Quito Rebelde III: de lo pequeño e invisible a los grandes movimientos

Raúl Zibechi

Las insurrecciones y levantamientos populares, las grandes acciones de cientos de miles en las grandes alamedas, resultan incomprensibles si sólo nos enfocamos en los dirigentes más conocidos y en las organizaciones de masas que aglutinan millones de personas. Siempre hay un antes, que lo protagonizan los pequeños colectivos, esos que los medios y la izquierda no pueden ver, pero sin ellos nada sería posible.

Ecuador protagonizó dos enormes levantamientos de abajo, en octubre de 2019 y en junio de 2022, los mayores movimientos en la historia reciente. Quien haya estado allí, y tuve la fortuna de vivirlo cuando apenas finalizaban ambos sucesos, podrá comprobar que la efervescencia de las jornadas de octubre y junio obedecen a un ensamble entre cientos de pequeños colectivos. Mujeres de Frente y las hierbateras fueron apenas dos de ellos; el colectivo Desde el Margen también participó en el reciente paro de 18 días.

Los encontramos en la quinta edición de la Feria del Libro Insurgente, organizada por Desde el Margen a mediados de julio en el Museo de la Ciudad, cuyo lema fue la abolición de las prisiones. Por lo tanto, además de una quincena de editoriales, había colectivos que resisten las prisiones, movimientos negros e indígenas, disidencias sexuales y diversos abajos.

Los colectivos que participaron en la Feria Insurgente fueron Mujeres de Frente, Afrocomunicaciones sobre racismo en los medios, Kaleidos que es un centro de etnografía interdisciplinaria, el Comité de Familiares por justicia en cárceles, Bunker Laboratorio Urbano dedicado a la “arquitectura de la resistencia”, Yo no fui, colectiva anti-carcelaria de Argentina, Colectivo abolicionista contra el castigo de Colombia, Asociación Nuevo Paraíso integrada por madres afroecuatorianas ex privadas de libertad, Olla popular La Tola Chica y la Asamblea de mujeres y disidencias.

Los talleres y debates incluyeron a la Imprenta Comunera y a Pie de Monte de Colombia, que enseñaron a piratear, copiar y difundir libros, en una formación de auto-edición, encuadernación y software libre.

Participaron destacados dirigentes del movimiento indígena, como Hatari Sarango, vicepresidente de Fenocin (Confederación Nacional de Organizaciones Campesinas, Indígenas y Negras) y Apawki Castro de la Conaie (Coordinadora de Nacionalidades Indígenas del Ecuador) que fueron las principales impulsoras del paro nacional de junio, junto a Feine de cuño evangélico.

Entre los medios de comunicación habría que destacar la intervención del medio comunitario Wambra, además de docentes y estudiantes de universidades públicas y religiosas, como la mítica Universidad Salesiana de Quito. Hubo espacios de lectura y de juegos con wawas, títeres, música, poesía y un show circense, que dieron vida a los patios del Museo.

Además del tema de las prisiones, se abordó el racismo, los miedos que generó la brutal represión de las movilizaciones de junio, la criminalización de la pobreza y el tema siempre urgente de las masacres carcelarias. Durante la feria, trece presos fueron asesinados en la séptima masacre de los últimos años.

Las pequeñas grietas y los devastadores tsunamis

Alejandro Cevallos y Natasha Sandoval, director y asistente del Museo de la Ciudad, explican su gestión al frente de la institución: “No es lo mismo un museo en Madrid que en una ciudad andina”. Reconocen que se trata de una institución “muy efectiva”, ya que todos las escuelas de Quito los visitan. Pero están transitando de un espacio de las clases dominantes donde celebran sus festines, a uno al servicio de las comunidades.

El director sostiene que en América Latina las instituciones como los museos son más frágiles, “son porosas y tienen fracturas”. La transformación comenzó realizando lo que denominan como “visitas críticas”, en particular en la Sala Siglo XX, caracterizada por los silencios y las omisiones. “La historia que cuenta el museo es la de una ciudad blanca, cuando Quito fue creada por indígenas en minga. En el museo los indios son folklorizados y ocupan apenas un rinconcito. El punto es que construyeron una ciudad a la que no tienen derecho”.

Las personas que visitan el museo analizan las omisiones y la violencia simbólica que denotan los silencios. El segundo mecanismo para deconstruir el museo, es el trabajo con la comunidad territorial en el entorno del centro histórico. Para ello comenzaron a trabajar con las hierbateras y la escuela intercultural del mercado San Roque, casi un kilómetro cuesta arriba en las laderas de las montañas.

El mercado es un conjunto de enormes galpones donde se despliegan unos cuatro mil puestos y trabajan unos 1.200 cargadores. Fueron ellos lo que se empeñaron en conservar las lenguas originarias y crearon la escuela intercultural en la década de 1980, el mismo período en que se fundó la Conaie.

Miembros de la escuela y de las comunas de Quito forman parte de las “visitas” críticas. “Los museos son lugares de conciliación y asumir el conflicto resulta todo un novelón”, asegura Natasha. Lo cierto es que el Museo de la Ciudad se está abriendo a las comunidades, a las hierbateras, los cargadores y las vendedoras ambulantes de Quito. Saben que en cualquier momento puede cerrarse la grieta que abrieron con mucho esfuerzo.

La revuelta que nunca se fue

Una cantidad interminable de colectivos, aún los más pequeños, participaron en el paro convocado por las organizaciones indígenas. Cada quien lo hizo portando su propia identidad en el espacio público, sin ahorrar críticas y observaciones a la marcha de la protesta.

Estefanía de la Asamblea Transfeminista, dijo que “nunca más una lucha sin nosotras”, y explicó que durante el paro se movilizaron todos los días problematizando los cuidados. “Un vez más los trabajos reproductivos fueron decisivos en la lucha y durante el paro los cuidados se democratizaron. El acopio de víveres, por ejemplo, no tiene la misma visibilidad que la primera línea de defensa con sus escudos, pero las líneas de atrás son igualmente importantes”.

Tiene muy claro que en las concentraciones “nos miraban raro por maricas y trans, pero nadie nos va a volver a sacar de ningún lado. Tenemos otra forma de hacer política, asamblearia y horizontal”. En este punto coincide Sinchi Gómez, de Wambra, quien define a su medio como “feminista, de izquierda y de defensa de los derechos humanos”.

Como mujer indígena se empeñó en visibilizar la fuerza de las comunas urbanas, enfatizando que “ya había levantamientos en Quito aunque los medios sólo mencionaban a los que llegaban de provincias”. Recuerda que en octubre de 2019 hubo 11 muertos y en junio de 2022 siete más. “Octubre nunca se fue”, sentencia, indicando que la revuelta sigue latente.

Una mirada muy particular es la de Jorge Méndez del colectivo Juega y Lucha. Tocaba su instrumento durante las marchas porque era la forma de “poner el cuerpo de los músicos”, pero también el modo de “enfrentar a la policía” y “una forma de relajar el ambiente después de horas de lucha y de chupar gases”. Al final del extenso paro, organizaron un campeonato de fútbol como forma de “proteger el espacio público y a las personas”.

Estamos ante miles de modos de acercarse a la protesta, con los más diversos estilos y formas de hacer. Lo más esperanzador es que toda esa diversidad pudo convivir, enfrentando a los aparatos armados del Estado, a los medios y a la derecha clasista, superando dificultades como el machismo, con la mirada siempre puesta en esos mundos nuevos que ya están naciendo, en tantos rincones de este mundo.

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