Trump perderá en noviembre

Othón Partido Lara*

Suena desafiante pensar que los sueños de reelección de Donald Trump se evaporarán a fuego lento durante los próximos seis meses. Pero al analizar distintos elementos, la hipótesis adquiere mucho mayor consistencia lógica. En términos generales, las aspiraciones trumpianas se frustrarán debido a la concurrencia de dos huracanes en ruta de colisión frontal: La recesión económica y el mal manejo del COVID-19.

Este escenario ya se empieza a considerar con normalidad en círculos políticos norteamericanos. James Carville (quien asesoró la campaña presidencial de Francisco Labastida con mucho menos tino y fortuna que a Bill Clinton) afirmó recientemente que, en condiciones normales de participación, Joe Biden debe ganar. Lo anterior, porque va arriba en las encuestas en los llamados “swing states” [con una preferencia partidaria cambiante] que serán cruciales para alcanzar los mágicos 270 votos en los colegios electorales que se requieren para ser presidente de Estados Unidos: “Está arriba en Carolina del Norte, Louisiana, Wisconsin, nunca ha estado abajo en Michigan ni Pensilvania y aún está arriba en lo que ha sido la tierra política de nadie, como Ohio” (Carville, 13/04/20).

Tal suposición se confirma con detalle en el “Mapa Electoral de Taegan Goddard” del blog político “Political Wire” que contiene información exhaustiva del actual proceso electoral y los de años anteriores. De acuerdo a esta proyección, Biden obtendría la mayoría, con el apoyo que ya tiene, si triunfa en Arizona y Pensilvania, sin contar los demás estados donde la preferencia no está claramente perfilada.

Los mapas históricos de Goddard señalan que, en 2008, en una situación de crisis como la actual, Obama literalmente barrió al partido republicano en estos estados cambiantes. Por el contrario, Trump venció en dichas entidades estratégicas en 2016 porque Hillary Clinton descuidó su importancia como epicentros de competencia electoral.

Las circunstancias cambian aceleradamente: El triunfante (y se diría arrogante) mensaje a la Nación que dio Trump a principios de año ante el Congreso, ya nada tiene que ver con la realidad actual. Las cifras de empleo y crecimiento que presumía el mandatario hoy ya no existen y no pueden ser una tabla de salvación de la cual sujetarse. Las últimas cifras estiman que se habrían perdido más de 18 millones de empleos en las semanas recientes y por otra parte, la estimación del Fondo Monetario Internacional (FMI) es que el Producto Interno Bruto (PIB) decrecerá 6 por ciento en el año, es decir, el doble de la contracción durante la Gran Depresión en 1929 (Univisión, 14/04/20). Si nos remontamos a la última gran crisis global de 2008, no hay partido que retenga el apoyo popular en medio de una tormenta económica. Las reelecciones de Reagan y Clinton se explican en buena medida a períodos de bonanza.

Quizá los problemas más graves no paran ahí: El actual gobierno desmanteló las áreas especializadas en pandemias en el Consejo de Seguridad Nacional (La Vanguardia, 07/04/2020) y decisiones fundamentales sobre la vida de millones de habitantes están en manos de probados incompetentes, improvisados, corruptos y banales como el propio Trump, su hija Ivanka y Jared Kushner.

Según la actualización en tiempo real del sitio newsbreak.com el número de personas afectadas por COVID-19 asciende al 16 de abril a 664 mil casos confirmados con 29 mil 555 decesos. Hace unos días, EEUU alcanzó el primer lugar mundial con medio millón de contagios y parece inevitable que pronto este número alcance al millón, con lo que se consolida la triste posición del país como el que tiene más casos en todo el mundo.

Una pregunta lógica es qué capacidades de respuesta tiene el Estado para responder a la pandemia, pero estas se encuentran completamente debilitadas porque el paquete de rescate recién aprobado asigna 500 mil millones de dólares, del total de 2 billones, a los grandes corporativos. Una porción mucho menor, que ya se está evaporando, a las pequeñas y medianas empresas, un porcentaje ínfimo a la infraestructura en los Estados de la Unión Americana y un “placebo” de mil 200 dólares a individuos, cuando atenderse esta enfermedad podría costar hasta 35 mil dólares (más de 850 mil pesos). La situación empeora porque el sistema de salud norteamericano está primordialmente privatizado y la epidemia está entrando en los espacios de mayor fragilidad social, con una afectación particular a afroamericanos, latinos y personas en situación de pobreza, ya precarizados por el desempleo, la informalidad y el raquítico acceso a servicios públicos.

Trump podría refugiarse en sus sectores “duros”, pero no le alcanzan para ganar y estos podrían entrar en una grave crisis de legitimidad si se levantan las medidas de confinamiento, cuando se hunda la falaz fórmula retórica de “sacrificar vidas humanas para sostener la economía”. Ojalá que los grupos que hoy piden ignorar a la ciencia para que todo vuelva a una “normalidad” imposible no tengan que lamentarse por un prematuro levantamiento de las restricciones de “distancia social”.

Por si fuera poco, el declinante presidente se muestra más irascible y pendenciero que de costumbre: Recortó el financiamiento a la institución multilateral que debería ser su principal aliada, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y está presto a continuar en una dura batalla política con los Estados para dirimir quién y bajo qué circunstancia tiene la última decisión sobre las políticas emergentes en materia de salud.

Desde luego, la parte crítica de la sociedad norteamericana no es ajena a ninguno de estos problemas. Más bien los sufre diariamente y según las encuestas, la confianza de la población a la capacidad del presidente a manejar la crisis va en caída consistente.

Podrían prevalecer dudas razonables sobre la capacidad predictiva de las encuestadoras, ya que estas han fallado globalmente frente a electorados volátiles, pero un factor muy preocupante es que –contra lo que dice el presidente- no se haya alcanzado un “pico” de transmisión de la enfermedad y que la situación pueda seguir empeorando.

Se dice finalmente que Joe Biden es un candidato débil, pero acaba de recibir la importante adhesión de Barack Obama y la declinación de Bernie Sanders se dio en circunstancias muy diferentes a la ocurrida hace cuatro años. Ahora hay un Biden con bases más cohesionadas y una maquinaria electoral dispuesta para una competencia implacable. Bien saben que la continuidad de Trump causará estragos y por eso pueden infringirle una derrota memorable.

*Doctor en Estudios Latinoamericanos, UNAM. Académico, Universidad Iberoamericana-León.

Este material periodístico es de libre acceso y reproducción. No está financiado por Nestlé ni por Monsanto. Desinformémonos no depende de ellas ni de otras como ellas, pero si de ti. Apoya el periodismo independiente. Es tuyo.

Otras noticias de opinión  

Dejar una Respuesta