Foto: Prensa Comunitaria
Desde hace cinco siglos, los pueblos originarios de las Américas vienen sufriendo una guerra de despojo, un larguísimo etnocidio que comenzó con la dominación colonial, prosiguió durante las repúblicas y se profundiza (sí, cada vez es peor) durante el período neoliberal a través de la acumulación por despojo o cuarta guerra mundial.
La matriz de este modelo es la conversión de los bienes comunes (agua, tierra, aire y biodiversidad) en mercancías por parte de las grandes corporaciones, protegidas y auxiliadas por los Estados-nación neocoloniales y sus fuerzas armadas, que se apoyan en grupos paramilitares y narcotraficantes.
A lo largo de estos siglos, el despojo y la guerra contra los pueblos asumió formas diversas: esclavitud, confiscación de tierras campesinas y comunales, masacres y feminicidios, conformando una lista de atrocidades que no pueden ver quienes no quieren hacerlo.
La intensidad del despojo y de la guerra está creciendo de forma exponencial, como ha advertido desde hace varios años el EZLN, que denomina “tormenta” a esta fase depredadora de la Hidra Capitalista. Las páginas de Desinformémonos, y de otros medios comprometidos con las y los de abajo, son testigos puntuales de esta feroz tormenta que seguimos a través de sus resistencias.
Ahora que ha comenzado una nueva guerra entre imperios, los pueblos originarios, negros y mestizos no están tomando partido por ningún imperialismo, ya que todos ellos son igualmente responsables de genocidios. Al abordarla desde las geografías de abajo, esta nueva agresión es una más de las múltiples guerras de despojo que el capitalismo perpetra desde que nació derramando la sangre de millones.
La acumulación por despojo/cuarta guerra mundial, la llevan adelante grandes empresas de Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea, China y Rusia, entre otras, de modo que no hay naciones imperiales que no hayan cometido, y sigan cometiendo, atrocidades contra los pueblos.
Cuando Rusia invade Ucrania, quienes pierden son las y los de abajo, como sucede con todas las guerras imperiales. Solidarizarse con quienes sufren no puede implicar, en modo alguno, el apoyo a la otra parte, sino la denuncia de la rapiña en la que todas las grandes potencias están involucradas.
Desde el fin de la segunda guerra mundial, en 1945, hubo 248 conflictos armados entre países, de los cuales 201 fueron iniciados por Estados Unidos, el 81% del total (https://bit.ly/3tbEFr3). Este dato, aportado estos días por China, no puede hacernos olvidar que ese país oprime violentamente a sus “minorías” y a las mujeres, y controla férreamente a toda la población; ni los enormes daños que sus empresas extractivas producen a los pueblos del mundo.
Una empresa de capital rusa con apoyo de los Estados de Guatemala y Rusia, propietaria de la planta de extracción en El Estor (Guatemala), reprime al pueblo Q’eqchi’ para consolidar el saqueo (https://bit.ly/3hkQC8f). En las guerras de despojo, no existe ninguna diferencia respecto al país de donde proceden los perpetradores.
Por no mencionar la terrible historia de la conquista colonial de todo el Sur global, por parte de un puñado de países del Norte que, amparados en la violencia que llevó a la esclavización de pueblos enteros, es la única explicación de la enorme riqueza acumulada en ellos. Despojo que ahora continúa contra los propios pueblos del Norte.
Los Estados son instrumentos del capitalismo, guiados por la ganancia y la acumulación. Son los encargados de invadir, oprimir y masacrar pueblos, como viene sucediendo particularmente en México y Colombia, donde todos los días son asesinadas personas que resisten a los mega-proyectos.
La lógica de los pueblos es completamente diferente, como lo demostró la reciente Gira por la Vida realizada en muchas geografías europeas. El abrazo entre abajos es la política que busca tejer algo que va mucho más allá de la solidaridad: el hermanamiento entre iguales, que hace posible extender las resistencias a la guerra de despojo a todo el planeta.