Fotos: David Toro

En pleno atardecer en la Plaza de la Constitución en la ciudad de Guatemala, la agente de la Policía Nacional Civil (PNC) Miriam Herrera, dirige una oración junto a sus compañeros, “rechazamos cualquier maldición que se haya echado sobre Guatemala”.

En las calles de la ciudad de Guatemala es un viernes desolado, los pocos que deben seguir en las calles y sin muchos recursos para evitar contraer el virus del COVID-19, son los agentes de la PNC que patrullan en extensos turnos, pues los descansos fueron suspendidos para atender la emergencia.

En otra escena de la ciudad, a 5 minutos de entrar en vigencia el toque de queda, en las calles aledañas a la avenida Santa Cecilia en la zona ocho, unas 80 personas la mayoría mujeres y ancianos, hacen fila para ingresar a uno de los albergues estatales habilitados para aquellos en condición de calle, la mayoría habita en el centro histórico de la ciudad y la policía los traslada a este lugar para que pasen la noche, a las 4:00 a.m. se les permite salir y ellos deben buscar donde encontrar alimento para la nueva jornada.

La ausencia de personas y el vacío de las calles y avenidas que provoca la pandemia hace que la ciudad de Guatemala, en su sexto día de toque de queda decretado por el presidente Alejandro Giammattei, los supermercados luzcan como auténticos lugares abandonados. Un silencio atípico envuelve a la ciudad; las principales salidas, como la carretera al Atlántico, que conecta la ciudad capital con el ocáno atlántico, se convierte en un pista exclusiva para el tránsito de camiones de carga y autos de emergencia.

Publicado originalmente en Prensa Comunitaria