Agricultura urbana, autonomía alimentaria y huida de las ciudades

Raúl Zibechi

“Gobierno Wampis declara el cierre total de las fronteras territoriales para prevenirse del coronavirus”, destaca el titular del segundo número de “Nukumak”, definido como Boletín Informativo del Gobierno Territorial Autónomo de la Nación Wampis.

El gobierno autónomo se gestó en 2015, su máxima autoridad es la asamblea de 105 representantes de las comunidades de las diferentes cuencas de los ríos Kanus y Kankaim, en la Amazonia norte, que forman parte de un territorio de un millón de hectáreas y 15 mil habitantes, y está asesorado por un Consejo de Sabios. Cada cuenca cuenta además con una asamblea que es la máxima autoridad de cada zona.

El Pamuk o jefe de gobierno, Wrays Pérez, dijo que el sistema estatal de salud no está implementado completamente ni cuenta con la infraestructura necesaria en sus territorios. Una de las primeras realizaciones del Gobierno Autónomo fue la creación del Parlamento Wampis “como una instancia de deliberación política propia, así como el Sistema de Justicia wampis”, señala el primer número del Boletín.

En los últimos meses de 2019 se realizaron varios eventos importante, entre ellos el I Congreso de las Mujeres Wampis y la XIII Cumbre del Gobierno Territorial Autónomo, donde se propuso la formación del Sistema Propio de la Educación Wampis.

Entre los avances más notables, figura la recuperación de conocimientos tradicionales en el manejo de cultivos y especies en proceso de extinción, proyecto liderado por las mujeres; una escuela de formación intercultural para lideres y lideresas; una emisora radial y la formación de periodistas; el desayuno escolar y el manejo de peces de las lagunas naturales (https://bit.ly/2KXhH15).

Pese a la importancia que tiene la autonomía wampis, que se está multiplicando en los territorios amazónicos, quisiera centrarme en lo que viene sucediendo en el mundo urbano, donde van apareciendo alternativas pese a las enormes dificultades que implica construir vida soberana y digna, en las urbes que son el núcleo del poder del capital.

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“Promover la agricultura urbana orgánica como estrategia a corto, mediano y largo plazo para enfrentar la hambruna y desarrollar economías regenerativas, revitalizar e impulsar la organización comunitaria”, es la propuesta de un grupo de jóvenes de la Universidad del Cauca que están desbrozando tierras en la zona norte de Popayán, en el barrio La Paz y en la vereda Lame.

Los trabajos comenzaron dos semanas atrás y se van incorporando vecinos que necesitan alimentos. Los terrenos que ocupan en el municipio de Popayán (capital del Cauca con 500 mil habitantes) estaban destinados a campos deportivos, pero acordaron con al Junta de Acción Comunal que la prioridad es conseguir alimentos. A mediano plazo buscarán más espacios para cultivar, en patios, solares, terrazas y cualquier lugar donde las familias puedan comenzar a transitar su autonomía alimentaria.

Doricel Osorio es ingeniera agropecuaria desocupada y una de las ocho que iniciaron el proyecto: “Se están sumando vecinos por pura necesidad”, explica del otro lado del teléfono. Además de superar la emergencia, intentan buscar colectivamente “alternativas al espíritu mendicante y dependiente que el Estado promueve entre los que sufrieron por la violencia o viven en circunstancias de exclusión, injusticia e inequidad social, porque estas situaciones son consecuencias del sistema económico extractivista”.

Esta semana comenzaron a construir una caseta para que funcione como comedor comunitario entre los vecinos que tienen más necesidades. “Nos gustaría que la gente retorne a la tierra, que pueda cultivar en los pequeños espacios urbanos que tenemos, que recuperemos saberes ya que nuestros padres y abuelos fueron agricultores”.

Los pocos recursos con los que cuentan provienen de vecinos solidarios, de algún comercio y de la Cooperativa del Sur del Cauca, cafeteros de la federación de campesinos, que les aporta 30 “mercados”, con lo que pueden sostener a otra tantas familias. “Del Estado nada. Llamamos a unos parlamentarios de la ciudad y nos dijeron que lamentablemente no tienen más dinero….”. Las risas suenan de un lado y otro del teléfono.

Los jóvenes que tomaron esta iniciativa la consideran, además, como una estrategia frente a la cuarentana: “liberarnos” del encierro y manejar las propias normas de distanciamiento social en acuerdo con las y los vecinos que, en general, son la última camada de desplazados de las áreas rurales por la guerra y el modelo de explotación.

En efecto, Popayán ha crecido de forma exponencial en las últimas décadas. En 1983, cuando el terremoto que causó grandes daños y 250 muertos, contaba con 120 mil habitantes. Hoy son alrededor de 500 mil, en gran medida por la emigración rural-urbana, o sea por la llegada de campesinos desplazados.

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“El pueblo cuida al pueblo. Experiencias de organización de las asambleas territoriales de Valparaíso en tiempo de pandemia”, dicen las locutoras de Radio Placeres. Las personas que hacen este programa buscan interconectar lo que sucede en los “cordones territoriales” y difundir experiencias para que en otros barrios las puedan replicar. “Tratamos de dar cuenta de un proceso de aprendizaje colectivo de las asambleas”, dice la locutora.

En cada programa conectan a dos asambleas, nacidas durante el estallido de noviembre, que relatan sus experiencias bajo el estado de sitio. La Asamblea de Mujeres del Cerro Esperanza explica cómo hacen la identificación y mapeo de las familias que necesitan ayudas en alimentos, que compran directamente a pequeños productores. La Asamblea del Eje Ecuador creó una cooperativa de alimentos y un boletín vecinal cuyo titular reza: “Cuarentena Territorial Combativa”, con su doble versión electrónica y en papel. Crearon además un espacio de reciclaje, porque el municipio colapsó desde el estallido. Algunos vecinos se ofrecen para el cuidado de niñas y niños, otros impulsan el trueque y el apoyo mutuo, tanto para los alimentos como para los servicios.

“Estamos siguiendo con todos los procesos que ya venían desde el estallido”, explican las asambleas. Como forma de solidaridad, distribuyen dos tipos de canastas: “Una es más cara y con ese precio subvencionamos la otra, porque no todos pueden pagar la totalidad de los productos”. Durante la pandemia están llegando a vecinos que nunca se había acercado a las asambleas. En gran medida, explican en Eje Ecuador, “porque queremos ser horizontales y nos auto-controlamos para no hablar demasiado, para no imponernos a vecinos que vienen por primera vez y tienen cierta desconfianza”.

Las asambleas han hecho de todo: campañas de sanitización colectiva de espacios públicos en Marimonjas, “porque las autoridades no se hacen cargo de cuidar la población y debemos cuidarnos entre nosotras”; compras comunitarias directas a productores en casi todos los barrios; fondos solidarios en la Asamblea El Descanso y la Resistencia; elaboración colectiva y manual de pan en Cerro Cordillera; cuadrillas de seguridad alimentaria en Playa Ancha.

“La incertidumbre es diferente si estamos organizados y nos apropiamos de nuestros territorios en los barrios”, concluyen las asambleas reunidas en cabildos territoriales. “Sabemos cuidar la vida, mientras el Estado no tiene la menor idea”, lanzan desde una de las asambleas que hace cine en la calle para seguir agrupando a los vecinos.

Dos hechos resultan notables. Uno, cómo las asambleas se mantienen y crecen en sus barrios, pese a las enormes dificultades que deben sortear. Dos, que las radios pueden jugar un papel destacado como difusoras y como nexos entre asambleas, cuando ya no pueden realizarse grandes reuniones presenciales. Recuerdo que las radios nasa, en el sur de Colombia, son también ejes de la resistencia en esta coyuntura crítica. Contribuyen a lo que Alberto Maturana denomina como “acoplamiento de conductas”.

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La población de Lima está migrando masivamente a los pueblos de la sierra. Comenzaron pequeños grupos, a pie, en coches y camiones. Son tantos que el Estado abrió una página web para anotar a aquellos que quieran salir de Lima. Hasta el 5 de abril se anotaron 167 mil personas, de las cuales sólo fueron trasladadas unas 4.500. Apenas el 3%. Esa es la capacidad de respuesta del Estado.

Es evidente que son muchas más. Imposible saber cuántas, pero encarnan un sentimiento profundo. Huyen del hambre, de dormir en la calle y, sobre todo, de la soledad. “Mi hija y yo estamos pasando hambre en Lima, mientras mi mamá come pescado y verduras en su chacra”, comenta alguien retornando a su pueblo.

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