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A 15 años de la rebelión del 2001: Repensar construyendo

Resumen Latinoamericano

foto: Enrique García Medina / Telam 

Desde aquel 20 de diciembre, ya nada sería igual. Apenas tenía 16 años y alguna que otra movilización encima, pero los que vivimos aquella jornada no lo dudamos jamás, sabíamos que ese día no era uno más. El estado de sitio decretado por el presidente De la Rúa, luego de todo un día de saqueos fogoneados desde el PJ pero protagonizados por un pueblo hambriento que desde hacía años ya no se dejaba ocultar, fue el detonante de la bronca acumulada luego de años de resistencia. De a cientos salíamos a la calle la noche del 19, algunos quedaban en las esquinas de los barrios prendiendo fuego basura y otros nos agolpábamos en las avenidas, era una marea humana que avanzaba a Congreso y luego a Plaza de Mayo. Allí nos recibió la policía a gases lacrimógenos y balas de goma, dando inicio a una batalla que duraría hasta largas horas de la noche y se reiniciaría al otro día hasta que por la tarde el helicóptero se llevase al renunciante presidente, sin antes dejar decenas de los nuestros muertos tirados por las calles. Por primera vez, había visto a la policía retroceder, una y otra vez, esa imagen quedo grabada en mi conciencia y me acompaña desde aquellos días la certeza de que cuando un pueblo se decide a avanzar nada lo puede detener.

Aquellas jornadas, representaron el fin del modelo neoliberal noventista. Este proceso abarcó a casi toda la región sudamericana con distintas manifestaciones. En nuestro país, el estallido social fue el resultado de años de resistencia, el movimiento de desocupados fue el gran protagonista. Retomando el histórico método del piquete, los marginados del sistema ponían en las rutas lo único que les quedaba, su cuerpo. Y así ganaron notoriedad los pueblos de Cutral Co, Tartagal, Matanza y tantos otros. La consigna “piquete y cacerolas, la lucha es una sola” que agitábamos en los días posteriores al estallido y que se hacía eco en el pueblo movilizado, fue la expresión de deseo de trazar un camino común entre la vieja y la nueva resistencia, entre el pueblo humilde y los sectores medios, entre el movimiento piquetero y el asambleario que formamos tras la rebelión. Claro que también confluyeron aquel 19 y 20 otras resistencias, como el santiagazo y las grandes puebladas del interior del país, los jubilados de Norma Pla y los miércoles, los estudiantes que defendimos la gratuidad de la escuela pública y que desplazamos de nuestras organizaciones a la cómplice Franja Morada, los ferroviarios y petroleros que lucharon contra las privatizaciones, los docentes y los estatales que enfrentaron la precariedad, los ahorristas estafados y tantas otras.

Desde aquel 20 de diciembre, ya nada sería igual. Apenas tenía 16 años y alguna que otra movilización encima, pero los que vivimos aquella jornada no lo dudamos jamás, sabíamos que ese día no era uno más. El estado de sitio decretado por el presidente De la Rúa, luego de todo un día de saqueos fogoneados desde el PJ pero protagonizados por un pueblo hambriento que desde hacía años ya no se dejaba ocultar, fue el detonante de la bronca acumulada luego de años de resistencia. De a cientos salíamos a la calle la noche del 19, algunos quedaban en las esquinas de los barrios prendiendo fuego basura y otros nos agolpábamos en las avenidas, era una marea humana que avanzaba a Congreso y luego a Plaza de Mayo. Allí nos recibió la policía a gases lacrimógenos y balas de goma, dando inicio a una batalla que duraría hasta largas horas de la noche y se reiniciaría al otro día hasta que por la tarde el helicóptero se llevase al renunciante presidente, sin antes dejar decenas de los nuestros muertos tirados por las calles. Por primera vez, había visto a la policía retroceder, una y otra vez, esa imagen quedo grabada en mi conciencia y me acompaña desde aquellos días la certeza de que cuando un pueblo se decide a avanzar nada lo puede detener.

Aquellas jornadas, representaron el fin del modelo neoliberal noventista. Este proceso abarcó a casi toda la región sudamericana con distintas manifestaciones. En nuestro país, el estallido social fue el resultado de años de resistencia, el movimiento de desocupados fue el gran protagonista. Retomando el histórico método del piquete, los marginados del sistema ponían en las rutas lo único que les quedaba, su cuerpo. Y así ganaron notoriedad los pueblos de Cutral Co, Tartagal, Matanza y tantos otros. La consigna “piquete y cacerolas, la lucha es una sola” que agitábamos en los días posteriores al estallido y que se hacía eco en el pueblo movilizado, fue la expresión de deseo de trazar un camino común entre la vieja y la nueva resistencia, entre el pueblo humilde y los sectores medios, entre el movimiento piquetero y el asambleario que formamos tras la rebelión. Claro que también confluyeron aquel 19 y 20 otras resistencias, como el santiagazo y las grandes puebladas del interior del país, los jubilados de Norma Pla y los miércoles, los estudiantes que defendimos la gratuidad de la escuela pública y que desplazamos de nuestras organizaciones a la cómplice Franja Morada, los ferroviarios y petroleros que lucharon contra las privatizaciones, los docentes y los estatales que enfrentaron la precariedad, los ahorristas estafados y tantas otras.

El sistema vivió una crisis orgánica en términos de Gramsci, la clase dominante perdió el consenso, el grito común de “que se vayan todos” fue la expresión más clara de ello. Sin embargo, los dominados no supimos construir un proyecto común capaz de oponérsele. El kirchnerismo tomaría varias banderas de aquellos días otorgando distintas conquistas sociales, se encargaría de reconstruir el consenso del sistema sin alterar su estructura económica dependiente ni construir herramientas que empoderen al pueblo movilizado.

En estos tiempos de nuevas derechas, se ha abierto un nuevo ciclo político en la región al cual no le caben viejas categorizaciones. Los derechos conquistados se encuentran amenazados y la resistencia vuelve a ser protagonizada por el sector que en aquellos días como en la actualidad ha demostrado ser el más dinámico de la clase trabajadora que son los marginados del sistema. Estos marginados, viejos desocupados que tuvieron que reinventarse para sobrevivir, hoy se reconocen como trabajadores y trabajadoras de la economía popular y ya no parten de cero, cuentan con una experiencia acumulada de más 20 años de lucha. Por eso recordar a quince años aquel 19 y 20 de diciembre del 2001, es un ejercicio necesario para repensar los límites del pasado, tener presentes aquellos sueños y construir el camino para hacerlos realidad.

Texto publicado originalmente en la Revista Venceremos  y en Resumen Latinoamericano 

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