Votán Norita

Raúl Zibechi

“Dentro de muchos años me gustaría ser recordada como una mujer que dio todo para que tengamos una vida más digna…. Entonces, me gustaría ser recordada con una sonrisa y gritando bien fuerte: ¡Venceremos!” (Del libro: Norita. La madre de todas las batallas, Sudestada, 2019).

A los 94 años murió Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo, mujer coherente, madre de Gustavo desaparecido por la dictadura militar el 15 de abril de 1977, a quien buscó hasta el último día.

Para los de abajo, Norita fue luz, referencia ineludible, compañera y sostén de todas las luchas. Todas. Sí. Podías encontrarla en cualquier corte de ruta, en la más remota asamblea, siempre atenta y dispuesta, en los más diversos lugares del mundo. Con su sonrisa combativa, su buen humor, su compromiso que mantuvo hasta un mes antes de su muerte cuando asistió a la última actividad en su silla de ruedas.

Tan presente estaba en las luchas y resistencias, que cuando regresábamos de una actividad y relatábamos cómo había sido, alguien, en algún rincón, decía “Estaba Norita”. Un mantra que escuchamos cientos de veces.

Quiero recordarla un día de enero de 2009 en el Festival Mundial de la Digna Rabia, en el Cideci, en San Cristóbal de la Casas. Un piquetero argentino desde el micrófono anunció que Norita estaba entre el público. Ella se puso de pie, subió al estrado y se dirigió directamente al subcomandante insurgente Marcos, lo abrazó y le plantó un beso.

Así era Norita, espontánea, saltándose todo protocolo, haciendo lo que creía necesario. Asistió al festival zapatista desde el público; hizo de la solidaridad hermanamiento con los pueblos, desde su enorme corazón de madre que la llevó a acompañar luchas mucho más allá de las geografías que conocía y caminaba.

Norita fue y será nuestra Votán, la cuidadora del fuego colectivo que resiste creando mundos nuevos. Nos dejó la tarea de seguir su ejemplo, de no claudicar, de no rendirnos, ni vendernos. Más aún, de seguir la sentencia del poeta: “Nunca cantemos la vida de un mismo pueblo ni la flor de un solo huerto. Que sean todos los pueblos y todos los huertos nuestros” (León Felipe).

Si ella pudo, incluso cuando sus fuerzas menguaban, ¡cómo no vamos a poder seguirla!

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