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“¿A dónde desea hablar?”, sindicato de telefonistas, historia de trabajo y derechos laborales

Yunuhen Rangel/ Desinformémonos

Ciudad de México | Desinformémonos. “¿A dónde desea hablar?” era la frase más usada por las telefonistas de México en los años cincuentas a los noventas y es el titulo del libro que describe la vida cotidiana de las operadoras que pasaban largas horas frente a un tablero con focos y cables enlazando llamadas. En una silla incomoda y con un micrófono de diadema que pesaba más de un kilogramo y desde se comunicaban y comunicaban al mundo. Ellas, gestaron también una lucha sindical emblemática que ganó derechos que hasta hoy se gozan. Así lo narra Hena Carolina Velázquez autora del libro.

“Hoy el trabajo de los sindicatos es fundamental para quienes están empleadas, pero también para los derechos de quienes se jubilan” dijo a Desinformémonos, Hena Carolina Velázquez, escritora, periodista, psicoterapeuta, narradora oral y ex telefonista que esta tarde presenta su libro ¿A dónde desea hablar?.

Punto la Gozadera, ubicado en la plaza de San Juan el centro histórico de la Ciudad de México, frente al Centro Telefónico San Juan, una de las sedes de teléfonos de México dónde aún laboran operadoras. A las 17 y 19 horas Carolina compartirá las experiencias de la vida cotidiana de las telefonistas así como la lucha que libraron por sus derechos laborales.

“Pasábamos el día frente al tablero al que llamaban marido por que era con quien más compartían tiempo y además nos mantenía”, se trataba del tablero, describe Carolina, en el que las llamadas eran respondidas y conectadas al lugar que el “cliente”, pedía ser comunicado. Los asientos desde los que se desarrollaban, las telefonistas, esta labor, eran rígidos y sin respaldo colocados en un espacio reducido, “Eran filas de doce operadoras una junto a la otra en pequeños espacios”.

Trabajaban de forma “casi” ininterrumpida en horarios mezclados que permitían que el servicio de comunicación funcionara las 24 horas los 365 días del año y “entretenerse”, describe Carolina, “era una pérdida de dinero para la empresa”, por lo que incluso los turnos para ir al baño o descansar eran “cuidadosamente programados”.

Los horarios eran negociados todo el tiempo, describe Velázquez que una vez que se publicaban los horarios de cada una el día viernes, “comenzaba la gritadera de: Cambio este horario por aquel… ¿Quién me trabaja tal horario?, y así hasta llegar a un acuerdo y acomodarte lo mejor posible con los horarios”, y hoy en día: “esa negociación se hace por wats app” comenta una telefonista actual.

Entre todo el trabajo y bajo esas condiciones laborales también había “convivencia”, asegura Carolina, “íbamos a bailar, a comer al mercado cercano, hacíamos fiestas en la casa de alguna, cantábamos juntas, nos dolíamos por las penas de alguna compañera y nos alegrábamos con las buenas noticias”.

Los días de las telefonistas, describe Carolina, giraban “entre estas noticias, los horarios, el lunes que era día de pago y lo que sucedía en el mundo sindical y las condiciones laborales”, dice, era el contexto en el que las telefonistas comenzaban a enfermar. Por los focos del tablero, la dureza de los asientos, las jornadas laborales, el peso del micrófono en la cabeza y el repique que hacían ciertos ruidos de la conexión de llamadas en el tímpano de las telefonistas.

Así fue que comenzaron a familiarizarse con otros términos como: “Mitin, marcha, asamblea, contrato colectivo, derechos laborales, policía, ejercito, huelga”, narra Carolina, como la que comenzó en 1979 y a la que se sumaron todos los trabajadores de Teléfonos de México en solidaridad con las operadoras para lograr mejores condiciones laborales, atención a la salud, “por primera vez firmamos un convenio negociado con la empresa, triunfamos”.

El gusto duró por dos años, según la experiencia de Velázquez, cuando en 1980, en una nueva huelga, las operadoras son suplidas por mujeres que llegaron a las oficinas en patrullas, con la cabeza cubierta a suplir el trabajo de las inconformes, “las encapuchadas les llamamos y luego supimos el nombre de prácticamente todas. Nos habían traicionado. Tuvimos que regresar a trabajar sin haber ganado mejoras”.

Entre todas decidieron que a las “encapuchadas” se les dejaría sin los beneficios que la antigüedad les daba como operadoras, como conseguir un horario fijo, describe Carolina, entre otros, pero, dice, “al final todas nos perdonamos cuando el 11 de septiembre de 1985 todas se quedaron sin trabajo luego del temblor que sacudiera a México y que, recuerdan, que “el mundo pensó que México había dejado de existir debido a que por primera vez las comunicaciones fueron interrumpidas”.

“Duramos nueve meses en la calle”, recuerda Carolina, y reconoce que fue gracias al contrato colectivo que pudieron volver a ocupar su puesto, “trabajando una semana si y otra no”. Luego de eso, describe la llegada del mundo digital que definitivamente dejaría a algunas “sin esperanza de vuelta”. En octubre de 1993 finalmente se cierra la “central Victoria”, y “con una manta azul con blanco se da la despedida a las operadoras”.

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