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¡Ya basta!: el niño que duerme poco y quiere vivir mucho

Isael Rosales Sierra

Foto: Tlachinollan

De acuerdo con Slavoj Zizek “los humanos somos muy creativos para sabotear nuestra búsqueda de la felicidad. Básicamente depende de una incapacidad o indiferencia del sujeto de confrontar por completo las consecuencias de su deseo”. Se pretende desear cosas que realmente no deseamos. Sin embargo, habría que vivir en libertad y dignidad. ¿Qué decir de una mujer que tiene anemia y su bebé asfixia severa perinatal por negligencia médica.

Así, pues, llegó peleando por la vida. Se agarró de las raíces de este mundo, de su cultura me’phaa. Por fin soltó el suspiro de seguir en la tierra, su tierra. Peleó como un guerrero en ese puente de la vida y la muerte, dejó claro que quería buscar su animal como todos los niños y niñas (en la cultura me’phaa los niños y niñas nacen con un animal, pero también lo buscan con una figura de masa de maíz y el animal que se lo come será el que acompañe en su vida. Son lo mismo, por eso cuando se enferman gravemente pueden cambiar de animal). Ganó la batalla a pesar que los doctores y la pediatra dijeron que no iba a vivir.

Jesús ahora tiene 2 años de edad. Nació el 27 de enero del 2017 a las 3:30 de la mañana en el Hospital de la Madre y el Niño de Tlapa. Sigue en los brazos de su mamá, suelta una sonrisa, se estira queriendo alcanzar el piso, pero no puede caminar. Grita en el silencio de la noche, no puede hablar de lo que siente, sin embargo, se pasea en la habitación de su imaginación para hablar con el mismo y explorar el mundo exterior. Aún sigue la lucha del niño migro, diría su abuela.

Todo inició cuando Regina de 17 años de edad, madre de Jesús, a los cuatro meses se dio cuenta que estaba embarazada. A los ocho meses tuvo una amenaza de aborto, pero “afortunadamente no se me vino”. El 24 de enero ya sentía unos dolores, el 25 empezaron los dolores más intensos y a las 12 del día acudieron al Hospital General de Tlapa donde llevaba su control, le dijeron que tenía uno de dilatación, volvieron en la tarde y seguía igual. El 26 de enero por la mañana le dijeron que tenía tres de dilatación, a las 10:00 de la mañana le comentaron que tenía cinco de dilatación, fue cuando la internaron; en la tarde ya tenía siete de dilatación y empezó a caminar para que avanzara más rápido. A las cuatro de la tarde el dolor era más intenso al grado que no podía estar de pie, “mi mamá buscó la partera que me estaba atendiendo y llegó en cinco minutos, dijo que tenía ocho o nueve de dilatación porque ya entraba bien su mano”. La metieron para canalizarla, la partera quedó en seguir revisándola, pero no ocurrió así. Ni siquiera la presión ni el ultrasonido le realizaron. Sólo le decían que faltaba, llegó la noche y llegó otro doctor que sólo estaba jugando, después la revisó y le dijo que le faltaba. Le empezó un fuerte dolor de cabeza y los doctores optaron por aplicarle oxígeno, pero lastimaba su garganta. La madre de Regina ya estaba desesperada, pedía información y nadie se la daba, sólo le decían que esperara porque así son los casos de las primerizas. Se complicó el parto y tuvieron que trasladarla al Hospital de la Madre y el Niño. “Me bloquee del dolor y no supe nada” hasta que nació su hijo, no se lo enseñaron, preguntó con el ginecólogo, pero le dijo que esperara, así “llegó la pediatra para reanimar a mi bebé y así pudiera respirar y llorara”.

El doctor explicó a Regina que por el tiempo que estuvo tendría consecuencias y secuelas, había nacido con asfixia severa perinatal, además había tomado líquido y su defecación. La dieron de alta el 27 de enero de 2017, hasta entonces pudo ver a su bebé. Al siguiente día Jesús estaba con el tubo de oxigeno y le estaba suministrando un antibiótico potente para expulsar las secreciones que tenía en todo el cuerpo y sus órganos, tardó 10 días en condiciones graves. Luego lo pasaron a la etapa intermedia, un poco mejor, pero con el tratamiento pertinente, tardó siete días. En la etapa de la expulsión tardó tres días. Jesús estuvo del 27 de enero al 19 de febrero con oxígeno y medicamentos.

Los doctores habían dicho que moriría al siguiente día, Jesús ya no vería el amanecer. Sin embargo, sus familiares buscaron a un sacerdote que lo fuera a bautizar como es de costumbre. Entre las 8 y 9 de la noche del 27 de enero el sacerdote bautizó a Jesús. Al siguiente día, “fue un milagro”, él estaba con las ganas de vivir.

Jesús es un niño especial y como todos los niños. Un guerrero de la estirpe del fuego y de la lluvia que ha librado las batallas más brutales de esta existencia. Ha tenido que sortear los obstáculos de un sistema de salud decadente y con toda la negligencia del personal médico de los hospitales. A sus dos años no camina, no puede hablar, no puede sentarse ni darse de vueltas como cualquier otro niño o niña de su edad. Al haber nacido con asfixia severa perinatal le afectó la mitad de su cerebro, sólo la otra mitad es funcional, por eso la descoordinación de sus movimientos corporales. Carga unos guantes de estambre negro porque suele llevarse los dedos a la boca y termina lastimándose porque se los muerde sin control alguno. No puede comer lo normal, pues su alimento es leche nido y papilla.

Su papá, Pedro, jornalero desde hace más de dos años en los campos de Sinaloa, lo hace reír, pero cuando lo abraza, llora. Dobla sus manos, mira a los lados y grita, quizá quiere tocar el piso con sus pies. Sus padres tratan de adivinar sus necesidades, así, cuando quiere comer, grita.

Se ha tenido que llevar a estudios, uno de los primeros fue el tamiz neonatal auditivo en Acapulco y a consulta al Hospital General de Chilpancingo. Luego refirieron a la familia al Instituto de Pediatría en la Ciudad de México. La batalla sigue. Recientemente, el 28 de marzo fue su cita. Era cada mes en el área de neurocirugía, pero salió de ahí porque no podían hacerle ninguna operación ya que es muy delicado. Ahora está en el área de ortopedia y acude cada ocho días al DIF de Tlapa para sus ejercicios.

Quien quiera regalarle un juguete en el día del niño sentirá una impotencia porque Jesús aún no puede jugarlos. Tiene dos carritos, pero sólo los mira por un momento, no los puede sostener por mucho tiempo y los suelta; su pelota lo agarra con fuerza, pero luego cae al piso. Tiene un oso que es eléctrico y es el que más le gusta porque puede contemplar sus luces. Se ríe mucho cuando el oso tira las luches de colores, es lo más divertido.

Le gusta mucho explorar el mundo, tiene tanta energía como cualquier niño de su edad, sólo que debe ser apoyado por sus padres todo el tiempo. Se nota su avidez por la vida por el sonido que brota de sus entrañas. No es nada fácil. Se duerme a la una de la mañana y despierta a las cuatro para comer y llorar, y se vuelve a dormir para levantarse como a las ocho de la mañana, así es todos los días. Sus ojeras son como las de un adulto. Tal parece que su felicidad se centra en la lucha por un día más con vida, desde que nació.

La verdadera resistencia es la que libra Jesús. Hoy debería estar jugando, brincando, hablando o llorando porque le falta algún juguete, pero está lidiando con sus llantos inentendibles en este mundo atroz. Se encuentra en la encrucijada de jugar o poder comer o dormir al menos, hace lo que puede y se esfuerza con tantas ganas. Sus ojos un poco hinchados se pierden en cada sonrisa que deja caer, su rostro alegre hace golpetear las paredes de la impunidad y la cadena de esas negligencias en los hospitales. Cada uno de sus movimientos es la expresión más subversiva contra este sistema de poder omnipresente.

“¡Ya basta! de que siga pasando este tipo de negligencias por parte de los médicos, es un error humano muy grave que puede evitarse. Ojalá las autoridades estatales y federales hagan justicia. No es el único caso de violencia obstétrica, hay muchas mujeres que han padecido el sufrimiento, el dolor, incluso ha llegado a muerte materna. Hay médicos que no tienen sensibilidad. Da mucho coraje porque una vez que cometen el error se lavan las manos. Ya basta de esta violencia”, asevera Doña Regina.

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