Samir Flores, una vida en la lucha

Gloria Muñoz Ramírez

Samir Flores, músico, pintor, herrero, comunicador comunitario, agricultor, maestro y defensor del territorio

Fotos: Gerardo Magallón y archivos de la familia y compañeros

Amilcingo, Morelos. Samir no conocía el miedo, dice su padre Cirino Nabor Flores, a quien le hubiera gustado que lo conociera, pues así, piensa, a lo mejor estaría vivo. Sentado en el patio de su casa habla por vez primera de su primogénito, el luchador social, organizador de pueblos y defensor del territorio asesinado el 20 de febrero de 2019. No es fácil. La voz se corta, los silencios se alargan, la vista se nubla. Una luz aparece en su rostro cuando lo recuerda de pequeño: parlanchín, preguntón, sociable, juguetón y bueno para la calle, tanto que a los cinco años ya se regresaba solo del kinder “Siervos de la Nación”, a donde sólo permitió que su mamá lo acompañara los primeros días.

Cirino Nabor, campesino originario de Amilcingo, Morelos, conoció a Epifania Soberanes Montaño en 1980. La joven nacida en Hueyapan llegó a vivir a la comunidad con su familia y se hicieron novios. Un año más tarde empezaron a vivir juntos y en 1982 nació el primero de sus tres hijos, a quien pusieron el nombre de Samir Flores Soberanes.

La joven pareja de campesinos tiene 40 años juntos y nunca se casaron: “nosotros estamos bien así y somos felices”, dice Cirino y lo confirma Epifania, con quien trabaja el campo hombro con hombro. Siembran maíz, cacahuate, amaranto y sorgo. Y en su milpa crecían los ejotes, tomates, jitomates y tomatillos. Apenas acabó la primaria, Cirino agarró la yunta y empezó a arrear bueyes.

Los primeros años la pareja vive en la calle de Reforma, cerca de donde está actualmente Radio Amilcinko, estación creada por su hijo y otros compañeros en 2013. Ahí se embaraza Epifania, quien el 2 de agosto de 1982, al sentir los primeros dolores de parto, se traslada a un pequeño hospital de Cuautla, donde un doctor de apellido Aguilar trae al mundo a Samir. En Amilcingo, como en la mayor parte de las comunidades indígenas, no había servicios de salud. Tres años después nace su hermano José Luis y en 1990 Nayeli, la tercera y última hija.

“Samir nunca fue un niño callado”, dice su padre y lo corrobora Epifania, su madre: “le gustaba hablar fuerte, reírse, todo quería saber”. Una vez, recuerda, “agarró una piedra y muy serio me dijo, ‘mamá, yo me pregunto para qué sirve esta piedra’. Y yo qué le podía contestar si se le ocurrían esas preguntas”. Amiguero, dice, siempre fue: “le gustaba la gente. Se sentaba en la puerta de la casa a ver pasar a los niños que iban a la escuela y desde ahí les hablaba, no le importaba si no le contestaban”.

Le gustaba jugar a los carritos y a la pelota. Y Epifania no salía de la escuela porque “a cada rato me mandaban llamar porque ya había hecho travesuras o se metía con sus compañeros, pero lo que pasa es que él nunca se dejó, ni de grande. Siempre se defendió. Por eso, cuando creció y se empezó a meter en cosas de política le decíamos que no anduviera en eso, que a lo mejor le podían pegar. Yo tenía miedo, me ponía a llorar y él me decía que no pasaría nada. Pero qué no va a pasar, ahorita dónde está. Nos lo arrebataron y no se sabe ni quién. La verdad yo ni quiero saber, es mejor”. La tristeza es más grande que el orgullo que siente por la lucha de su hijo, dice Epifania, pues “una como madre quiere tener a sus hijos”.

El amor por la tierra le viene también de pequeño. Desde los tres años su papá se lo lleva al campo: “primero ahí nomás estaba jugando, pero como a los cuatro años empezó a aprender”. Ya de adulto Samir siembra maíz, cacahuate y amaranto en la tierra que le compartió su padre.

Martha Sánchez Barranco, una amiga de la infancia que después sería su compañera de lucha dentro del movimiento contra el Proyecto Integral Morelos (PIM), recuerda que jugaban juntos en la calle, “a las escondidas, a la botella, a las atrapadas, a cachar luciérnagas”. Samir pedía prestado un burro a don Mario, papá de Martha, para llevárselo al campo, donde transcurría gran parte de la vida.

Jorge Velázquez, uno de su compañeros más cercanos en los últimos dos años, estudió con él preescolar, primaria y secundaria. A Samir le gustaba bailar y junto a Jorge se inscribió en el Club de Danza escolar. No es recordado como un alumno brillante ni de altas calificaciones, era “normalito”, pero “bueno para la danza y el futbol”.

Samir termina la escuela primaria en 1993 y en 1994 ingresa a la telesecundaria Benito Juárez, que finaliza en 1996. Después cursa el bachillerato en Temoac y en el año 2000, a los 18 años, ingresa a estudiar Informática en la Universidad Tecnológica de Izúcar de Matamoros (UTIM), a donde se traslada a vivir compartiendo un cuarto con otros tres amigos.

Entre la influencia de un pintor del movimiento del 68 y la herencia de su tío Vinh Flores

La primera formación política de Samir Flores llega cuando aún es un niño. Junto con su amigo Juvenal Solís toma un taller de artes plásticas y de agricultura orgánica que ofrecía un pintor que llegó a refugiarse a Amilcingo después del movimiento estudiantil de 1968. Oliverio Díaz “nos daba los talleres para que fuéramos sustentables”, recuerda Juvenal, pero los padres de Samir no lo dejaban ir a sus clases por sus ideas “raras”, o “a lo mejor porque él era ateo”. Samir entonces se escapa para ir con el “maestro pintor”, quien, al tiempo que les enseña a pintar y sembrar, les habla de la lucha: “nos decía que nunca deberíamos tener patrones, que deberíamos ser independientes, que tuviésemos nuestro propio trabajo y que no fuéramos empleados de nadie”.

Esas primeras ideas con contenido social se juntan con el recuerdo de su tío Vinh Flores Laureano, legendario luchador social con formación en la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS), quien en la década de los setenta luchó por la fundación de la Normal Rural para mujeres de Amilcingo y posteriormente por la conformación del municipio de Temoac, integrado por cuatro comunidades indígenas: Amilcingo, Huazulco, Popotlán y Temoac. Vinh Flores fue asesinado en 1974.

Justo el parentesco y el destino fatal de su tío es la preocupación del padre de Samir y el motivo por el que no lo deja ir a las clases del pintor, en cuya casa, recuerda Juvenal, “si hablábamos de religión nos corría, y nosotros salíamos espantados, como si hubiéramos visto al mismo demonio”. Ya después, dice. “fuimos entendiendo la verdad de sus palabras”.

Después de esa época Samir sale de Amilcingo para estudiar en Temoac y luego en Izúcar de Matamoros, Puebla, donde conoce a la que sería su compañera de vida y de lucha: Liliana Velázquez, para quien, no hay duda: “las ideas políticas Samir las trae en la sangre”, y a ella se las compartía desde que empezaron a ser novios.

Samir tenía 20 años y hablaba con Liliana de “la inconformidad por las injusticias que pasaban en su pueblo”. Le habló también de las ideas del pintor que se le habían quedado en la cabeza. Desde su nueva residencia en Puebla se preocupaba por las luchas de la Normal de su comunidad. “Si tenían problemas o iban a organizar alguna marcha, venían por él y yo me preguntaba si no tendrían más gente o qué. Le pedían apoyo con el carrito, el sonido, con todo”, recuerda Liliana.

Siendo su novia, Liliana vive, casi padece, su crecimiento político. Y empieza también a involucrarse en sus luchas: “Cuando nos juntamos, la niña más grande ya tenía como dos años y yo ya estaba embarazada de la segunda”. Él entró a trabajar como director de educación en la presidencia de Temoac, único trabajo que tuvo en una instancia de gobierno, donde conoció a personas que se dedicaban a la agricultura orgánica y se involucró en los talleres.

“Nació la otra niña y las cargábamos a las dos para ir al campo a sembrar orgánico. A la segunda le poníamos hamaca en los árboles y nosotros nos poníamos a trabajar la tierra, mientras que la otra ya caminaba. A él le gusta que ellas anduvieran ahí. Las dos empezaron a crecer así, y cuando ya tenían entre 3 y 5 años nos íbamos a las marchas con las de la Normal, con los maestros que nos invitaban. Él llevaba el audio y ellas andaban repartiendo los volantes”, cuenta su compañera.

Aunque era católico no era devoto, por la influencia del pintor, pero se acercó a la teología de la liberación y a los espacios de transformación social dentro de la iglesia. Y ahí, a principios del 2006, conoce a Irma Sánchez, maestra originaria de Jantetelco, con quien inicia una amistad que termina con su muerte.

En la Casa Comunitaria de Jantetelco es la primera vez que Irma puede hablar de Samir: “Él pertenecía a un grupo que se llamaba Guerreros Verdes y participaba con la doctora Elena Can, cuyo hijo era opositor a la presa de Guerrero y se lo mataron. Él a su vez pertenecía a Pastoral de la Tierra, una sección de la iglesia del Sagrado Corazón y de la teología de la liberación, donde también a mi me invitaron. Ahí nos hablaban de la Madre Tierra, de la contaminación y de lo qué podemos hacer en la comunidad para apoyar, para liberar a los cultivos de los insecticidas y otras cosas”.

Pintor, músico, herrero y tortillero

Liliana Velázquez Fuentes estudió contabilidad en un centro escolar de Izúcar de Matamoros, municipio donde Samir estudiaba Informática. El joven delgado y chaparrito se hizo primero amigo de sus hermanos y luego la conquistó a ella. Se hicieron novios un 26 de septiembre del 2002 y dos años después empezaron a vivir juntos, aún estudiando. Cuando Liliana termina la carrera tienen su primer embarazo, después Samir termina Informática y, todavía sin titularse, empieza a estudiar Derecho en la Universidad Siglo XXI, ya con las ideas políticas más claras y pensando en la carrera que le serviría en la defensa de los derechos de los pueblos.

Son años de mucha soledad para la joven pareja. Samir empieza a pintar paisajes con las yemas de los dedos en platos de todos tamaños. El volcán Popocatépetl, frente al que vivió toda su vida, es el motivo que predomina en su colorida pintura. El oficio lo aprende en las calles de Izúcar, preguntando directamente a un artesano en la calle, mientras se involucra en la rondalla de la escuela tocando la guitarra. También se gana la vida pintando rótulos y anuncios en las bardas, tarea que sería suya ya como activista. Su padre le ayuda a completar los gastos, pero el dinero escasea con el embarazo y al año abandona la Universidad para trabajar en una tortillería. “En mayo nació mi hija y nos dedicamos a ser papás” en Amilcingo.

Son años en los que Samir y Liliana compaginan la vida familiar con los talleres de agricultura orgánica. Tienen a su segunda hija y los cuatro caminan juntos a todos lados, hasta el 2011 que empiezan los rumores de que se construirá una termoeléctrica en Huexca, un gasoducto en las faldas del volcán Popocatépetl y un acueducto. “Los compañeros de Puebla nos empezaron a platicar sobre el proyecto que venía y Samir empezó a involucrarse, a hacer sus primeras reuniones con los ejidatarios y a informar a los demás. Muchos lo tomaban de a loco. Yo también participaba e iba a las reuniones, pero casi nadie iba, eran si acaso unas diez personas, pero Samir no se desanimaba”, recuerda Liliana, quien lo acompaña a informar a Huexca y Los Limones.

En ese año Samir ya trabaja como herrero, luego de aprender el oficio con un vecino. “Era muy dedicado, le daban las nueve o diez de la noche en el taller y se quedaba trabajando. Cuando empezó el proyecto de la termoeléctrica él tenía dos trabajadores y cuando terminaban se alistaban para irse a informar a Huexca o a donde fuera. Él subía el audio al carro y allá íbamos a informar lo que se venía con ese proyecto. Llegaban los compañeros de Puebla, él llevaba el audio y los demás el proyector y la computadora y así hacían sus reuniones”. Liliana los acompaña poco tiempo, pues un tercer embarazo de alto riesgo le impide continuar en el camino.

Samir conoce a más gente y se involucra de tiempo completo en la lucha contra el proyecto.

*Primer capítulo de un perfil biográfico de Samir Flores Soberanes, de próxima publicación.

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