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¿Qué hacemos ahora los ambientalistas? De la resistencia a la ofensiva

Juan Pedro Frère Affanni*

Foto: Eve Sureña / LUAN – Colectiva fotográfica – Minga

Asambleas socioambientales en lucha y jóvenes mediáticos que maquillan al extractivismo, la crisis económica y el origen de los males de un modelo basado en la explotación de materias primas, el sectarismo y la alianza con sectores diversos, la ultraderecha que niega la crisis climática y la explotación nacional y popular de territorios. Un texto para pensar, debatir y actuar.

El movimiento ambientalista está, en el mejor de los casos, en una meseta. Después de haber protagonizado marchas multitudinarias en diversos puntos de Argentina y de haber introducido en el debate público cuestiones tan importantes como la protección de los humedales, hoy la crisis climática y ecológica está totalmente relegada a los márgenes de la discusión pública. Es vista por muchos como poco más que un reclamo de hippies de clase media acomodada, desconectados de la crisis económica y social que atravesamos.

Estas dificultades no son exclusivas de nuestro país: Europa, antes aparente faro de la política verde, ha visto una fuerte vuelta al paradigma fósil frente a las dificultades económicas y (más específicamente) energéticas provocadas por la guerra en Ucrania. Las campañas de organizaciones como Just Stop Oilcuyos activistas arrojaron pintura o comida a obras de arte para protestar contra la continuación y proliferación de explotaciones de hidrocarburos, no parecen ayudar a generar una imagen mucho mejor para el movimiento ambiental.

En este momento de estancamiento o aparente impasse del ambientalismo se vuelve necesario y urgente que, como los revolucionarios de otros tiempos, nos detengamos a preguntarnos qué hacer: qué estrategia y organización necesitamos para recuperar tracción y potencia, y cómo ganar la fuerza requerida para lograr nuestras reivindicaciones.

Desde ya, este artículo no estará a la altura de semejante tarea —que deberá ser una tarea colectiva que involucre a militantes e intelectuales diversos—, pero me gustaría poder trazar un humilde ensayo que hile algunas ideas que puedan llegar a ser útiles.

¿Qué hacemos los ambientalistas? (Opinión)
Foto: Eve Sureña / LUAN – Colectiva fotográfica – Minga

¿Dónde estamos parados?

La crisis climática y ecológica no es nueva, pero se acelera a pasos agigantados. Parece que solo podemos resignarnos y acostumbrarnos a las intensas olas de calor, a las inundaciones, a las epidemias de origen zoonótico, a la falta de agua, a los cortes de energía eléctrica, etc. Mientras tanto, el sistema político ignora esta situación y profundiza el modelo económico del extractivismo: los gobiernos provinciales vuelven a tratar de impulsar la megaminería en lugares en los que ya hubo importantes conflictos para evitarla; se avanza con la explotación petrolera offshore; el gobierno nacional reduce los aranceles para los agroquímicos acusados de generar cáncer en la población; y Javier Milei rinde pleitesía a Elon Musk, el magnate de consabido apetito por el litio para sus autos eléctricos —el nuevo escenario de saqueo colonial del Norte que empieza a configurarse sobre África y Latinoamérica—. Más recientemente, el proyecto de Ley Bases aprobado en Diputados por el oficialismo y sus numerosos bloques colaboracionistas fue diseñado a la medida de los capitales extractivistas: ya no se asegura el abastecimiento nacional, se liberan exportaciones e importaciones, aumenta los plazos de concesión de los yacimientos —contradiciendo los compromisos climáticos de nuestro país—, y da beneficios tributarios, cambiarios y regulatorios a grandes capitales sin imponer siquiera Estudios de Impacto Ambiental.

El sistema político pareció estallar por los aires con el triunfo de Milei y su troupelibertaria. Pero en realidad siguen ganando los mismos de siempre y algunos consensos siguen intactos: ningún sector mayoritario quiere tocar las ganancias de los sectores empresarios concentrados (nacionales o extranjeros), y eso incluye no tocar, e incluso profundizar, el mandato de la explotación de los bienes comunes naturales a como dé lugar.

Por supuesto, no es un problema solamente argentino: el imperativo del crecimiento económico y la acumulación de capital parece una verdad incuestionable y cualquier otra alternativa es presentada como ridícula e inimaginable.

El postulado de economistas y funcionarios es que, si se crece, la pobreza se soluciona y las crisis se disipan. No importa que sea cada vez más evidente que la concentración de la riqueza es cada vez mayor y que ese crecimiento es para pocos. Producir, producir y producir es el mandato de esta hora. Así, la apropiación de los bienes comunes naturales, su conversión en mercancías y nada más, es parte inherente del sistema en el que estamos inmersos. Como también lo es el hecho de que los pasivos ambientales recaigan sobre los sectores de menores ingresos.

¿Qué hacemos los ambientalistas? (Opinión)
Foto: Nicolás Pousthomis

¿Y el ambientalismo?

En los últimos años la “agenda verde” pareció ponerse de moda. El tema ocupó numerosas horas del interés periodístico a nivel mundial, la perspectiva socioambiental comenzó a aparecer —al menos de palabra— en el mundo académico, se consolidaron nuevos estilos de vida y de consumo con una justificación “sustentable”, y las figuras del ambientalismo captaron (brevemente) la atención de los reflectores mediáticos y políticos.

Sin embargo, hoy esa agenda parece haber entrado en una fase de estancamiento. En Argentina el tema ha quedado relegado a los márgenes de la discusión política como si fuera un interés propio de trasnochados “progres palermitanos”.

Parte de esta situación se debe a la intensa campaña de desprestigio que funcionarios y empresarios del extractivismo encabezaron contra el ambientalismo, tildándolo de “falopa” o “bobo”, y subordinándolo a las urgencias sociales y económicas de nuestra crisis aparentemente permanente, como si ambas cosas pudieran separarse.

Pero dicha situación también se puede explicar por las propias limitaciones que muestra el movimiento ambiental hoy. Observemos brevemente a sus actores. Los movimientos juveniles argentinos como Fridays for Future o Jóvenes por el Clima (JOCA), inspirados en la huelga estudiantil iniciada por Greta Thunberg en 2018, fueron quienes mayor relevancia y atención pública recibieron cuando la cuestión ambiental comenzó a instalarse. Fueron protagonistas de movilizaciones en Buenos Aires y de infinidad de reportajes periodísticos.

Pero ya, desde el primer momento, comenzaron a revelarse algunas de las que, considero, son las principales debilidades de estos movimientos. Con sus núcleos principales en la Ciudad de Buenos Aires y una estrategia centrada en la militancia en redes sociales y el lobby parlamentario, las organizaciones juveniles no lograron articular redes profundas con los otros actores del movimiento socioambiental en nuestro país.

En el caso de Jóvenes por el Clima en particular tuvieron una deriva que los llevó a alinearse cada vez más con la agenda del gobierno del Frente de Todos. Así, retacearon su rechazo al acuerdo con China para la instalación de megagranjas porcinas; cambiaron su posición acerca de la explotación petrolera offshore en el Mar Argentino e incluso conformaron la Mesa Nacional sobre Minería Abierta a la Comunidad junto al ministro de Producción, Matías Kulfas, apenas dos días antes de una fuerte represión a activistas antimineros en Catamarca.

Todo esto convirtió a JOCA casi en mala palabra entre muchas comunidades y organizaciones locales, y ya ni siquiera se ve su bandera presente en las movilizaciones ambientales.

El otro gran actor socioambiental en Argentina son las asambleas, asociaciones y organizaciones locales, que hacen frente cotidianamente al extractivismo en cada uno de sus territorios. Aunque agrupo en esta categoría a grupos muy diversos, en términos generales se caracterizan por la horizontalidad, la interseccionalidad —involucran no solo a militantes ambientalistas sino también de derechos humanos, sociales, indígenas— y la transversalidad —están integradas por personas de diversas clases sociales, edades, género—.

¿Qué hacemos los ambientalistas? (Opinión)
Foto: Nicolás Pousthomis

Estas organizaciones, surgidas al calor mismo de las luchas (algunas emanadas de la rebelión popular de 2001, otras durante conflictos específicos en defensa del ambiente en sus provincias), han protagonizado inmensas luchas por defender los bienes comunes naturales, que se transformaron en hechos políticos muy relevantes de los últimos años: el Mendozazo de 2019, el Chubutazo de 2021 y el Jujeñazo de 2023. Estos movimientos y sus acciones fueron, sin lugar a dudas, uno de los actores más dinámicos, interesantes y fructíferos del escenario político reciente, especialmente en el ámbito socioambiental.

Sin embargo, la resistencia a proyectos extractivistas específicos no parece ser suficiente para sacarnos de la crisis climática, ecológica, social y económica que estamos viviendo. En este sentido, los movimientos locales y las comunidades fueron y son la vanguardia de la resistencia. Tenemos enormes lecciones para aprender con humildad de ellos, pero hace falta algo más.

De la resistencia a la ofensiva

Casi todas las charlas con compañeros/as y amigos/as preocupados por la realidad que nos toca empiezan o terminan con un “¿qué vamos a hacer?”. La angustia es un sentimiento genuino y comprensible en estos momentos (también la siento). Cuando hipotecan nuestro futuro, entregan el país al saqueo de las multinacionales, enferman nuestro ambiente y a nuestras familias y empeoran toda nuestra calidad de vida, es difícil sentirse de otra manera. Pero, casi como un mantra, tenemos que repetirnos las famosas palabras de Antonio Gramsci: “Pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad”. Y agregaría: transformar la angustia en bronca y la bronca en organización.

Entre quienes nos oponemos a este sistema hambreador e irracional, especialmente en su cruel y brutal rostro neoliberal, impera una épica de la resistencia. Es muy valiosa y es necesaria. Pero no alcanza. No podemos depender de las consignas de “defendamos…” o “no a…”.

El peligro de un colapso ambiental creciente es una amenaza cada vez más cercana. Se volvieron cotidianas escenas que creíamos solo reservadas para el cine catástrofe. Es cada vez más claro que necesitamos un corte de raíz con este sistema de producción y acumulación. No podemos pretender sostener los equilibrios ecosistémicos y las condiciones de vida de la población si seguimos sacrificando los bienes comunes naturales en el altar de la ganancia privada y la expansión constante del capital. Necesitamos pensar una nueva sociedad, centrada en satisfacer las necesidades de las mayorías en armonía con los otros elementos de la naturaleza de la que formamos parte.

Es hora de sentarnos a pensar y construir colectivamente la salida de esta encrucijada. Nos enfrentamos a un retroceso del ambientalismo y de las fuerzas populares y de las izquierdas en general, pero no podemos permitirnos quedarnos quietos porque la alternativa es una catástrofe social y ambiental inimaginable. Es hora de pasar a la ofensiva.

¿Qué hacemos los ambientalistas? (Opinión)
Foto: Nicolás Pousthomis

En primer lugar, necesitamos explicar —y para eso entender antes nosotros— que la crisis ambiental no es cosa de porteños sobreideologizados. Esta crisis representa cosas muy concretas: enfermedades por agrotóxicos, contaminación del aire y el agua, calores insufribles, inviernos crudos, inundaciones, pérdida de cosechas, agotamiento del agua potable. También es necesario entender que no alcanzan los parches, que tenemos que dar respuestas integrales y sistémicas.

Y por eso discutir de ambiente implica, ineludiblemente, discutir de economía, de modelos de producción y consumo; de cómo utilizar los bienes comunes naturales en beneficio de la humanidad y de todas las especies y no solo del bolsillo de unos pocos; de cómo, por qué y para quién producir. Implica discutir que, si se sigue subsidiando con millones de dólares la producción de petróleo, ¿cómo puede ser que las tarifas no paren de subir?

Implica entender que mejorar el transporte de nuestras ciudades es una tarea ecológica, porque explotar el litio para hacer millones de autos eléctricos es una falsa solución. Que tener viviendas dignas, con espacios verdes públicos cercanos y de calidad es un hecho ambiental. Implica ser capaces de expresar que lo ambiental atraviesa nuestra vida cotidiana y las grandes discusiones políticas de nuestro tiempo.

No es para después, no es solo para Noruega o Alemania —que además son “verdes” en sus territorios mientras saquen y destruyen los del sur global—. Podemos y debemos pensarlo ahora porque cambiar nuestra forma de relacionarnos con el resto de la naturaleza implicará cambios en nuestra economía que puedan traer empleo, salud, una mejor alimentación y calidad de vida, y tantas otras cosas que necesitan las grandes mayorías postergadas del país y la región.

Desde el ambientalismo contamos con propuestas y visiones de futuro claras y concretas —incluso si a veces se trata de escenarios complejos de encarar— y con numerosos activistas y militantes formados tanto en las ciencias naturales como sociales para poder hacer frente a las tareas de la construcción de un mundo social y ecológicamente justo. Pero hoy no estamos siendo capaces de transformar esas ideas y horizontes en transformaciones concretas, salvo pequeños pasos, sumamente valiosos pero que no alcanzan si no se multiplican.

Pasar a la ofensiva significa, entonces, construir fuerzas para atacar las bases de este “capitalismo caníbal” y hacer realidad nuestras visiones de otros mundos. Tejer redes entre todos los que peleamos en serio por la cuestión ambiental. Alejarnos un poco de las redes y el lobby parlamentario y construir, cara a cara, la fuerza de los de abajo. Tejer alianzas concretas con otros sectores explotados y oprimidos. Empapar de ambientalismo las universidades, las escuelas, el feminismo, el movimiento obrero, el de desocupados, empalmar con cristianos inspirados por la Encíclica Laudato Si’ del Papa Francisco, con fuerzas políticas progresistas y socialistas.

¿Qué hacemos los ambientalistas? (Opinión)
Foto: Nicolás Pousthomis

Compartimos adversarios. La crisis ecológica se descarga con especial violencia sobre las mujeres, que tienen desde siempre un rol preponderante en denunciar las consecuencias de este modelo de desarrollo. Son los más pobres los más afectados por las inundaciones, la falta de agua potable y las olas de calor. No es casualidad tampoco que algunos de los sectores y empresas más contaminantes sean los que peores condiciones brindan a buena parte de sus trabajadores.

Por citar solo un ejemplo, la multinacional Coca-Cola, responsable de emisiones por la elaboración de sus botellas, contaminación por plástico y sobreexplotación de agua, también es conocida por su persecución a líderes sindicales e indígenas en los países latinoamericanos donde se cosecha la hoja de coca fundamental para su producto. Incluso está sospechada de contratar sicarios para asesinar a dichos líderes. ¿Cómo no vamos a aliarnos ecologistas, sindicalistas y pueblos indígenas contra semejante monstruo corporativo?

Transformar nuestros horizontes en una realidad requerirá de grandes luchas políticas. Los ambientalistas hemos sido protagonistas de algunas de las más grandes manifestaciones, puebladas y expresiones de democracia asamblearia en los últimos años (Chubut, Mendoza, Jujuy). Necesitamos potenciar esa fuerza, y aquí hay otro punto estratégico que no podemos descuidar: necesitamos la fuerza ineludible de los trabajadores organizados.

La justa desconfianza que generan las anquilosadas burocracias sindicales no puede ser la excusa para no anclar nuestra lucha en la de los trabajadores. Es la clase obrera la que tiene la capacidad y el saber de producir, la que puede parar los puertos y el transporte, la que controla los mecanismos de la acumulación de capital y de la vida cotidiana y que, por lo tanto, posee la fuerza para romper el ciclo de producción capitalista.

Imaginemos el poder de esa clase volcado a demandas ambientales y sociales y, por qué no, a demostrar que otro modelo de sociedad es posible, empezando a enunciarla en acto.

Tenemos una tarea histórica por delante y podemos llevarla a cabo. Tenemos sobre las espaldas cientos de años de experiencia y miles de compañeros y compañeras que han pensado, vivido y trabajado por sus semejantes. De ellos y ellas podemos aprender. No le regalemos la audacia a mediáticos histriónicos que reciben consejos celestiales de profetas antiguos y perros fantasmagóricos. Seamos atrevidos, “seamos realistas, hagamos lo imposible”.

*Integrante de Movida Ambiental Vicente López.

Publicado originalmente en Agencia Tierra Viva

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