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Visitar Israel para nunca más visitar Israel: Caetano Veloso

Redacción Desinformémonos

No es raro que Caetano Veloso sienta la necesidad de decir que hay un Estado que le parece opresor. Ya lo hizo una vez, en su propio país, cuando no era ni la mitad de conocido de lo que es ahora, y por tanto, con menos plataforma desde donde enunciar.

La irreverencia les costó el exilio, a él y a Gilberto Gil. Primero los secuestraron y los mantuvieron cautivos. La promesa de la liberación, -que sí debe haber sido producto de su cara pública, porque no fue la misma suerte que la mayoría de los militantes detenidos durante la extensa dictadura militar que se comió 21 años de la vida de Brasil- le fue concedida a cambio de su exilio voluntario, en 1969.

Sí claro que ya habían creado juntos la Tropicalia, que habían logrado mezclar el beat con los sonidos afro que caracterizan Bahía, esa zona paradisíaca del noreste de Brasil, donde parece que la gente vive en un estado de felicidad permanente. Debe ser la proximidad del mar.

“Visitar Israel para no visitar nunca más Israel” fue la frase con la que el bahiano veterano decidió abrir la boca esta vez. Publicada esta semana en el diario Folha de Sao Paulo, uno de los de mayor circulación de Brasil.

Sensible como lo demuestra en sus canciones, -y textos de los más variados-, para poder percibir lo que acontece a su alrededor, había algo en el aire que lo envolvía en Tel Aviv  que lo hacía sentirse como si hubiese nacido allí. Algo que no pasa todos los días. El contraste con las ciudades europeas y el jeito sensual de sus habitantes lo habían conquistado desde su primera visita.

Antes de partir, un par de jóvenes integrantes de BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) a Israel, habían intentado convencerlo de lo contrario. Caetano deja entrever alguna molestia por la presión que sentía, al entender que la única opción que le habilitaban era la de mantenerse lejos de ese lugar que siempre lo había enamorado. “Nos querían en la lucha clara, del lado de aquellos que boicotean a Israel y deploraban cualquier sugerencia de complicidad”. Le bajó el perfil a los pedidos (“son militanes, lo que puede resultar en altivas formas de intolerancia”) y viajó.

“No tuvimos la acogida nerviosa de las primeras visitas. Tel Aviv nos recibió sin caras desconfiadas, sin los otrora indefectibles soldados de ambos sexos en las calles, cuidando de cada esquina. Era difícil reconocer que esa paz reflejaba un mayor poder adquirido por el Estado de Israel, su certeza de que la cúpula de protección construida por su defensa está firme. ¿Será, como dice Marcelo Yuca, que esta es la paz que no quiero?”

El recuerdo de O Rappa no fue inocente. “Está habitado por todas las escenas de segregación que se viven en Brasil». Las favelas brasileras ocupadas por las fuerzas de seguridad se le vinieron a la mente como un torbellino, una imagen de miles de kilómetros, pero cercana en el relato que escuchó. “No quería hacer un reduccionismo político y usar un único esquema político para valorar las cuestiones brasileras a la luz de la situación palestina, pero las imágenes del fracaso de las Unidades de Pacificación en Río se me venían a la cabeza. Nosotros, los visitantes, no éramos extraños de las deshumanizaciones que escuchábamos en Oriente Medio. Era imposible no hacer comparaciones con la situación que vivimos en Brasil”

Cuando días más tarde vuelva a su tierra natal y estudie, vea videos y siga recibiendo y procesando información sobre la zona de conflicto a la que viajó, sentenciará que la percepción de esa paz podrida era cierta: “una paz frágil, superficial, ilusoria”. “Ahora quiero la paz que desde siempre se muestra imposible sintiéndome mucho más cerca de los palestinos de lo que jamás imaginé y mucho más lejos de Israel de lo que mi corazón suponía hace poco más de un año. Y me gustaría que los muchachos del BDS sepan eso”.

Pero aún está en Tel Aviv en este fragmento de la carta y la pregunta no lo deja en paz desde que se le vino a la cabeza, como una idea recurrente. Lo hizo madrugar al día siguiente y dirigir sus pasos hacia “Breaking the Silence” (un grupo fundado por antiguos soldados del ejército israelí que sirvieron durante la segunda intifada y según se presentan ellos mismos: “nos hemos arrojado la tarea de exponerle al público israelí la realidad cotidiana en los territorios ocupados”. Cuenta que el grupo se lo señaló el uruguayo (hijo de judíos) Jorge Drexler, cuando cantaron juntos en Madrid.

De esa conversa en la capital española, surgió una visita guiada por Cisjordania, “donde pude sentir el peso de la ocupación israelí”. Fueron los dos, como cuando se exiliaron, Caetano y Gil. Se llevaron con ellos también al equipo de producción, (que considerando la talla de los artistas no debe ser para nada modesto), además de otro periodista uruguayo y un guía de la mencionada orga: ex soldado reconvertido en difusor de la causa de los oprimidos.

“A medida que la camioneta en la que íbamos comenzó a adentrarse en las arenas del desierto, él nos narró atrocidades y nos explicó la situación geográfica e histórica de la violencia de su país contra las poblaciones en el margen occidental del río Jordan. Que la ocupación de los territorios palestinos no es kosher”.

El guía judío, con quipá y todo, los llevó a Susiya, al asentamiento palestino en medio de las ruinas y las montañas de judea, disputado precisamente por lo antiguas de sus construcciones.

Caetano enaltecerá esta visita durante todo el relato, aunque no diga exactamente por qué.

En la obligada conferencia de prensa, la única pregunta que le pareció pertinente fue la que les hizo el también brasilero Rodrigo Alvarez, que lo hizo volver a ese punto del mapa: “a él pude responderle que había estado en Susiya, llevado por un ex soldado israelí y que eso me tenía fascinado. La sola mención de Susiya provocó en la sala un silencio incómodo”

Caetano se sintió triste. El resto de la visita la continuó rodeado de críticos a los ataques a Gaza que ya llevan más de un año, músicos, mujeres judías y árabes y jóvenes que tuvieron la reacción opuesta: aplaudieron. “Paren la ocupación, paren la segregación, paren la opresión”, les dijo ante el auditorio dispuesto a escucharlo.

Ya en Brasil, Caetano se da cuenta a quien debe dedicarle el concierto que hizo en las tierras sagradas, en el que mantuvo conveniente silencio político. Es a Yeshayahou Leibowitz: “un científico que era también religioso, que se opuso a quienes intentaron legalizar la tortura como método para mantener a Israel protegido, que defendió la separación de la Iglesia y el Estado, que manteniéndose sionista, se opuso violentamente a la Guerra de los Seis Días y a la invasión al Líbano”

Caetano, el sensible Caetano, que conduce el viaje balanceándose en los bordes de un territorio difícil, que no esconde en la prosa el proceso por el que va armando su idea, a la que arriba con la fuerza de quien la conquista por la experiencia y no por el relato de terceros. “Me gusta Israel físicamente. Tel Aviv es un lugar que siento como propio, del que siento nostalgia, casi como la saudade que tengo con Bahía. Pero creo que nunca más volveré allá.”

Foto: Folha de Sao Paulo

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