Foto: Pedro Ramos
«Ni la tierra ni las mujeres son territorios de conquista», afirma la histórica frase. Desde la organización Consciente Colectivo detallan, en el marco del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, la relación entre la lucha feminista y el rechazo al extractivismo. Y recuerdan: «Los econfeminismos son una propuesta para repensar los vínculos con los territorios».
Este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, nos encontramos nuevamente en las calles como todos los años. Este miércoles marchamos en el verano más caluroso que se ha registrado, en un contexto de crisis climática y extractivismo que sigue sacudiendo cada vez más nuestra calidad de vida y la vida que habita en este planeta. La crisis ambiental ya está acá y nos afecta todos los días.
Cuatro de los cinco veranos más calurosos de la historia sucedieron en la última década. Estas condiciones climáticas, los cortes de luz, la inminente falta de agua por falta de suministro y la feroz sequía que ha afectado a todos los sectores de nuestro país afectan directamente a quienes ponen su vida a total disposición de las tareas del hogar y los cuidados de adultos mayores e infancias.
En este contexto, es imposible poner la mirada en otro lado y desentenderse de la lucha ambiental cuando somos las mujeres las primeras en ser afectadas por la crisis climática.
Vivimos un presente de saqueo de la tierra y de crisis de los cuidados. Por eso, este 8M paramos: para que dejen de considerar tanto a la naturaleza como a las feminidades un recurso a disposición para explotar. Decimos basta al saqueo de nuestros bienes ambientales y de explotación invisibilizada de nuestro trabajo reproductivo, decimos basta al agronegocio y al ecocidio.
Las mujeres en el frente de la lucha
Las mujeres paramos porque somos no solamente víctimas centrales de la crisis ambiental y del cuidado, sino que somos las primeras defensoras del ambiente. Como reporta la ONG Global Witness, Latinoamérica es la región más mortífera para activistas ambientales desde que la organización ha empezado a registrar los casos en 2012. Los datos del año 2019 nos muestran que de 212 casos de activistas asesinados, uno de cada 10 fueron mujeres. Todas, caracterizadas por ser pilares de sus comunidades. La mayoría de ellas destacadas por su trabajo de cuidado y/o reproductivo.
No es menor aclarar que la violencia que estas activistas reciben no es solamente basándonos en su actividad política, sino que esto es agravado por el género.
Como primeras cuidadoras de la sostenibilidad de la vida somos las más afectadas en los territorios. Sin embargo, somos estadísticamente las que menos poseemos titularidad sobre la tierra.
Desde la hacinamiento en las grandes ciudades hasta el terror de ser fumigadas por las noches, y que enfermen nuestros cuerpos con venenos ilegales, nosotras somos la primera línea de defensa.
Desde los ecofeminismos es que podemos entender a las demandas ambientalistas y feministas como interconectadas a través de una mirada integral de sistemas que instrumentan a la naturaleza y subordinan a las mujeres. La inequidad nos ataca desde todos los frentes al ser las responsables del cuidado y la reproducción.
En cuanto a la crisis ambiental: no es distinto. Seguimos estando en desventaja, mientras más grave se torne la situación climática mayor será la carga desproporcionada de cuidados y necesidades que llevan las mujeres. Somos las primeras en estar en disposición cuando alguien enferma, sean niños o ancianos, además de ser las más expuestas a las situaciones ambientales peligrosas.
Hace unos días, Revista Sudestada publicó un artículo señalando el descubrimiento de agrotóxicos (organoclorados/organofosforados) en placentas de mujeres de la Patagonia evaluadas por científicos de la Universidad Nacional de Comahue. Estos fueron encontrados en un 100 por ciento de las muestras tomadas y constataron que la presencia de estos venenos afectan, por supuesto, directamente al crecimiento y desarrollo del feto. “Mayor exposición a los plaguicidas, menor peso al nacer”, indicaron los expertos.
“Los resultados indican que las mujeres están expuestas simultáneamente a una gran mezcla de neurotóxicos potencialmente peligrosos, los cuales podrían afectar a los neonatos a través de transferencia placentaria”, señala.
En la zona predominan los campos de manzanas, peras y frutas finas. A excepción de las alternativas agroecológicas u orgánicas, estas producciones reciben baños permanentes de plaguicidas habilitados por el Servicio de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa), pero no por ello menos nocivos para la salud humana y ecosistémica.
La crisis del cuidado, una deuda del Estado
La inequidad del sistema nos mata. Desde la inequidad salarial y las violencias económicas que llevan a miles de mujeres a depender de violentos por años o a las miles de denuncias desestimadas por violencia de género por parte de la Policía.
El sistema no está diseñado para nosotras. Confía en que nosotras somos el sostén de la vida, de los cuidados, de la reproducción; en un mundo donde todo se paga y en un país donde todo es caro, nos encontramos ante una crisis del cuidado enorme.
El género en esta instancia es un eje estructurante crucial de las desigualdades sociales. La división sexual del trabajo le es funcional a muchos actores. El Estado no es uno que lo desaproveche: le conviene.
Los roles de la división sexual del trabajo están bien diferencialmente asignados. Por un lado, tenemos al proveedor económico (el Estado) y por otro las proveedoras de cuidados (las mujeres), las tareas de reproducción y de sostén de vida son donados por nosotras como un tributo vital. Esta invisibilidad del costo de las tareas y saberes imprescindibles para el sostén y reproducción de la vida constituye uno de los mecanismos fundamentales para la reproducción de las estructuras, los elementos de la violencia y del poder patriarcal.
En los ecofeminismos existe un paralelismo entre la explotación de nuestros cuerpos y la explotación de nuestros territorios. El ejemplo que mencionamos pone en evidencia, una vez más, que el agronegocio no solamente se encarga de destruir nuestro suelo, sino que también se encarga de deteriorar nuestra salud. Si bien no sabemos de qué formas la crisis climática nos seguirá afectando, ni cómo llegará, estamos seguras de que se traducirá en pérdida de calidad de vida. Son los econfeminismos los que emergen —cada vez con más fuerza— como una propuesta para repensar nuestros vínculos y los vínculos con los territorios que habitamos.
Este 8 de marzo marchamos en contra del agronegocio, en contra del saqueo a nuestros territorios, por las mujeres que no pueden marchar por seguir sosteniendo sus espacios de trabajo o por ser las únicas para sostener las tareas de cuidado del hogar. Por las que ya no están y por las que vendrán, este 8 de marzo las mujeres paramos y reclamamos esta deuda de nuestras democracias, de equidad, de género, social, económica y política.
*Activistas de Consciente Colectivo.
Publicado originalmente en Agencia Tierra Viva