La tragedia y lo contemporáneo

Julio Fuentes

Partitura de la Espera de Paco Pascual y Alessia Desogus es el título de una obra que acaba de estrenarse en el Teatro Alhambra de Granada, el pasado 17 de mayo. Un solo personaje en escena, El Señor T., realiza funciones administrativas de gestión y reparto de la tragedia en el mundo. Aunque es una especie de “ojeador” con cierta capacidad de decisión, El Señor T. es un eslabón más en la cadena. Tiene superiores a los que rendir cuentas y, por otra parte, no se ocupa de perpetrar personalmente ninguna de las tragedias humanas en las que intermedia. Lleva sus estadillos, aporta resultados, cumple con una productividad… Planifica tanto los dramas meteorológicos como los accidentes domésticos, y reparte entre el género humano las estadísticas del mes, tantos casos de cáncer, tantos delitos de sangre, tantos accidentes de tráfico… Cumple con su cometido con orden y pulcritud. Moralmente no pestañea. Por momentos es un antihéroe incluso asumible. Esto es lo más terrorífico.

Así, tal y como descubrió Hannah Arendt durante el juicio de Eichmann, el asesinato en masa es mucho más llevadero moralmente si quienes forman parte de la cadena asumen que simplemente cumplen órdenes. El distanciamiento hacia las víctimas es imprescindible para que esta insensibilización se produzca, algo que también recalcará Bauman años más tarde. No se siente verdugo quien organiza el transporte en los trenes camino de los campos de concentración. Siente que ordena trenes y pasajeros, nada más. Y puede hasta darse el lujo de disfrutar de su trabajo.

La tragedia individual nos retuerce las entrañas; la colectiva, a lo sumo, nos preocupa. Es una conmoción que no produce en realidad movimiento. La olvidamos pasado un tiempo.

Partitura de la Espera, al igual que Albert Camus en La Peste, pone ante nuestras narices esa incapacidad humana para “sensibilizarse ante las tragedias en masa”. Se trata de un problema muy contemporáneo. Añadamos el factor tiempo, ya que su nueva ordenación, traducida en esa inmediatez de las informaciones al producirse una tragedia colectiva, es algo que también favorece nuestra insensibilización. La inmediatez nos abruma, nos la hace indigerible.

Qué suponen ante nuestros ojos montañas con miles de cadáveres, diría Camus, o qué son cientos de cuerpos ahogados en el Mediterraneo, dirían Pascual y Desogus, comparados con un solo niño en una orilla. El “bistec en el plato” es la imagen individual que utiliza Partitura de la Espera para contraponer otra, mucho más distanciada, de “nenúfares en el Mediterráneo”, para referirse a lo colectivo. La tragedia individual nos retuerce las entrañas; la colectiva, a lo sumo, nos preocupa. Es una conmoción que no produce en realidad movimiento. La olvidamos pasado un tiempo. Cuando se consuma el extrañamiento, hasta podemos hacer comedia de los hechos trágicos. ¿Sentimos acaso apetito hacia la tragedia?

Ser contemporáneo es estar en los márgenes. Adentro y afuera. Ser capaz de adivinar las luces, pero también las sombras.

Decía anteriormente que éste es un problema muy contemporáneo. Siguiendo las tesis que nos presenta el filósofo italiano Giorgio Agamben, no será contemporáneo aquél que se encuadra perfectamente con todos los puntos de su época, ya que esto le impide verla. Contemporáneo es, sin embargo, aquello que nos dijera Roland Barthes: «lo contemporáneo es lo intempestivo». Sin embargo, a través precisamente de este desvío y este anacronismo, estas personas que no coinciden plenamente con su tiempo serán más capaces de observar y aferrar su época. Ser contemporáneo es también, por tanto, estar en los márgenes. Adentro y afuera. Ser capaz de adivinar las luces, pero también las sombras. Por eso llama tanto la atención esta propensión de nuestro tiempo para imaginar distopías. Cualquier modelo de sociedad futura, en el campo de la ficción, parece pasar de manera obligatoria por la necesidad de un inquietante fatalismo. A su vez, la distopía no es otra cosa que la propia tragedia anticipada; el vaticinio de unos estados fallidos, el augurio de una sociedad descompuesta o el presagio de un planeta destruido. Y a la vez es la consecuencia lógica de nuestras anteriores certidumbres, una vez han sido desmentidas por el rodillo de la historia; el cambio de tendencia obligado tras la euforia del positivismo científico y las dos grandes guerras que lo sucedieron.

 

Este material se comparte con autorización de El Salto

Este material periodístico es de libre acceso y reproducción. No está financiado por Nestlé ni por Monsanto. Desinformémonos no depende de ellas ni de otras como ellas, pero si de ti. Apoya el periodismo independiente. Es tuyo.

Otras noticias de opinión  

Dejar una Respuesta