Tierras minadas, mujeres colonizadas

Diana Delgado

«¿Dónde se fue el bosque? Somos hijas de la tierra, es nuestro lugar para cazar, para proveernos de comida, donde vamos a buscar nuestra medicina». Agathe Denis-Dame pertenece a una de las 11 naciones originarias que existen en Québec conocidas como los atikamekw. Nació y fue madre, y después abuela, en una reserva sureña afectada desde principios del siglo veinte por la construcción de una inmensa presa de agua.

Mujer colonizada, desplazada y en lucha: «Una vez vine con mis padres y vi toda la madera que habían cortado. Y yo sé que los castores se alimentan de los árboles que rodean los lagos. ¿Qué les ha pasado a estos castores? Todos los animales que comemos han sido envenenados o se mueren de hambre por la tala de árboles. ¿Qué vamos a comer?»

El testimonio de Denis se enmarca dentro del proyecto Palabras de los territorios, realizado por el colectivo canadiense PASC (Proyecto de Acompañamiento y Solidaridad con Colombia). Como nos comentaba una de sus activistas, Mathilde, el objetivo del proyecto es hacer una crítica del impacto de las actividades extractivistas en Québec desde una perspectiva feminista. «Queríamos dar voz a las mujeres porque son ellas las que están defendiendo la tierra. Son ellas las que más sufren las consecuencias».

Para Cynthia Dubé-Viau, las consecuencias que tiene una mina, por ejemplo, en la salud de las mujeres son mayores no solamente por los riesgos asociados al embarazo, sino porque son las mujeres quienes en una comunidad se ocupan de las personas más vulnerables, como niñas y niños y personas mayores. Las zonas mineras o los espacios de extracción de hidrocarburos son además lugares «masculinizados», prosigue Cynthia: «Debido a la separación de género del trabajo, normalmente serán los hombres los que vayan a trabajar en la mina o en la construcción de las presas. Esto hace que estos lugares sean más machistas, que en ellos prolifere la cultura de banalización de la violación, y el impacto de esta presencia masculina sobre las mujeres de las comunidades rurales es evidente».

Es una lucha contra la apropiación de los territorios y de los cuerpos de las mujeres. Pero además, es una lucha contra la colonización y el racismo. Como muy bien destaca Mathilde, de la PASC, hay que conocer la historia de siglos de colonización y racismo en Québec para comprender lo que supone que nativos y extranjeros se unan ahora y traten de parar las máquinas. Johanne Roussy recuerda que ella tuvo primero «que descolonizar su cabeza». Activista del colectivo Sept-Iles sin uranio, Johanne explica que «cuando tienes a los autóctonos y a los alóctonos unidos, mirando en la misma dirección y angustiados por lo mismo, el vínculo que se crea es muy fuerte». Esta comunidad del norte de Québec se bate contra un proyecto de mina de uranio en un lugar que pertenece ancestralmente a los innus.

Los proyectos extractivistas que amenazan el territorio de Québec son muchos, tanto como las luchas. En el sitio web de este colectivo, hay mapeado 17 proyectos, entre minas, explotaciones petroleras y transportes de hidrocarburo, e hidroeléctricas. La idea de dar la palabra a las mujeres surgió en 2014 durante la primera audiencia en Montreal del Tribunal Permanente de los Pueblos. Fue allí donde se identificó la necesidad de profundizar específicamente en el análisis feminista de los conflictos extractivistas.

Por medio de entrevistas y de círculos de palabra, las personas que participan en el proyecto de Palabras de los territorios hablan sobre los mecanismos de dominación que imperan en los sistemas extractivos, describen las situaciones a las que las mujeres deben enfrentarse en sus comunidades cuando llegan las empresas con un proyecto de mina bajo el brazo, qué ocurre cuando la mina empieza a funcionar, cómo ese impacto difiere según el género, la clase social o la raza.

Tierras minadas de Cáceres
En Cáceres la mina que quieren abrir es de litio. A solo veinte minutos andando del centro histórico patrimonio de la humanidad. A un kilómetro de una residencia de personas ancianas, a medio kilómetro de la universidad. También en esta ciudad extremeña las mujeres se han movilizado contra la colonización de su territorio y de sus cuerpos. Lo que podría parecer otro mundo con respecto a Québec, no lo es tanto. El lugar en el que la empresa australiana Plymouth quiere empezar a excavar a cielo abierto es una montaña en la que viven 300 personas. El impacto siempre es el mismo. Y siempre lo sufren más las mujeres.

Por salud, porque son ellas las que preparan las pancartas y las camisetas. Porque cuando se quejan en el ayuntamiento les mandan callar y les dicen que los datos que aportan son falsos. Y porque los portavoces de las plataformas ciudadanas son mayoritariamente hombres.

Inés Corraliza, activista de la plataforma ciudadana «Salvemos la Montaña de Cáceres», que congrega a 200 personas defensoras de su tierra, clama en defensa de la montaña sobre la que se quiere extraer el litio: «Yo me pregunto: ¿qué haremos con los vinos, el aceite, los frutales, los pastos, la alimentación, qué con la fauna y flora por la que respiramos y con la que somos? Entonces, ellos nos responden que todo se volverá a poner en su sitio- está en sus planes de restauración- pues el suelo, como si de un plástico sintético se tratase, se levanta, se echa a un lado, y 20 años más tarde se vuelve a pegar y listos».

De momento han conseguido paralizar las obras, pero solo de momento. Llaman a una nueva manifestación el 14 de abril, a las seis de la tarde, en el centro de la ciudad.

Este material se comparte con autorización de El Salto

Este material periodístico es de libre acceso y reproducción. No está financiado por Nestlé ni por Monsanto. Desinformémonos no depende de ellas ni de otras como ellas, pero si de ti. Apoya el periodismo independiente. Es tuyo.

Otras noticias de opinión  

Dejar una Respuesta