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Sin precedente, hambre y despilfarro de comida( La Jornada, 29 de Julio 2012)

Fernando Camacho Servín

 

El cineasta Woody Allen dijo alguna vez que en California no hay basura en las calles porque toda la reciclan para hacer programas de televisión. De forma más real y menos humorística, para muchas personas los desechos son una oportunidad de supervivencia, de ayuda gratuita o hasta de negocio. En lo que se refiere a la comida, una de las más elementales necesidades humanas, el despilfarro y la escasez han llegado en tiempos recientes a una magnitud desmesurada. Nunca antes en la historia se necesitó alimentar a tantas personas –más de 7 mil millones–, y nunca antes el nivel de desperdicio fue tan grande, hasta de 40 por ciento. Aquí, un recorrido por ambos extremos. Toneladas a la basura Las papas parecen capaces de aguantarlo todo: la suciedad, la podredumbre, el lodo, el tiempo. Tal vez por eso la señora que hurga afanosamente en un montón de frutas, verduras y otros vegetales se concentra en su búsqueda, y prefiere ignorar las papayas y las acelgas, que otros miran con avidez. La mujer –quien prefiere omitir su nombre por temor a las burlas contra sus hijos– lleva 10 años acudiendo muy temprano a la Central de Abasto de la ciudad de México, pero no para comprar, sino con el fin de recoger los productos que muchos locatarios desechan nada más porque ya no se ven bonitos, y que en total son más de 500 toneladas de desperdicios orgánicos al día. Con la vista y sobre todo el tacto, ha aprendido a distinguir la verdura que sirve de la que no, y aunque cada vez ve más gente que llega a pepenar igual que ella, todavía puede sacar al día más de kilo y medio de productos con los que se ayuda para alimentar a los seis miembros de su familia, en Valle de Chalco, porque el sueldo de su marido es insuficiente. Desde hace 18 años, una anciana que también pide el anonimato se ha dedicado a ayudar a quienes reciclan la comida desechada, apilando frutas y verduras con un palo, y señalándoles dónde buscar las mejores piezas. De aquí mucha gente saca para comer y hasta para vender, como una señora que se llevaba en un carrito toda la papaya que encontraba, le cortaba lo que ya no servía y luego la vendía en cocteles, afirma. Esas opciones cada vez son más socorridas por muchas personas porque “de por sí no hay trabajo, y el que hay, no nos lo dan. Algunos dicen: ‘qué asco, ¿cómo me voy a meter a escarbar?’ Pero aquí –dice señalando el montón de desechos– hay mucho dinero. Nada más que hay que saberlo ver”. Breve vida del jamón serrano En el extremo opuesto de la escasez están muchas cadenas de comida rápida, donde el desperdicio es la norma. Algo de eso sabe Mariela –nombre falso para proteger su identidad–, quien trabajó durante tres años y medio de gerente de una sucursal de la cafetería Starbucks, donde vio desfilar decenas de sándwiches y pasteles comestibles del aparador al bote de la basura. La vida útil de los alimentos en esos sitios, cuenta en entrevista, es muy breve: empieza en la mañana, cuando llegan a bordo de un camión, y termina en la noche, cuando toda la comida que no se alcanzó a vender es desechada, bajo la orden corporativa de que todo debe ser fresco y del día. Al principio los que estábamos en la tienda nos la repartíamos, pero después nos hartamos de comer siempre lo mismo. A veces llegaban a sobrar más de 20 sándwiches de salami, de jamón serrano o de especialidades gourmet, que costaban entre 50 y 80 pesos, y aunque estaban limpios, se iban a la basura. Los controles de calidad son muy estrictos, pero siempre me pareció una pena y un crimen que todo eso se desperdiciara así. El escándalo del despilfarro De acuerdo con la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Programa Mundial de Alimentos, hay alrededor de mil millones de personas al borde del hambre en todo el mundo, al mismo tiempo que se pierde hasta 40 por ciento de la comida que se produce. El investigador y activista británico Tristram Stuart asegura en su libro Despilfarro, el escándalo global de la comida que la tasa de desperdicio es de alrededor de al menos una tercera parte de la producción global, al tiempo que el estudio Save Food señaló que por lo menos la mitad de esas pérdidas hubieran podido evitarse si hubiese mejor planificación y almacenamiento.

En México, también según la FAO, se desperdician más de 20 mil millones de toneladas de comida al año, al tiempo que 18.8 por ciento de la población –poco más 20 millones de personas– sufre de pobreza alimentaria.

Un efecto del consumismo

Para las grandes firmas abastecedoras de comida, la prioridad no es alimentar a la gente, sino vender tanto como puedan. Por eso, advirtió David Lozano, investigador del centro de análisis multidisciplinario de la Universidad Nacional Autónoma de México, con tal de abarrotar los anaqueles de los supermercados con sus productos, muchas compañías no dudan en llegar al despilfarro.

Las reglas de la sociedad de consumo son que compres más de lo que necesitas, y es en los centros urbanos donde esa tasa de desperdicio se vuelve mayor, hasta de 20 o 25 por ciento, afirmó el académico en entrevista.

Ese ritmo podría llegar a un punto de quiebre si los consumidores sobrepasan el número mágico de 45 por ciento de sobreconsumo, ya que eso querría decir que van a tirar al bote de la basura hasta seis de cada 10 de los productos que compraron, como de hecho ya ocurre en los restaurantes de lujo.

Alejandro Calvillo, presidente de la organización El Poder del Consumidor, señaló que la comida chatarra es otro de los factores que generan desperdicio de alimentos, ya que para producir la harina refinada de la que están hechas las frituras, o el azúcar de algunas bebidas, es necesario utilizar gran cantidad de frutas y granos que podrían usarse para otros fines.

“Hay una relación directa entre el consumismo y la falta de comida –subrayó–, ya que desde la Segunda Guerra Mundial empezaron a crearse alimentos con compuestos altos en azúcar, grasa y sales, que generan descargas de dopamina en el cerebro, y por tanto adicción. Todo ello causa no sólo obesidad, sino además un mayor gasto” de energéticos para producirlos.

Faltan hilos conductores

Antonio Magdaleno Velasco, director de relaciones institucionales de la Asociación Mexicana de Bancos de Alimentos (AMBA), indicó que para acortar la brecha entre abundancia y carencia, este colectivo se da a la tarea de buscar frutas, verduras y productos industrializados en buenas condiciones que, por alguna razón, ya no se vendieron en supermercados y centrales de abasto, para convencer a los dueños de donarla.

Con esos recursos, la organización prepara despensas que entrega cada 15 o 30 días a las cien familias más pobres de comunidades de bajos recursos –donde previamente se hace un estudio socioeconómico–, por sólo 10 por ciento de lo que cuesta realmente la ayuda, o en instituciones de beneficencia pública, como asilos y orfanatos.

Como les pedimos una cuota de recuperación, se esfuerzan por conseguirla y de esa forma es una ayuda, no una limosna. Si no tienen dinero, pueden pagar con trabajo voluntario. A partir de nosotros se han creado bancos de ropa o de enseres domésticos, y así se genera una dinámica de redistribición totalmente nueva, explicó.

Para hacer su trabajo, la AMBA –que tiene 66 puntos de distribución en todo el país– tuvo que convencer a empresarios y comercializadores de utilizar en forma productiva sus excedentes, y no sólo para atiborrar anaqueles en los supermercados con el objetivo de imponer de manera artificial la imagen de una marca fuerte.

En 2011, detalló Antonio Magdaleno Velasco, lograron recaudar más de 112 mil toneladas de alimentos, útiles para apoyar todos los días a un millón 300 mil personas.

La pobreza alimentaria no es un problema de abasto, sino de redistribución. Y no la justificamos, pero sí nos explicamos la violencia de una persona con hambre. El alimento está, pero no los hilos conductores, y si los hubiera, podrían reducirse muchos problemas sociales.

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