En el interior de la Selva Maya, en un espacio de naturaleza en plenitud, una pequeña escuela corona la cima de un cerro. En las afueras del municipio de Felipe Carrillo Puerto, en el centro del estado de Quintana Roo, los senderos dirigen hacia la gran palapa [cabaña] que la caracteriza. Esta construcción tradicional techada con hojas de palma, rodeada de árboles y plantas medicinales, sirve como punto de reunión para encontrar a la niñez y las juventudes con la cultura indígena maya, cuyas tradiciones resisten frente a las amenazas que rodean al territorio.
“El objetivo de la Escuelita Maya es volver a tejer ese vínculo entre la niñez y la tierra. Entre la niñez y los abuelos y las abuelas. Es un vínculo que el sistema educativo rompe, es un vínculo que el sistema en el que vivimos hace desaparecer porque desvaloriza la tierra, la naturaleza y la manera en la que, como pueblo maya, nos relacionamos con el territorio”, afirma Angel Sulub, educador comunitario e integrante del Centro Comunitario U Kúuchil K ch’i’ibalo’on, cuyo nombre se traduce a “el lugar de nuestros ancestros” o “el lugar de nuestras raíces”.
Desde el 2021, el centro comunitario concibió a la Escuelita Autónoma Maya como un lugar para la resistencia cultural. La pintura, la poesía y la alimentación tradicional son parte de sus actividades para narrar el territorio. Pero la principal es el bordado. Bajo la gran palapa, niños, niñas, jóvenes, madres y abuelas trazan con hilos de colores las historias de su pueblo y dibujan a puntadas de aguja las plantas y los animales que les rodean.
En la Península de Yucatán —en el sureste de México— el turismo se expande como una amenaza que invade los territorios mayas, pues despoja a las comunidades de sus tierras y cambia sus formas de vida tradicionales. En un contexto en donde esta actividad masiva se lleva a los jóvenes para ser parte de la mano de obra en la construcción de grandes complejos hoteleros y actividades para visitantes, la Escuelita Maya surge como una alternativa para crecer y reforzar las raíces de las nuevas generaciones.
Mongabay Latam conversó con Angel Sulub, también delegado del pueblo maya ante el Congreso Nacional Indígena (CNI), sobre el panorama adverso que enfrenta este pueblo y cómo la Escuelita Autónoma Maya ha llegado como una herramienta para acercar a las nuevas generaciones a la defensa del territorio.
—¿En qué momento nace la Escuelita Maya?
—Hace 15 años, en el 2009, fundamos el Centro Comunitario U Kúuchil K ch’i’ibalo’on, que es un centro de medicina maya, de defensa de las costumbres, de las tradiciones y de la sabiduría del pueblo maya, así como de transmisión de todos esos saberes hacia las nuevas generaciones.
Como parte de los procesos de este Centro Comunitario, surgieron diferentes líneas de trabajo y diferentes acciones, entre ellas, la defensa territorial, la salud comunitaria y también procesos de educación y formación con niñez y juventudes. A partir de entonces surge la idea de tener una escuelita propia, una escuelita de saberes mayas, una escuelita que, de alguna forma, sea una alternativa a la escuela pública que despoja a la niñez de los valores, de la memoria y de su identidad como mayas que somos. Se ha ido conformando en estos 15 años, pero no es sino hasta el 2021 que logramos consolidarla, ya con el nombre de Escuelita Autónoma Maya.
Ahora tiene un propósito y objetivos mucho más claros, con un camino para lograrlos. Los dividimos en cuatro ejes que tienen que ver con los cuatro elementos fundamentales de la vida: aire, agua, tierra y fuego. Cada uno de estos elementos reúne una serie de actividades y acciones con la niñez, que además tienen que ver con los saberes de los abuelos y las abuelas. En el sistema educativo convencional esto no se habla. Al contrario, se desvaloriza el trabajo de la tierra, el trabajo de los campesinos y el trabajo de la milpa [un sistema agrícola tradicional que data de la época prehispánica]. Se impone una nueva forma de mirar al mundo, en donde la organización en las ciudades y el tema de desarrollo y de progreso son ejes centrales, los cuales son muy diferentes a las formas de vida de los pueblos mayas.
—¿Cómo describiría a la Escuelita Autónoma Maya?
—El centro comunitario se encuentra a las afueras de Felipe Carrillo Puerto, ya entrando a la selva. Estamos en un espacio de naturaleza, un espacio de una hectárea en donde tenemos senderos, muchas plantas y muchos árboles, porque es un lugar de medicina natural. Tenemos una gran palapa que alberga nuestro comedor comunitario, que es también el espacio en donde trabajamos con la niñez y las juventudes. Tenemos un teatro comunitario al aire libre, hecho de palmas —es decir, con materiales de la región— y tenemos un aula que es la sede de la escuela y que ahora mismo está cubierta de murales que reflejan la historia de nuestro pueblo, las luchas, la resistencia y la importancia de nuestra lengua y de nuestra cultura. La escuelita es un espacio de nuestro territorio que alberga la lengua y la espiritualidad maya.
Pienso que la lucha se puede hacer desde diferentes frentes; uno de ellos —y creo que de los más importantes— es el trabajo con la niñez y las juventudes, porque ahí ponemos la semilla de la resistencia y de las luchas futuras. Ahora mismo estamos viviendo una situación muy grave con el turismo y los megaproyectos que tenemos encima, sin embargo, hay mucho territorio, mucha naturaleza y mucho de nuestro pueblo maya por defender. La lucha con la niñez y la juventud se trata de sembrar semillas, porque a ellos les tocará, en un futuro, defender lo que quede de nuestro territorio.
—¿De qué manera el turismo y los megaproyectos han impactado los territorios indígenas mayas?
—En el estado de Quintana Roo, la principal amenaza es el turismo masivo. Este modelo inició en 1970 con la creación de Cancún y ha ido avanzando de norte a sur, hasta acercarse a las comunidades mayas que estamos en el centro del estado. Comenzó con Cancún, continuó con Playa del Carmen y Tulúm. La región que sigue es Felipe Carrillo Puerto —cuyo nombre original y autónomo es Noj Kaaj Santa Cruz Xbáalam— que ya inició un proceso de turistificación con un proyecto al que le llaman la “Puerta al Mar”, que es un camino que une a este pueblo con la costa. Se pretende que también sea un centro turístico en el futuro, bajo el mismo modelo de Cancún y la Riviera Maya.
Para nosotros, el turismo ha representado la llegada del crimen organizado y del narcotráfico; esto lo podemos ver con las ejecuciones y las desapariciones, toda esta situación de violencia que se vive no sólo en el norte del estado —en la zona turística—, sino que ya está presente en las zonas mayas y rurales. En Felipe Carrillo Puerto ya podemos ver ese impacto tan grave, con la cantidad de personas desaparecidas y ejecutadas, y la violencia creciente. Hemos reflexionado que todo esto llega cuando se anuncia el “desarrollo”, con proyectos como el mal llamado Tren Maya, la Puerta al Mar y la especulación inmobiliaria. Todo se entreteje y, de alguna manera, el turismo es ese eje rector de las políticas del gobierno del estado de Quintana Roo que se extiende a toda la Península.
Esto amenaza no sólo la tranquilidad, la paz y la dinámica social de los pueblos mayas, sino que también transforma la forma de vida de los pueblos. Obligan a la juventud a migrar hacia estos polos de desarrollo, pone en riesgo las formas de vida tradicional como el trabajo de la milpa y, cuando está en peligro la milpa maya, también está en peligro la ritualidad, también está en peligro la lengua. Un cenote que para nosotros es sagrado, el sistema turístico lo mira como un potencial de desarrollo turístico. Incluso la misma ritualidad, las ceremonias mayas, se convierten en un producto para el turismo; lo mismo ocurre con la ropa, la indumentaria y los bordados, también se convierten en productos turísticos.
Hemos dicho que ahí donde llegan el desarrollo y el turismo, el pueblo maya desaparece. Lo vemos con ejemplos muy puntuales: Playa del Carmen, por ejemplo, era un pueblo pesquero de personas mayahablantes. Cuando llegó el turismo, el pueblo maya desapareció. Lo mismo pasó en Tulúm y en Bacalar. Y no es que el pueblo maya desaparezca físicamente, sino que se transforma en habitantes de la periferia, en las personas que trabajan y sostienen este sector turístico: son los albañiles, los constructores, quienes dan el servicio al turista. Nosotros decimos que nos convertimos en mano de obra barata, en una nueva forma de esclavitud, por el tipo de trabajo y por las horas de trabajo. Somos despojados. A todo esto se le suman otros proyectos que ya están anunciados: los energéticos, como la energía fotovoltaica y eólica, así como más monocultivos como la palma de aceite, que están ocasionando un daño muy grave al deforestar la selva.
—¿Qué significa para ustedes la llegada de un megaproyecto como el llamado Tren Maya?
—Este territorio corresponde al Tramo 6 de construcción del tren. Aunque no se han terminado de construir las vías y todavía no hay un tren pasando por nuestro territorio, estamos viviendo impactos muy graves desde el anuncio mismo del megaproyecto, que fue en el 2018. Para el 2019 ya pudimos ver graves cambios, cuando tuvimos 13 asesinatos en Felipe Carrillo Puerto vinculados al narcotráfico. Comenzamos a ver la disputa territorial por esta región y, desde ese momento hasta ahora, hemos vivido un incremento en la violencia. También existe un aumento muy grande en los precios de la renta de casas y hemos visto cómo cada vez hay más y más compra y venta de tierras vinculadas con la especulación inmobiliaria, aún sin que el tren esté operando en su totalidad.
Eso sin hablar de los impactos ambientales, porque en toda esta región no había vías antiguas del tren, entonces más de 400 kilómetros que atraviesan Quintana Roo fueron deforestadas, con una amplitud de más de 60 metros de selva. Esto es algo gravísimo para nuestro territorio. Se han rellenado humedales. En esta región en donde yo vivo hemos visto la destrucción de gran parte del ecosistema y muchos científicos y biólogos que conocen muy bien el territorio lo han denunciado. Existe un peligro para los flujos hídricos de la península, que está conectada por el agua, ya sea la de los ríos subterráneos, o del agua que pasa de manera superficial y que corre en las épocas de lluvia. La construcción del Tren Maya representa una barrera para el flujo hídrico que llega hasta el mar.
—¿Cómo el fortalecimiento de la cultura maya se ha convertido en una herramienta para la resistencia?
—Nosotros pensamos que nuestra identidad y nuestros valores como pueblo maya son fundamentales para nuestra resistencia. Pensamos que la resistencia tiene fuerza, en tanto los pueblos, la cultura y la sabiduría continúen vivos. Por eso, para nosotros en la Escuelita Autónoma Maya es fundamental que los niños, las niñas y las juventudes conozcan y sepan quiénes son, de dónde venimos, y la lucha de nuestros abuelos y abuelas.
La práctica de nuestra lengua también está en grave peligro, porque en las zonas urbanas la niñez ya no habla maya. Aquí en Felipe Carrillo Puerto —una región urbana, además de cabecera municipal— la niñez ya no está hablando lengua maya. En los pueblos más pequeños, rurales y más alejados de la urbanización, la lengua se conserva de una manera más fuerte.
Lo que hemos analizado y reflexionado, es que hay dos valores fundamentales: la solidaridad y la colectividad, que son contrarios a los valores capitalistas de la individualidad y de la competitividad. Necesitamos fortalecer la niñez y las juventudes. Lo que hacemos es simplemente recordarles quiénes somos a través del bordado, la pintura, del arte, la fotografía y la memoria. Recordar quiénes somos para poder valorar nuestro territorio, para poder armarlo y defenderlo. Nos hemos dado cuenta de que, cuando un joven tiene las raíces muy fuertes, no importa si decide estudiar e irse a cualquier lugar del mundo, porque su arraigo y el amor por su territorio siempre van a estar presentes. Las decisiones que tome serán también para proteger su territorio.
—¿Por qué eligieron el bordado como una actividad clave para la resistencia?
—Nosotros iniciamos un proceso al que le llamamos “Bordar el Territorio”. En él recordamos, a través del bordado de nuestras abuelas y nuestras mamás, y también ahora de jóvenes y niños, los valores comunitarios. Bordar es una actividad colectiva. Es una actividad en la que se junta la familia, en la que se está hablando la lengua maya mientras se están realizando los puntos, con el hilo y las agujas. Allí se recuerda, a través de los dibujos y los diseños, el territorio, la naturaleza, la fauna, los insectos y las aves que tenemos.
Las sesiones de bordado son muy alegres, son sesiones en donde podemos ver mucho color y mucha vida. De esa manera podemos conocer quiénes somos como pueblo y la importancia de bordar desde lo simbólico, porque hemos visto que el turismo también ha convertido el bordado en un producto. Pensamos que necesitamos defender lo que realmente representa el bordado, el simbolismo, lo sagrado y la unidad como familias y como pueblos en torno a una práctica que es parte de nuestra vida.
—¿Qué logros ha tenido la comunidad con el trabajo de la Escuelita Maya?
—Primero, que el Centro Comunitario se ha fortalecido. Cada vez hay más personas que están presentes con nosotros en los diferentes procesos que tenemos, el bordado, el arte, los títeres y diferentes actividades que nos han vinculado también a otras organizaciones locales, de la península [de Yucatán] y a nivel nacional. Se ha fortalecido el trabajo que hacemos, que es un trabajo de hormiga, porque no es algo masivo en un primer momento, sino que es algo que vamos contagiando de persona a persona, comenzando con nuestras propias familias, con los vecinos y con la gente más cercana, pero que se va haciendo más permanente.
También hemos visto impactos muy importantes en la gente que está colaborando con nosotros, en la manera en la que piensa la niñez y los jóvenes que ahora son voluntarios o participan en la escuelita. Todo eso nos permite ver que este esfuerzo que estamos haciendo sí da frutos. Sabemos que el trabajo de la Escuelita Maya es a largo plazo, que los resultados no siempre los vamos a ver de manera inmediata, pero ahí está la semilla sembrada y creo que eso es lo que nos ha dado mucha más satisfacción.
—¿Qué mensaje quieren dejar para las generaciones futuras?
—El territorio simbólico es algo que a los pueblos indígenas nos arrebatan y nos despojan en un primer momento, ese territorio donde habita nuestro pensamiento, nuestra cosmovisión y nuestra lengua. Es algo que debemos defender, valorar y que es importante siempre tenerlo presente.
Queremos continuar defendiendo la vida, continuar reflexionando y siendo muy críticos ante el sistema en el que vivimos, ante los gobiernos que tenemos, ante los proyectos que llegan a nuestros territorios.
A pesar de la adversidad, siempre hay algo que quizás es muy pequeñito como una escuelita, pero que, si nos juntamos, nos daremos cuenta de que esta resistencia es mucho más grande y mucho más fuerte de lo que pensamos.
*Imagen principal: Resultados del taller de pintura con pigmentos naturales en la Escuelita Maya. Foto: Centro Comuntario U Kúuchil K ch’i’ibalo’on
Publicado originalmente en Mongabay Latam