Oslo vive. Muera Oslo

Faris Giacaman | Traducción: María Landi

Treinta años después, el legado de Oslo ha dado lugar a dos mundos paralelos: uno que rechaza el orden que Oslo creó y otro que no se detendrá ante nada para preservarlo.

En los últimos dos años un nuevo mundo ha surgido con la esperanza de desplazar al que le precedió. El viejo mundo se situó en los restos de un movimiento de liberación nacional, ahora derrotado y lamiéndose las heridas supurantes desde el final de la segunda intifada. Ofrecía muchas justificaciones para normalizar su estado de decadencia: el objetivo de la “construcción del Estado”, la “paz económica”, el espíritu empresarial y el consumo.

El nuevo mundo es diferente. Se cansó de la narrativa que el viejo mundo seguía intentando venderle, que convertía la acción en resignación y el patriotismo en colaboración, incluso cuando la patria que afirmaba estar construyendo seguía encogiéndose ante sus ojos. El nuevo mundo nació del viejo porque rechazó enorgullecerse de la humillación, atreviéndose a resistir cuando la mayor parte de la sociedad se había convencido de que “existir era resistir” solamente.

Ya estaban surgiendo vislumbres de este mundo hace casi una década, a tropezones: desde la “intifada de los cuchillos” de 2015 y el posterior auge de las operaciones de “lobos solitarios” [acciones violentas individuales], la creación de un procomún subversivo en Jerusalén y las múltiples “revueltas populares” en Cisjordania, Jerusalén y otras partes. En su momento, tuvo muchos detractores palestinos, que calificaron los actos de resistencia que surgían de inútiles, contraproducentes o incluso trágicos, lamentando que los jóvenes descontentos estuvieran “desperdiciando sus vidas” en vano. Este estribillo común se hizo más difícil de repetir después de 2021, cuando la población palestina entera ‘del río al mar’ [entre el Mediterráneo y el Jordán] se levantó en un momento fugaz de rebelión colectiva. Pero, al igual que sus predecesores, el levantamiento se disipó o fue sofocado sumariamente por las autoridades coloniales.

Tras ese “levantamiento de la dignidad”, el nuevo mundo emergió plenamente en Yenín y Nablus. Los jóvenes palestinos se volcaron a la resistencia armada por primera vez desde la segunda intifada –al parecer en repudio a quienes les consideraban parte de la “Generación Oslo”– y pusieron manos a la obra para forjar bastiones para sus incipientes movimientos armados. La historia del campo de refugiados de Yenín como refugio de la lucha armada significó que pronto se convertiría en terreno hostil, tanto para el régimen de Oslo [la ANP] como para el colonizador. Nablus no pudo establecer el mismo tipo de espacio semiautónomo, pero captó la imaginación de una generación que hizo posible la continuación de la resistencia más allá de las operaciones de asesinatos, detenciones y represión.

Durante un tiempo, el viejo mundo permaneció en silencio, observando el nacimiento del nuevo mundo y esperando que se desvaneciera y muriera por sí solo, o que el régimen colonial lograra aniquilarlo. Pero tras un año de implacable campaña de contrainsurgencia israelí, la resistencia no sólo sobrevivió al exterminio, sino que seguía extendiéndose. Ahora, el nuevo mundo brotaba en lugares como el campo de refugiados de Aqabat Jabr, en Jericó, o los campos de refugiados de Nur Shams y Tulkarem, en Tulkarem.

El nuevo mundo no pensaba irse a ninguna parte. En su segundo año de existencia, la capacidad defensiva de la resistencia armada en Yenín empezó a crecer, haciendo uso de artefactos explosivos improvisados cada vez más sofisticados durante las incursiones del ejército en el mujayyam [campo de refugiados]. En un incidente, la resistencia consiguió derribar un vehículo blindado de transporte de tropas de última generación. Esto preocupó lo suficiente a las autoridades coloniales como para que su ejército lanzara una invasión a gran escala del mujayyam durante dos días a principios de julio, con el objetivo de asestar un golpe a lo que denominó la “infraestructura del terror”. La invasión se saldó con la confiscación de un puñado de rifles y laboratorios de artefactos explosivos improvisados y un soldado muerto de la unidad de élite Egoz, mientras que el grueso de las fuerzas de combate de la resistencia de Yenín permaneció intacto.

La resistencia pudo evitar el exterminio y, sobre todo, preservar su capacidad de resistencia. Sin embargo, la operación de Yenín no había terminado; su segunda fase, no oficial, no había hecho más que empezar y debía ser llevada a cabo por los guardianes del viejo mundo. Pero el nuevo mundo se resistió. Expulsó a una delegación de Fatah del funeral de los mártires de la operación de Yenín y los manifestantes confrontaron a las fuerzas de seguridad de la ANP en Yenín tras la retirada israelí. Para no dejarse amilanar, el viejo mundo hizo una demostración de fuerza en los días siguientes imponiendo su presencia en el mujayyam y alrededores y entrando como embajador de la reconstrucción y la ayuda. A continuación, emprendió una campaña de detenciones de combatientes de la resistencia, decidido a limitar el alcance del nuevo mundo y a preservar su relevancia y utilidad a los ojos de sus patrones coloniales.

Esa campaña ha continuado hasta hoy, y se ha visto subrayada por la noticia de que Estados Unidos envió recientemente un cargamento de armas y vehículos blindados a la ANP, presumiblemente para ayudarla a recuperar el control de Cisjordania.

Una lucha entre dos mundos

Ahora estos dos mundos existen simultáneamente. Durante un tiempo existieron en paralelo y no se cruzaban, pero a medida que el nuevo mundo siguió expandiéndose –tanto sobre el terreno como en las mentes de la juventud palestina– significó el rechazo de Oslo y del mundo que creó. El resultado es la aparición de dos modos distintos de ser en la sociedad palestina: uno basado en la insistencia en continuar una vida de consumo y “normalidad” de papel mojado, y el otro caracterizado por la exposición constante a la realidad cotidiana de la invasión colonial y la muerte de amigos y seres queridos, y el deseo de vengarlos.

A menudo, la gente experimenta ambos modos de existencia simultáneamente en una contradicción enloquecedora. Algunas personas eluden esa contradicción refugiándose en una forma de escapismo incómodo. Otras que disponen de medios se instalan en una existencia cómoda e insular de clase media; y quienes no disfrutan del mismo lujo pueden conformarse con una trayectoria más precaria pero igualmente escapista. Y otras siguen optando por luchar y rechazar todo eso; sus nombres y rostros adornan afiches y colgantes.

No obstante, el problema con las características del mundo de Oslo es que, aunque ha conseguido atrapar a la población en una red de dependencia y en el ciclo de consumismo que crea, sigue siendo impotente e incapaz de proteger a esa misma gente de los estragos de los pogromos de los colonos y de la depredación colonial. En su estructura está integrada la domesticación de la clase política palestina y, junto con ella, de sus medios de autodefensa. Esto se puso de manifiesto de forma más sorprendente en las súplicas del presidente de la ANP a la comunidad internacional en mayo para que “nos proteja” como se protegería a “un animal”, y en el reproche furioso al primer ministro de la ANP por parte de un anciano en Turmusayya –“¡Protéjannos o ármennos!” – tras un pogromo de colonos en junio.

El viejo mundo sólo podía resistir un tiempo. El nuevo mundo surgió por necesidad, y seguirá surgiendo de distintas formas, aun si las actuales formaciones de la resistencia son sofocadas y reprimidas. Pero las estructuras que mantienen unido al viejo mundo –apuntaladas por la alianza del capital, el clientelismo y el totalitarismo– permanecen. Han demostrado ser duraderas frente a la rabia de esta generación, y esperan durar más que ella; pero esa esperanza sigue siendo una apuesta, porque la rabia, y el nuevo mundo que ella crea, seguirán estallando mientras persista la realidad colonial y nos siga arrebatando a los amigos.

Publicado en Mondoweiss el 13/9/23.

El presidente de la ANP, Mahmud Abbas, llega al campo de refugiados de Yenín el 12/7/2023, tras la mayor invasión militar israelí del campo desde la segunda intifada. (Foto: Thaer Ganaim/APA Images).

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