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Mitzitón, Chiapas: desdibujando las geografías del capital y territorializando la esperanza

Diana Itzu Luna

Mitzitón, Chiapas, México. Cuentan que en los Altos de Chiapas, en una región tzotzil nació un cerro con forma de “Nariz de perro”, así lo vieron los más viejos de los viejos, los ya todos finados tzotziles que llegaron de Flores Magón, municipio de Teopisca desde 1918; “Fueron 14 los ancianos que hicieron el favor de construir la comunidad”. Comenzaron a recorrer la loma y los bosques, en el andar a construirla y nombrarla Nit-zi-ton, que significa en lengua “Nariz de perro de piedra”. Pero, fue un grupo de funcionarios quienes violentaron la historia caminada sellando en una lámina de la carretera a las afueras de la comunidad el nombre de Mitzitón, con el paso del tiempo así la fueron nombrando.

Mitzitón está abrazado por montes: mil 800 hectáreas de bosques de pinabeto, roble tulan y ocote nacen en pisos fríos que perfuman los aires y pintan de verdes las geografías. Para aquellos que viajan de San Cristóbal de las Casas hacia Comitán o Palenque se toparán con un verde olivo amurallado y paralelamente con un reten militar; es el cuartel general de Rancho Nuevo de la 31 Zona Militar, el cuál se coordina con 23 campamentos en la zona. “El campamento se puso para aquietar a los abuelos, antes de niños íbamos a pescar al lago que ahora es una cancha de básquet pá los militares. Cuando apareció el campamento éramos chamacos y nos daba miedo. Nos apendejamos, por eso lo construyeron; antes se le tenía miedo a la ley, ahora no es así, ya no se quiere la ley porqué miente, ya estamos organizados. Antes eran sólo dos familias, luego 15, y así, hasta ser un ejido firmante de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona”

Mitzitón, esboza su territorio en el de a pie de sus habitantes, en el caminar, en el pertenecer y hacerse ser entre las montañas, la milpa, los frijolares, la papa, la haba. Pero la delimitación geográfica del sistema capitalista les impuso marcas simbólicas de violencia: por un costado el cuartel general militar; dentro de las tierras un Templo Evangélico dónde se organizan los paramilitares de Ejercito de Dios, los cuales tienen salpicadas sus casas dentro del poblado; agrietando la comunidad una carretera que sirve para el tráfico de indocumentados centroamericanos y madera; y en los “planes” de los gobierno federal, estatal y municipal una autopista que pretende romper sus geografías una vez más.

Mientras la violencia se quiere sembrar en proyectos de “desarrollo capitalista”, ellos fortalecen las prácticas no capitalistas. Mientras crece la tala indiscriminada de los bosques por parte de los paramilitares, los ecos de la memoria emergen entre las montañas y los habitantes reivindican la defensa.

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