Un colonialismo con olor a naftalina

Natalia Sierra

La condición mínima que se esperara del primer representante de un país soberano es que sea digno y exprese la dignidad de su pueblo. Esta condición no tiene que ver con el nivel de educación, sino con el mínimo sentido de identidad, autorespeto y de respeto hacia la sociedad que representa.

Lasso llega en su primer viaje presidencial a Madrid y lo mejor que se le ocurre decir es que no participa de las ideas de que España tenga que pedir perdón a América por el holocausto español de la conquista y colonización del Abya Yala, donde fueron destruidas dos civilizaciones, exterminadas 70 millones de personas y esclavizadas durante 300 años las que sobrevivieron. En una actitud indigna frente a lo que él considera la “madre patria” hace gala de su voluntad de esclavo, arrastra con su bajeza a toda una sociedad cuya matriz cultural fundamental se encuentra en el corazón de los pueblos ancestrales. Para aquellos que dicen que ya pasó mucho tiempo y que hay que dejar de quejarse por el holocausto hispanista, solo decirles que por esa crueldad histórica perpetrada en contra de nuestros pueblos nunca se pidió perdón y mucho menos se hizo una reparación, como ocurrió con el holocausto nazi contra el pueblo judío. El poder español, desde la Corona hasta el franquismo, se acostumbró a que sus crímenes queden sin justicia. De hecho, los crímenes perpetrados por el franquismo contra su propio pueblo han quedado en la impunidad.

La indignidad de Lasso no se exhibe sólo en su pronunciamiento en contra de que España pida perdón a América, sino que se hace obscena cuando quiere argumentar su postura vil. Con una miseria intelectual escandalosa, de la que ni siquiera es consciente, hace el símil más vergonzante. “Decir que España nos tiene que pedir perdón es como ir donde tu mamá y decirle, ‘Oye Mami, vas a tener que pedirme perdón porque me diste algunos cocachos y voy a escribir una nueva historia donde no me diste de amamantar, lo que fuiste es una persona mala conmigo”. Primero no tiene empacho para reconocer y reeditar esa detestable idea colonial de “la madre patria”, sino que además asume el holocausto colonial como unos “cocachos”, en una clara alusión a que “la madre patria nos educó”, obviamente admite sin ningún pudor que los pueblos ancestrales eran unos niños a los que se debía educar con golpes para que logren la civilización. Unos pueblos a los que “la madre patria” amamantó para alimentarlos y hacerlos crecer como cristianos, como humanos, como civilizados. Semejante metáfora parece trasladarnos allá por el siglo XVIII y principios del XIX antes de la Revolución de la Independencia. La mente de Lasso, obviamente, se quedó atrapada dos siglos atrás, encarcelada en su amor por el colonizador.

Aunque ciertamente la dignidad de una persona no tiene que ver con su nivel de educación, sino con su ética y su cultura desde las que la víctima se indigna ante los crímenes y vejámenes a los que es sometida, el argumento que acompaña la indignidad de Lasso si tiene que ver con su nivel de educación. Realmente ni siquiera es un argumento, es un ejemplo fofo sin registro histórico, sin registro teórico, sin registro estético. Sin lugar a dudas, con esta detestable declaración, Lasso hace gala de su miseria intelectual y obviamente de su miseria cultural.

Una sociedad plurinacional, pluricultural y plurilingüística como la ecuatoriana, con una inmensa riqueza cultural dada principalmente por los pueblos ancestrales, no se merece un presidente culturalmente indigno e intelectualmente miserable. Sus declaraciones avergüenzan a toda el Abya Yala

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