Adiós, Caifán, no acabarán tus flores, no cesarán tus cantos

Beatriz Zalce

A nosotros, a Gloria, a Sonaranda, a Ernesto, al Trío Los Morales, a Gabino pero sobre todo a Marta, a Modesto, a Valentina, a Susana…

El miércoles en la tarde te internaron con síntomas de Covid 19. Unas horas después estabas mejorando. Pero en la tarde de este Día del Niño la noticia llegó: “Acaba de fallecer Óscar”. En la Conferencia de prensa Covid 19 de este 30 de abril no dijeron tu nombre. Sólo dieron una cifra: en México, desde el 18 de marzo, han muerto 1,859 personas. Tú entre ellas. Pero en la Mañanera del 1° de mayo sonó Por ti en Palacio Nacional y vimos a reporteras y reporteros emocionarse, tararear, llevar el compás, cerrar los ojos por aquello de “por ti me he puesto a sollozar como el cielo: me ha dado por llorar…”.

Un día tu abuela te dijo: “Se está muriendo gente que antes no se había muerto”. Y te reías al recordarlo. Y tenías muchas formas de reírte: con alegría, con tristeza, con coraje o para no tener que agregar nada más. Martín Juárez, amigo tuyo tan tuyo, tan cercano murió un 30 de abril también, hace 16 años.

La primera pregunta de la primera entrevista que te hice, allá por 1995, fue “¿Qué es cantar lo vivido?”. “Es descongestionarte, soltar la rabia que trae uno de tantas cosas estúpidas, es un afán de recordar”. Estabas por presentar el álbum México 68. Habías participado muy activamente en el Movimiento Estudiantil. Una fotografía de Héctor García te muestra en pleno recital en la explanada de CU. Cantabas canciones de la Revolución Mexicana, piezas cubanas de Nicolas Guillén, de Carlos Puebla, Las Preguntitas sobre Dios de Atahualpa Yupanqui, El Angelito compuesto por un maestro rural chileno.

Estabas muy contento con el material recopilado. Hiciste dos discos, pero pudiste hacer más. Incluiste las composiciones de Antonio García de León, irreverente, mentando madres con su jarana: reflejaba bien el estado de ánimo de los jóvenes. Incluiste a Judith Reyes, pero con mucho tiento para no caer en lo panfletario. Se incluyeron solitos Chava Flores “el querido horroroso alburero”, Ángel Parra y la carta de Margarita, una muchacha que vio brotar sobre la camisa de su novio una flor roja que le cegó la vida en la Plaza de las Tres Culturas. Unas “queridas brujas” contribuyeron también: Ofelia Medina leyendo la carta y Eugenia León cantando. Susana Salazar hizo la voz del niño que le pregunta a su papá qué es un granadero. Dedicaste ese álbum a Amparo Ochoa que acababa de morir y al EZLN que acababa casi de nacer.

En tu oficina en Ediciones Pentagrama te rodeaban los libros, los discos, las fotos, las tazas promocionales de tus conciertos, los carteles diseñados por Rius y Rafael López Castro. Ahí compartías anécdotas:

“El día que salió el libro Cien años de soledad, yo andaba por la Zona Rosa. En la Librería de Cristal que estaba sobre Niza, vi el libro y lo compré. Dando la vuelta para irme al Perro Andaluz, me topé con García Márquez: Ay, mira, aprovechando el viaje… Le tendí el libro y muy lindo me lo dedicó. Años después me dijo: El primer libro de Cien años te lo dediqué a ti. Me gustaría tenerlo. Yo encantando te lo doy, le contesté, pero dando y dando, trueque total: te lo cambio por todas tus obras completas, autografiadas.”

En el año 2002 cumpliste 40 años, no de edad: “Ya rebasé ese pueblito”, tampoco de actividad profesional, ésa la empezaste antes, sino de grabar discos, 40 años… Habías estudiado teatro, fuiste actor de cine y de radio; director, poeta en tus ratos libres. Grabaste casi un millar de canciones tradicionales folklóricas, románticas, de protesta.

En esa ocasión te pregunté “¿Por dónde está tu esperanza?”. “Un poco en la gente joven… que abra los ojos, que no se deje arrastrar por todas estas ignominias. Estoy igualmente escéptico que tú, pero es que no se ven muchas salidas inmediatas. ¡Y nos faltan cuatro años! ¡En dos años qué capacidad insólita para cometer pendejadas, qué horror! Trato de no decir palabrotas, pero a veces no queda de otra que soltarla porque no hay de otra. Están aprovechando para hacer y deshacer. ¿Hasta donde se los vamos a permitir?”

Considerado un cantor de protesta, afirmabas: “Lo que queda de los hechos capitales como el Zapatismo, el 68 o la Guerra Civil Española no son las crónicas. Quedan las canciones de amor. Ésas son las importantes. Mucha gente me reclama por qué no sigo cantando canciones de protesta. Nada, no me estoy escapando ni me estoy haciendo buey, para nada. La canción popular aquí y en cualquier parte del planeta conlleva elementos de protesta, de reclamo. No necesita etiquetarlos”.

Te enojabas, te angustiabas, nunca te alzabas de hombros: “El día en que los mexicanos, los cien millones que somos, pensemos un poquito, este país será otra cosa. Pero mientras lo enajenen con estupideces en la televisión, con hartos partidos de futbol y la virgen de Guadalupe, con toda esa masificación bestial, seguiremos controlados. Bueno, seguirán, porque yo no.”

Te emocionó mucho cuando un sábado al mediodía te hablaron por teléfono para citarte en El Rincón Zapatista: Ahí te encontraste con Hermann Bellinghaussen. A los cinco minutos llegaron los Comandantes y te regalaron una guitarra decorada por ellos. Puede verse en ella una luna, al Subcomandante Marcos, al escarabajo Durito y la dedicatoria “Para Óscar Chávez y Los Morales: La Otra Guitarra”. El comandante Zebedeo se refirió a ti como: “Un artista desde la conciencia de su pensamiento”.

“Tengo otra guitarra entrañable que decoró Rius y una guitarra que iba a decorar Rogelio Naranjo. He tenido muchas guitarras, pero en el tráfago de las giras siempre se dañan. Tengo una tipo flamenco, muy bonita, que me compré hace muchos años en España. En un aeropuerto me la hicieron pinole y la mandé reconstruir, es la que uso.

“La guitarra es una acompañante maravillosa. No me considero un buen guitarrista. Mi papá tocaba precioso y cantaba. De ahí me viene. Crecí escuchando viejas canciones. ¿Mi primera guitarra? Debe haber sido una muy barata. Te digo que han pasado tantas que ni me acuerdo.”

Le compusiste una canción a la guitarra. Y la titulaste así: Guitarra. A secas. No la cantaste ni la grabaste: no terminó de madurar.

-El poeta brasileño Vinicius de Moraes compara la guitarra con una mujer -te dije a modo de pregunta…

“Claro, tiene su lógica. La abrazas, la cachondeas. Los instrumentos musicales, no todos, pero sí algunos, por alguna razón inmemorial, tienen que ver con el cuerpo femenino. Es más fácil abrazar una guitarra que a un tololoche”.

Naciste en la Ciudad de México en marzo de 1935, pero eres, perdón no puedo decir todavía “eras”, de origen zacatecano, primo de los Lizalde, del poeta y del actor. Tu bisabuelo, el general Trinidad García de la Cadena, fue un rival político de Porfirio Díaz, quien lo mandó matar. El parque de la Cadena, en la Ciudad de Zacatecas, le rinde tributo. Pasaste tu adolescencia en la Santa María la Ribera, cuando era un barrio bonito -decías, y aprovechabas para criticar el piso desnivelado, el cableado eléctrico que no te deja ver el cielo más que a través de ese arácnido macramé.

Tus poetas favoritos: López Velarde, también Octavio Paz y su Piedra de Sol y ¿De qué podría hablar?, José Gorostiza con su Muerte sin fin, José Emilio Pacheco con su “hermosísimo poema Alta traición, al que me atreví a ponerle música. Es magistral porque en diez frases te define su país, su patria, su amor, todo y queda para la historia, Alí Chumacero y Jaime Sabines, a pesar de todas las barrabasadas políticas que cometió”.

Por ti, La niña de Guatemala, Macondo, Hasta siempre no pueden faltar en tus conciertos. Tu favorita, sin embargo, es Se vende mi país cuya letra y música son tuyas: “Se vende mi país, se vende en frío./ Lo único que tenía que era mío./ Se vende mi país y yo me chingo./ Se vende al extranjero y a lo gringo./ Se venden sus memorias y sus recuerdos./ Lo avientan a las hienas y a los cerdos. /Se venden mi país puro y entero/ por un pinche puñado de dinero. /Yo no lo vendo, no porque lo quiero./ Yo no lo vendo, no, mejor me muero…”.

Año con año durante cerca de veinte agostos nos vimos para conversar sobre el concierto en el Auditorio Nacional. No te gustaban las entrevistas, no te gustaban los reporteros, en general, y si eran impuntuales, menos. En una ocasión un editor de cultura propuso que uno de sus reporteros te acompañara durante 24 horas, que te siguiera los pasos, que estuviera contigo en el ensayo, en las entrevistas, que te viera sorber tu café y fumar, que no se te despegara ni para ir a la tintorería y que diera cuenta de tu paseo con Lucas, el Chihuahua de tu Chaparrita querida, que se desvelara contigo. Lo mandaste a volar: “¡Ni que fuera Talía!”.

Se decía que preferías entonar canciones que respuestas. No te gustaban las entrevistas, pero si las conversaciones.

Tímido Caifán, muy muy tímido. Haber actuado en películas y telenovelas, haber hecho programas de radio, grabado más de 78 álbumes entre los que se cuentas La Navidad Mexicana, Canciones de la Guerra Civil y la Resistencia Española, México 68, Chiapas, Latinoamor, Cantos Ferrocarrileros, Herencia Lírica Infantil, No la chiflen porque es cantada, No me toquen ese vals y tantos y tantos y tantísimos más; el haber sido el primer cantante de música tradicional popular en presentarse en el máximo foro, es decir en el Palacio de Bellas Artes, nada de eso te ha curado la timidez.

A fines del año 2011 recibiste el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Artes y Tradiciones Populares. Máximo galardón que entrega la Secretaría de Educación Pública. Para que el jurado calificador pudiera decidirse entre los diferentes “candidatos”, éstos debieron presentar un currículum vitae de lo más completo. Para Marta de Cea, tu representante “y feroz promotora” implicó revisar y documentar cada una de tus actividades, casi desde que eras un niño que aprendió a cantar escuchando a su papá, que recibiste una Diosa de Plata y un Premio Ariel por tu actuación en la película Los Caifanes (1966) que participaste en la entrañable María de mi corazón y, para acabar pronto, que llevas más de medio siglo cante y cante…

En un boletín de prensa que Ediciones Pentagrama hizo circular con motivo de tu décimo séptima presentación en el Auditorio Nacional, se refirieron a ti como “leyenda viva”. Y tú te reíste. Una vez más. Como si hubieras oído un chiste, como si se tratara de una puntada. “Lo importante es que esté vivo, vivo y trabajando. Lo de “leyenda” es lo de menos.”

Hablabas del viejo y el nuevo Auditorio Nacional. Al primero le cabía un mar de gente; al segundo, sólo diez mil almas -explicabas. Te preocupaba y mucho que la gente fuera al concierto porque les tenías preparado un recital a veces de más de treinta piezas y buscabas darle variedad no sólo al repertorio con piezas de toda la República, sones, canciones románticas, boleros, parodias políticas. Decir Auditorio Nacional era también la oportunidad de hablar de tus compañeros de camino: Amparo Ochoa, Tehua, Los Folkloristas, Gabino Palomares. Imprescindibles todos ustedes en aquellos conciertos maratónicos para apoyar a las mejores causas, para darle vida y alma a los Festivales de Oposición, para estar hombro con hombro con los condenados de la tierra…

Pero, ¿cómo olvidarte en marzo del 2001, a la salida del Congreso de la Unión, mientras la Comandanta Esther pedía el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés, tú cantabas: “Por ti, bella Mariana, por ti lo puedo todo/ El mundo entero, si me mandas/ te lo pongo de otro modo…”. ¿Y cómo olvidar el marzo del 2000 cuando en pleno concierto “Un abrazo, René” en el Museo de Culturas Populares, le preguntaste a René Villanueva -apenas repuesto del diagnóstico de cáncer y de su primera quimioterapia- qué canción quería que le cantaras y, a petición suya, entonaste Román Castillo?

Y puesta a recordar evoco la emoción de mi mamá cuando se acercaba agosto, cuando le decía que te iba a entrevistar y luego le preguntaba si me acompañaba a oírte al Auditorio. Se bañaba y arreglaba con más esmero que de costumbre. Estaba lista desde la mañana. Se sentaba en la oscuridad del Auditorio y te miraba, se reía, se sorprendía, te aplaudía como nadie más, como a nadie. Una vez oyó una voz femenina gritarte “¡Papacito!” se volteó hacia mí: “Es cierto que además de guapo canta bonito y es simpático”. Lo dijo en voz muy baja, con una timidez sólo comparable con la tuya.

Murió René y lo pude platicar contigo y me encaminaste hacia Susana. Murió mi Mamá y lo pude platicar contigo. Pero te mueres y nosotros, ¿dónde ponemos nuestra tristeza?

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5 Respuestas a “Adiós, Caifán, no acabarán tus flores, no cesarán tus cantos”

  1. Xoana Mañon

    Excelente texto, querida Beatriz. Andamos tristes, huérfanos, con preguntas sobre Óscar… por qué así, por qué ahora. Él que nos dio con tanto amor su voz, su sensibilidad, su convicción, su congruencia, su vida. Su voz se apagó pero sigue viva en su legado. Gracias y «hasta siempre…»

  2. Braulio Peralta

    Beatriz querida: esta crónica es hermosa porque desnuda el espíritu de Óscar Chávez y nos demuestra que el periodismo no es una escuela de aprendizaje sino una vida de nuestros gustos. Te quiero.

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