Mujeres que cultivan tierras radioactivas

Diana Delgado

Foto: Maria Shovkuta, colona de Chernóbil (Yuli Solsken)

Lo llaman la Zona Muerta o Zona de Exclusión, es un perímetro de 30 km en Ucrania alrededor del reactor nuclear n°4 que explotó en 1986. Es una zona muerta porque todo en ella está contaminado: el agua, la tierra, los animales, los juguetes y las fotografías. Contaminados para siempre (según los estudios científicos, durante 24.000 años). 

Es una zona de exclusión porque dos semanas después del accidente el gobierno de la antigua unión soviética desalojó a sus 350.000 habitantes y precintó el lugar para que nadie viviese allí de forma permanente. Fletó unos autobuses y dijo a la gente que cogieran lo imprescindible para estar fuera no más de tres días. Excluida, y olvidada.

Pasado un tiempo se hizo claro que el desalojo sería definitivo. Una gran parte de estas personas eran granjeros pobres que nunca habían salido de sus pueblos. De pronto se vieron viviendo en un lugar desconocido, al amparo de lo que quisiese darles el gobierno.

Contra toda lógica algunos empezaron a volver a sus casas a escondidas, hicieron el camino de vuelta a pie y entraron como furtivos en la zona vigilada por el ejército. Se calcula que fueron unos mil, y se les conoce como los “samoselys” o colonos.

Treinta y tres años después, han sobrevivido un centenar, en su mayoría mujeres que tienen hoy entre 70 y 80 años. Son las “babushkas” de Chernóbil. Unas mujeres que viven aisladas, a veces en pueblos con una sola habitante, que cultivan sus huertos, cuidan de sus gallinas y rezan para sobrevivir al invierno. La historia de estas abuelas, recogida con gran sensibilidad y sentido del humor por la periodista Holly Morris en el documental The babushkas of Chernobyl es de estas historias que no te dejan indiferente. Una se pregunta si estas mujeres sonrientes son valientes, inconscientes, rebeldes, supervivientes o negacionistas. 

Como explica Morris en una de sus charlas, a nosotras, acostumbradas a cambiar de residencia una y otra vez y enraizadas como mucho a nuestros teléfonos móviles, nos resulta muy difícil entender que alguien quiera vivir en un sitio como la zona muerta. No entendemos esa necesidad de vivir y morir junto a los ancestros. Son mujeres que vivieron la persecución de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y el brutal Holodomor impuesto por Stalin en esta parte de Ucrania ya de por sí profundamente empobrecida. Para ellas, y esto lo repiten en el documental, la verdadera amenaza es el hambre y no una radiación que no pueden ver. 

Pero vivir hoy en día en la “madre tierra”, como llaman las babushkas a sus granjas, no es fácil. Algunas padecen de tiroides por la alta radiación que absorben y el riesgo a desarrollar otros tipos de cáncer es muy alto. Una amenaza aún más inminente es quizás el aislamiento en el que viven. Los pueblos de la zona muerta están habitados por una o dos mujeres y muchas partes de la región se vuelven inaccesibles durante el invierno debido a las nevadas. En el documental se ve como una trabajadora social enviada por Kiev recorre con una furgoneta los pueblos para distribuir las pensiones (a veces con mucho retraso). Pero en invierno los ataques de jabalíes y lobos son constantes y el acceso casi imposible si alguna se se pone enferma.

Aún así se respira un aire de libertad y buen humor en sus comentarios. En sus ojos se ve una mezcla de miedo y orgullo cuando los militares las visitan de tanto en tanto y les pasan el medidor de radioactividad por el cuerpo. “¿Soy muy radiactiva?”, preguntan. Y el militar, que ve cómo la cifra se dispara, le dice que no tiene de qué preocuparse. El gobierno ucraniano ya no pone impedimentos a que estas mujeres vivan en la zona de exclusión. Considera que no hay peligro de que pasen la radioactividad a las generaciones futuras. Y tampoco hace nada para ayudarlas.

Cómo estas mujeres han podido sobrevivir tanto tiempo es un misterio. La tasa de mortalidad de las personas que fueron evacuadas y nunca regresaron a Chernóbil es mayor que la de estas mujeres. Sin duda hay un elemento de bienestar psicológico que compensa la exposición a la radiación. Los evacuados nunca pudieron superar el trauma de tener que abandonar sus hogares. Según explica la fotógrafa Esther Heesing, quien estuvo hace dos años en la zona de exclusión para hacer un reportaje sobre los colonos, a muchos de estos evacuados se les instaló en edificios en bloque preparados para ellos en Kiev y se les olvidó un poco a su suerte. Además, la gente de la capital les marginó por “estar contaminados”. Esta situación resultó para muchos insoportable.

NEGACIONISMO Y TURISMO RADIOACTIVO

El accidente de Chernóbil y sus consecuencias en el tiempo constituyen la mejor y más dramática prueba de que la energía nuclear no es una alternativa a las energías fósiles. Ni es segura, ni es limpia, ni puede controlarse. A pesar del buen humor y la adaptabilidad de las abuelas ucranianas, lo que nos encontramos en la zona de exclusión es un cementerio viviente eterno, empobrecido y olvidado. Las babushkas volvieron por su propia voluntad, pero porque la opción de vivir en un apartamento de Kiev aisladas de todo lo que aman no era una alternativa para ellas. Su resistencia a la radiación es solo aparente, muchas de ellas sufren de dolores continuos y casi todas han visto morir a sus familiares de forma prematura.

Dentro de diez años ya no estarán allí. Y la región se mantendrá vetada para siempre. Como un parque de atracciones abandonado y macabro, se ofrecen rutas turísticas medidas con el reloj y los detectores Gauger. También existe toda una comunidad virtual de jóvenes de la capital que juegan a entrar en la zona y acercarse lo más posible al reactor número 4. 

La miniserie de HBO ha rescatado del olvido la catástrofe, banalizaciones aparte. Y el caso no está cerrado. Por increíble que parezca, los otros tres reactores de Chernóbil se mantuvieron en funcionamiento hasta el año 2000. Se acaba de inaugurar un nuevo sarcófago para los residuos, construido a turnos por trabajadores expuestos a diario a una gran dosis de radioactividad. Y se estima que en los próximos 50 años, 40.000 personas morirán de cáncer como consecuencia de la contaminación provocada en Chernóbil.

Este material se comparte con autorización de El Salto

Este material periodístico es de libre acceso y reproducción. No está financiado por Nestlé ni por Monsanto. Desinformémonos no depende de ellas ni de otras como ellas, pero si de ti. Apoya el periodismo independiente. Es tuyo.

Otras noticias de internacional  

Dejar una Respuesta