12 años de esperanza entre arena y nopales

Helena Fabré Nadal

El colectivo “Justicia y Esperanza” de San Luis de la Paz se moviliza ante la doceava conmemoración de la desaparición forzada de sus familiares

Mariela dice que ahora ya llegan los días en los que recuerda más a Ale. Viene la temporada de calor y de viento que levanta la tierra como aquella tarde en la que su hermano se fue. En la sobremesa, sigue recordándolo: “hoy es 7 de marzo y pienso que estas fueron las dos últimas semanas en las que convivimos con mi hermano. Esa tarde del 21, cuando Ale nos dijo que ya se iba para el norte, hicimos una carne asada para despedirlo. A mí me dijo, échale ganas, tienes que terminar de estudiar, porque él nos iba a ayudar a todos los hermanos menores con los estudios, y ya no fue así. Ahora veo la casa y me acuerdo de cómo cambió desde ese momento; antes no había la entrada, ni la cocina estaba como está ahora. Todos pasamos también por la edad que Ale tenía cuando se fue, 12 años ya, Helena. 12 años ya [suspira]. Cada rato se acuerda uno de él, pero en estos días los recuerdos llegan más”. 

El 21 de marzo de 2011, Alejandro Castillo, hermano de Mariela, se fue para Estados Unidos junto con otros 21 migrantes. Salieron de comunidades cercanas a San Luis de la Paz, Guanajuato, donde hay una larga tradición migratoria, sobre todo de hombres. Cuando migraron, eran muy pocas las opciones de empleo en la región, y como sigue sucediendo en la actualidad, las personas salían de la comunidad para construir sus casas, mantener a sus familias y ofrecerles una vida digna.  

El grupo de 22 migrantes de San Luis de la Paz salió con dos coyotes –personas que, en algunos casos respondiendo a la tradición familiar y del entorno, se dedican a cruzar migrantes a Estados Unidos– y, por lo menos, dos personas más de Hidalgo que también se sumaron al viaje. Hasta la fecha se encuentran desaparecidos; sólo se encontró el cuerpo de uno de los coyotes en las 48 fosas de San Fernando, Tamaulipas, halladas en 2011. Cuando en la comunidad se expandió el rumor de que estaban desaparecidos, de boca en boca supieron que otros jóvenes iban en ese viaje y las familias empezaron a reunirse. Juntas fueron a las casas de los coyotes a preguntar por ellos, pero ante la falta de respuestas del paradero de sus hijos, esposos, hermanos, padres y vecinos, crearon el colectivo de búsqueda “Justicia y Esperanza”. 

El 14 de marzo de este año, a una semana de la doceava conmemoración de la desaparición de los 22 migrantes, el colectivo viajó de noche desde sus comunidades con el objetivo de llegar de madrugada al Zócalo de la Ciudad de México. El grupo estaba compuesto por  señoras mayores, niños y mujeres con sus hijos cobijados para soportar el frío de la mañana. Su propósito era hacerle llegar al presidente Andrés Manuel López Obrador la siguiente pregunta: ¿por qué a cuatro ciudadanos estadounidenses los localizaron en tres días[1], y nosotras llevamos esperando 4,300 días? ¿Por qué? ¿Podría usted atender el caso y recibirnos? A pesar de celebrar el hallazgo de los cuatro estadounidenses, las mujeres dejaron en claro que por ser mexicanos, sus familiares no están siendo buscados por su propio país. Su pregunta tampoco pudo entrar a la audiencia de la mañanera del presidente, sin embargo, entregaron una carta solicitando que las atendieran, sin que aún hayan obtenido respuesta. En la madrugada empezaron a cubrir parte del Zócalo con las mantas de los desaparecidos y sus fichas de búsqueda y ya entrada la mañana llenaron la plaza de consignas y de los nombres de sus familiares desaparecidos.

Al terminar, se desplazaron a la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) de la Ciudad de México para presentar una queja en contra de la Fiscalía General de la República, la Fiscalía General del Estado de Guanajuato y la Comisión Nacional de Búsqueda de personas desaparecidas, por omisiones y falta de investigación a lo largo de estos 12 años. A pesar de las horas sin dormir y de los kilómetros recorridos, la CNDH las recibió afuera de las instalaciones en una estrecha acera del periférico desde la cual, entre coches y camiones, era difícil hacerse escuchar. 

Como si estuvieran leyendo la mente de las mujeres del colectivo, quienes entre ellas se decían “ojalá empiece a llover para que nos dejen entrar”, cayeron las primeras gotas. Una vez adentro, desde una sala improvisada, las familias denunciaron el paso de los años sin respuestas: “en un principio empezamos algunas que ahora ya estamos avanzaditas de edad, y es injusto que ahora ya crezcan las muchachas, las hijas de los desaparecidos [volteando hacia ellas], o el hijo de otro que no conoció a su papá, o un hermano… él estaba bien chiquito, y miren ahora [haciendo un repaso de los asistentes más jóvenes]. Y es demasiado injusto que pasen y pasen los años, y ya después van a ser quiénes, ¿los hijos de ellos, los que sigan buscando? Es demasiado el tiempo, es demasiado el desgaste para todos y creo que no es justo para nadie”, dijo María del Carmen, cuñada de uno de los desaparecidos, agregando que algunas de las madres y padres de los desaparecidos ya fallecieron sin saber de sus hijos.

El 19 de marzo, desde sus comunidades, donde el viento y el clima no permiten ocultar que otra vez llegó marzo y que se cumple un año más sin saber de ellos, las mujeres de “Justicia y Esperanza” dedicaron una misa a los 22 desaparecidos y organizaron un convivio para hacerles memoria. Aunque el día de la conmemoración es el 21, se reunieron en domingo ya que muchas de ellas –esposas, hermanas, hijas, cuñadas– salieron a trabajar cuando sus familiares desaparecieron. Entrando a la capilla, Ángela, esposa de uno de los desaparecidos, acomodó las fichas de búsqueda y entre todas les prendimos velas. Afuera se colocó la manta con las fotografías y nombres de todos y durante la misa en dos ocasiones se nombró a cada uno de ellos. Al finalizar, el colectivo tomó el micrófono y la capilla se volvió a inundar de sus nombres al grito de “¡presentes, ahora y siempre!”.

Recuperando un territorio más íntimo, ese día se les hizo memoria desde sus espacios cotidianos, desde el entorno que vio crecer a los 22. Al salir de la capilla, agarraron fuerte la manta y el colectivo caminó gritando consignas y los nombres de los 22, cargando cada una de las fichas de búsqueda con sus rostros, teniéndolos presentes entre sus calles que tantas veces caminaron y que los vieron salir por última vez. Finalmente, se llegó a casa de una de las integrantes del colectivo, quien abrió sus puertas para el convivio. De nuevo, el acto de compartir algo tan cotidiano como los alimentos, fue lo que volvió a juntarlas. 

A pesar del viento, que notifica anualmente que llegó otro marzo sin tener noticias de ellos y hace presente en el aire la ausencia de los 22, marzo también es el mes en que las tunas florecen y los nopales empiezan a crecer. Y junto con los frutos que florecen, las mujeres del colectivo “Justicia y Esperanza” exteriorizan a la comunidad lo que antes del convivio expresó Ángela: “aunque sea aquí mismo, dar a conocer a la comunidad que aunque hayan pasado ya 12 años, nosotras seguimos aquí, y vamos a seguir contra viento y marea hasta que algún día sepamos de ellos, no hemos perdido la esperanza”.

José Manuel Pérez Guerrero, Gregorio Coronilla Luna, Antonio Coronilla Luna, Héctor Castillo Salazar, Santos Eloy Peralta Hernández, Juan Manuel Rojas Pérez, Samuel Guzmán Castañeda, Raúl Trejo Medina, Miguel Jaramillo Palacios, Mariano Luna Jiménez, Ricardo Salazar Sánchez, Valentín Alamilla Camacho, José Humberto Morín López, Miguel Ángel Ramírez Araiza, Ángel Padrón Sandoval, Isidro González Coronilla, Alejandro Castillo Ramírez, Rafael Paz Guerrero, Fernando Guzmán Ramírez, Juan Manuel Duarte Cruz, José Luis Duarte Cruz, José Antonio Guerrero López, ¡presentes, ahora y siempre!

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Helena Fabré Nadal es antropóloga con experiencia en el acompañamiento a familiares que han sufrido graves violaciones a los derechos humanos en México. Estudió la Licenciatura en Antropología Social en la Universidad de Barcelona, con una estancia en la UNAM, así como la Maestría en Sociología Política en el Instituto Mora. Actualmente es Doctorante en Antropología en el CIESAS-CDMX y realiza su trabajo de campo en comunidades rurales de San Luis de la Paz, donde acompaña al colectivo de búsqueda “Justicia y Esperanza” y trabaja sobre los impactos comunitarios de la migración y posterior desaparición forzada de 22 vecinos de las mismas comunidades. 

El Grupo de Investigaciones en Antropología Social y Forense (GIASF) es un equipo interdisciplinario comprometido con la producción de conocimiento social y políticamente relevante en torno a la desaparición forzada de personas en México. En esta columna, Con-ciencia, participan integrantes del Comité Investigador y estudiantes asociados a los proyectos del Grupo (Ver más: http://www.giasf.org), así como personas columnistas invitadas.

La opinión vertida en esta columna es responsabilidad de quien la escribe. No necesariamente refleja la posición de adondevanlosdesaparecidos.org o de las personas que integran el GIASF.

Referencias:

[1] https://elpais.com/mexico/2023-03-07/las-autoridades-encuentran-vivos-a-dos-de-los-cuatro-estadounidenses-desaparecidos-en-tamaulipas.html

*Foto de portada: A 12 años de la desaparición de 23 migrantes guanajuatenses, sus familiares protestaron fuera de Palacio Nacional (Twitter: @plataformagto).

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