctimas en victimarixs, o los cotidianos linchamientos públicos televisivos. Normalizado o asumido ese mínimo común, ese ecosistema, los encuentros afortunados abundaban tanto como lxs nosotrxs, así que nada podía salir mal, por extraño y fuera de planes que resultara. Tal vez se haya tratado de una subjetivación emparentada con lo que cierto pelón de heladas tierras llamó situación revolucionaria. Tal vez la expansión de ese germen haya sido lo más temido por nuestra enemistad.

No quiero dejar de mencionar las resonancias con el caso de un preso chileno, Ricardo Palma Salamanca, capaz en plena dictadura de asentar en una novela-testimonio la reflexión sobre cuánto disfrutó al participar en cada acción subversiva, así como su determinación de no ceder a próximos ni a extraños cuando le demandaban lloriqueos y arrepentimiento.

Procuro asimismo no caer en tentaciones descriptivas revictimizantes, acaso catárticas, en el mejor de los casos, autoerigidas con frecuencia como “autoridades” capaces de ejercer culposas censuras de los modos de convivencia en general, y en particular de la festiva, tan colonial-colonizada, vale decir, tan opresiva cuan limitada, y paradójica y ciertamente, indispuesta a reiterar, incluso a continuar cediendo a la primacía de una moralidad que, como se sabe hace tiempo, no es más que “impotencia en acción”.

¿Estábamos haciendo del trabajo fiesta? Es que estábamos transformando y, quizá mejor aún, comenzábamos a cobrar conciencia de una capacidad ancestral, originaria, comunal-comunitaria de convertir el trabajo en fiesta.

Y, ¿cuál el problema si su formalización parece tardía? ¿Por qué no arriesgar un esbozo onírico de atisbos? ¿Habríamos de/deberíamos censurarnos –volver a hacerlo–, más allá de la canalla mediática, aceitada con los dineros y la insidia gubernamentales?: Nada que perder.

Hablemos entonces de (desde una sintonía) cuando saberes y sabores convivían, colisionaban, concertaban y disonaban para acompañar los balances asamblearios o las reflexiones individuales que enriquecían tales intercambios colectivos. Un congreso de comunes/no iguales, por ejemplo, en sesiones de madrugada, para compartir los atributos de enteógenos y alternativas a las drogas no solo permitidas sino promovidas, del alcohol y el tabaco a los somníferos y “tranquilizantes” diseñados por trasnacionales farmacéuticas invasivamente involucradas en la producción de alimentos y, obvio, su tráfico, en la mejor tradición de los peores corsarios. No faltaron en el cónclave las aprehensiones morales, o las figuraciones hedonistas-igualitaristas. Con todo, a quien peor le fue se retiró con sus ideales intactos sobre la imagen del activismo decente que el Consejo General de Huelga tendría que proyectar, o bien, con el desencanto acendrado por la imposibilidad de consensuar en la comprensión y experimentación en cabeza propia.

Las innovaciones, al menos temáticas, demandaban participación y, más allá de la discusión, empujaban a asumir un protagonismo largamente postergado en un mundo adultocéntrico-gerontocrático (amén de –es decir, complementario con el carácter– patriarcal-colonial). Hacer marchas tanto de fiesta como de lucha y protesta, a despecho de cierta consigna algo oxidada, no solo nos acercaría al estigmatizado jipismo de los años 60, tan meritorio de atención como otras tendencias apoderadas de la hegemonía memorística, más bien maquinal y clausurante. Fiesta, en fin, como revulsivo catalizador destapacaños; como desarrollo permanente de capacidades para asombrarse, para intuir e imaginar contra el poder y los poderosos; para desconfiar de lo impuesto y hurgar en lo reprimido-resistente, mejor aún si la exigencia fuera re-inventarlo.

AHÍ VIENEN LOS MUCHACHOS

(Conflicto en la UNAM)

I

26 de julio [1999]/ La marcha convocada por los estudiantes se acercaba a la avenida Francisco I. Madero, cuando una mujer le gritó a su marido: “Espérate, ahí vienen los muchachos, quiero estar con ellos, quiero que sepan que todavía hay gente que los apoya”. El hombre cerró su carro y se subió al barandal de un templo cercano para tratar de medir con la vista el tamaño del contingente. Miles, eran miles. La columna que partió del Museo de Antropología, estaba compuesta por los huelguistas del CGH [Consejo General de Huelga], por investigadores y trabajadores de la ENAH [Escuela Nacional de Antropología e Historia], los electricistas del SME [Sindicato Mexicano de Electricistas], sindicalistas del STUNAM [Sindicato de Trabajadores de la UNAM], de la UAM, organizaciones sociales como la Asamblea de Barrios Patria Nueva, el Frente Popular Francisco Villa, la Unión Popular Revolucionaria Emiliano Zapata (UPREZ) y los otrora jóvenes “sesentaiocheros” del comité 69-98 entre otros. En la marcha se encontraban también las madres y los padres de los estudiantes que se han dado tiempo para acompañar a sus hijos en estos casi cien días de huelga –la más larga en la historia de la Universidad–. Brazo con brazo, alumnos, profesores académicos, cientos de obreros y todos los que marchaban, eran la respuesta más contundente y silenciosa a la sucia ofensiva de las autoridades universitarias (y ahora también de Zedillo) que han usado los medios de comunicación (especialmente a Televisa y Televisión Azteca) para poner a la población en contra del movimiento.

Cansados y ojerosos por las largas discusiones, que se han prolongado hasta 16 horas en el Auditorio “Che Guevara”, los muchachos todavía tienen la energía y la fuerza suficiente para convertir esta marcha en una jornada combativa, llena de creatividad y propuestas novedosas. El domingo, día anterior a la marcha, se podía ver a los estudiantes “brigadeando” en el metro, en las plazas, en las calles del Centro Histórico, volanteando y explicando la situación por la que atraviesa la UNAM. Aunque en la gran mayoría de los casos la población manifestaba comprensión y apoyo a los huelguistas, no pocos eran los insultos de otra parte de la gente que encontraban a su paso. El concierto de Charly García y Mercedes Sosa en el Zócalo capitalino fue otra gran oportunidad para volantear y “mover el bote” al compás de una rola del rockero argentino.

II

Programada para las cuatro de la tarde, la marcha partió faltando diez a las cinco, en el trayecto se fueron sumando organizaciones y personas que espontáneamente manifestaban su compromiso con la huelga. Llena de colorido por las mantas que portaban, los estudiantes desafiaban el cansancio y la desesperación. “Estamos sacando fuerzas de flaqueza, pero qué le vamos a hacer, no hay de otra”, me dijo una muchacha que se me acercó pidiéndome que le echara al bote y extendiéndome un volante con los seis puntos del pliego petitorio y otro muy ingenioso que simulaba un dólar que contenía los retratos de Zedillo [presidente de 1994 a 2000], Barnés [de Castro, Francisco, el rector que impuso el Reglamento General de Pagos, es decir, las cuotas] y Labastida [Francisco, el primer candidato del Partido Revolucionario Institucional derrotado al competir por la presidencia en las elecciones de mediados de 2000]. En el reverso del billete dice: “¡En billetes como éste quisieran verse reflejados los que han ofrecido nuestro país al capital extranjero, y ahora amenazan con reprimir a los estudiantes por oponerse a sus planes!” Llegando a la avenida conocida como Eje Central, los marchistas guardaron un minuto de silencio y a más de alguno se le escapó una lágrima, pues allí es donde perdió la vida en los primeros días de iniciado el movimiento Alejandra Trigueros, estudiante de preparatoria. Pasado el minuto, la marcha emprende la recta final. Son casi tres horas de marchar y de bailar consignas un poco al ritmo de mambo, esa de Pérez Prado que los de Filosofía, un poco carnavalescos y pintándose la cara de rojo y negro entonaban con botes de plástico: “Huelga, qué rica huelga, huelga, qué rica eh, eh, eh.” Otros más atrás gritaban vivas al CGH y pedían la renuncia del rector Barnés. No faltaron por supuesto expresiones de apoyo a los trabajadores electricistas que se han movido en estos meses contra la privatización de este servicio. Otro grupo que llamó la atención por el grueso del contingente fue el de los trabajadores e investigadores del INAH.

Unas cuadras antes de que el primer contingente pisara el Zócalo, la Policía de Tránsito recomendaba a los vendedores establecidos que cerraran sus locales. “Ya ve todo lo que está saliendo por la televisión sobre la UNAM, así que más vale, no vaya a ser que pase algo”, le decía un policía a un policía a una apurada y nerviosa señora que no sabía cómo sacar a los turistas de la tienda para poder bajar la cortina. Y es que no es para menos, la campaña de linchamiento contra los estudiantes no viene solo de la rectoría; en los últimos días se han sumado magistrados que han interpuesto una demanda por despojo; después jerarcas de la iglesia Católica y, por supuesto, las declaraciones amenazantes del presidente Zedillo que solo sirven para empeorar el ambiente ante una posible solución del conflicto.

III

EL primer contingente llegó como a las 7:35 y junto con él una lluvia ligera. A lo lejos, la fila de gente parecía enorme, interminable. ¿Cuántos son?, me preguntaba mientras unos muchachos parados en un bicitaxi apostaban que los últimos andarían a la altura de la Casa de los Azulejos. “¿Diez mil, quince mil?, no lo sé, lo que sé es que somos un chingo”, decía un estudiante festejando arriba del entarimado la llegada. El arribo de los últimos se dio en medio de un fuerte aguacero que amenazó con dispersar y estropear el acto político. Los previsores hicieron aparecer sus paraguas, muchos se cubrieron con sus propias mantas y otros se fueron a los edificios de los alrededores. Así, en medio del aguacero que aguantó la mayoría, empezó el mitin. Un poeta pintor, activista del ya nostálgico Movimiento del 68, censuraba el manejo tendencioso que hizo la televisión por el ataque que sufrió el mural de David Alfaro Siqueiros, que la víspera unos estudiantes habían incorporado unos números. Y aunque censuró el hecho recordó que en el 68 había ocurrido algo similar. Vino después la intervención del profesor universitario Fausto Trejo, que junto con Heberto [Castillo] y Elí de Gortari, fueron las cabezas visibles de la Coalición de Maestros que apoyaron al Consejo Nacional de Huelga (CNH), también en el 68. El profesor académico arrancó uno de los más nutridos aplausos cuando declaró: “Maldigo la hora en que Zedillo fue mi alumno. Eso que está haciendo (las privatizaciones) no se lo enseñamos en la UNAM, ni a él ni a todos los mequetrefes que tiene a su lado”. Ya encarrerado y viendo la aceptación que tenía en los jóvenes, y con una larga experiencia que le dejaron los años, don Fausto Trejo empezó a hacer algunas críticas al movimiento y terminó dando algunas recomendaciones para fortalecerlo y acercarlo con la población.

Por último y antes de que se leyera la declaración política del CGH, un par de muchachas, muy jóvenes las dos, hicieron una angustiante llamada de atención porque en su preparatoria los porros y la judicial ya empezaban a hostigarlas abiertamente y el grupo de paristas no rebasaba la grandiosa cantidad de cinco estudiantes para todas las instalaciones. Otro muchacho de la Prepa 7, que no contaba más de 18 años, leyó a nombre del CGH la Declaración Política en la cual reafirmaban su compromiso y su voluntad de volver al diálogo, siempre y cuando hubiera disposición de parte de la rectoría a discutir los seis puntos del Pliego Petitorio. De lo contrario, “seguiremos en la huelga hasta las últimas consecuencias.”

IV

Eran las 8:40. Los huelguistas empezaron a dispersarse. Quedaron solo los que tenían algunas tareas pendientes. Atrás del templete un grupo de muchachas “cansadas pero contentas porque esta marcha demostraba de qué lado estaba el pueblo”, vaciaban los botes con dinero y compartían las preocupaciones por la falta de alimentos en la cocina “Benita Galeana” y en los diferentes campamentos. Más allá, en otro extremo, se centraban en la discusión de los pendientes para la reunión del día siguiente en el Auditorio “Che Guevara”.

Miguel Hernández [Alfredo López]

Tomado de Ventana. Una mirada desde la Sociedad Civil, Año 1, Número 1, Agosto de 1999 [Guadalajara, Jalisco, México].

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