La revolución

Rocío Lanchares / Gabriela Wiener

Esperamos dos, tres, cuatro meses por la sentencia, escuchando toda clase de teorías farragosas sobre la morosidad de los juzgados, alimentandso sin querer la mitología de los sucesos, inquietas porque se acercaba el 8M. ¿Qué tenían en la cabeza esos magistrados, acaso querían que les explotara la Gran Vía morada encima, con la cosa mal juzgada entre las manos? Después del 8M no podían atreverse, decíamos, creíamos, es un caso mediático. Somos intimidantes, podemos ser peores, repetimos nuestros propios lemas para creérnoslos, sí, los jueces nos miran, nos temen, nosotras hemos hecho nuestro trabajo, ellos harán el suyo, vamos con fe. Y ayer, cuando quedaban solo algunas horas, ansiosas por el resultado, absolución o condena, tratando de elucubrar cuál sería el fin del enigma, no aguantamos y decidimos echarle una tiradita del I Ching a La Manada. Como intentando cubrir a este caso lleno de sujetos indeseables con un manto de misticismo, o quién sabe, quizá solo para acallar nuestras sospechas más dolorosas y superponer algo de filosofía a la memoria de nuestros cuerpos curtidos en la violencia, para soñar por un momento que el futuro está en manos más poderosas que las de tres señores con toga.

El I Ching es una especie de oráculo chino ascentral, significa “el libro de las mutaciones” y es un libro adivinatorio y moral. Te enseña horizontes posibles y también cuál es el camino recto, el torcido y el costo de seguirlos. Llámanos esotéricas, llámanos feminazis. El primer paso es preguntar al libro lo que se desea saber y nosotros solo teníamos una interrogante quemándonos dentro: ¿Tendremos justicia en este caso o debemos esperar justicia patriarcal? Entonces tiramos las monedas seis veces hasta construir el hexagrama de la Manada, y el resultado fue: «Ko: La Revolución”. Qué oportuno. La imagen del hexagrama es la del fuego sobre el lago, dos fuerzas en oposición, con capacidad de extiguirse mutuamente, excluyentes. En eso estamos, intentando que esto prenda sobre un lago de indiferencia. Sí, algo sabemos de la revolución, por ejemplo que no es un estado estático al que llegas para habitar un nirvana paradisíaco; no esperábamos para hoy a las 13h la disolución del patriarcado sin bajas y sin rehenes, pero al menos sí testear el alcance de la transformación en marcha que vivimos, nuestra muesca en el árbol.

Esta sentencia es un violaciónsplanning de aquí a Lima: si te resistes estás muerta, si no lo haces no vas a ganar el juicio, solo te espera la impunidad

La sentencia de La Manada hoy nos entristece, agrede y enciende y, por supuesto, no nos representa. Pese a que a estas alturas tenemos la sensación de haber permeado en la sociedad y puesto por primera vez en la historia bajo el foco la cultura de la violación en toda su atrocidad y el resto de violencias que nos afectan –eso que llamamos en la intimidad “estado revolucionario permanente”–, aún gran parte de esos logros de las mujeres no alcanza a penetrar la legalidad, que hoy desde sus fueros ha legitimado socialmente la violencia sexual contra las mujeres, demarcándola según conceptos abstractos de la justicia ordinaria –¡Cuanta ordinariez hay en este caso, cuánto tecnicismo para negar lo obvio!–, según tipos arcaicos y esencialmente patriarcales expuestos en nuestro caduco código penal, muy lejos de la vida, muy lejos de nuestras realidades.

Esta sentencia es un violaciónsplanning de aquí a Lima: si te resistes estás muerta, si no lo haces no vas a ganar el juicio, solo te espera la impunidad. Así que aquí estamos otra vez, desgastando las palabras, otra vez para ti: las violaciones sin violencia física explícita siguen siendo violaciones. El hecho de que a los violadores se les haya condenado por abuso sexual con el tipo de “prevalimiento”, sitúa claramente la responsabilidad de nuevo en la agredida, pues nos habla de un coacción indirecta, o no impuesta a través de la violencia explícita, pero que descansa sobre la superiodad física y numérica de los agresores. Es decir, los cinco energúmenos la sometieron sin usar la fuerza, pero su condición era coaccionadora en sí. La conclusión es que la culpa es de ella por haberse sentido coaccionada. Podría no haberlo hecho, pero se dejó asustar por algo como ¿su punto de vista?, así que consintió y por eso no es violación. Hablar de consentimiento en nuestra cultura es abrir una caja de pandora de consecuencias inimaginables. El prevalimiento en nuestra sociedad es casi una forma de vida.

Pensamos en machetes, en licuadoras, en guillotinas. Después tiramos unas monedas al aire, salimos a la calle y enlazamos nuestros brazos con vosotras buscando la sanación que destierre la violencia de nuestros cuerpos

¿No hemos hablado suficiente de todas las violaciones que se dan dentro del matrimonio, que se dan en las parejas de adolescentes, que se dan en el sexo de una noche, que se dan en el seno silencioso de la familia, que se dan aunque nosotras mismas hayamos crecido normalizándolas? ¿No bastó con que habláramos de la violencia sexual que es ejercida por los medios con sus enfoques, por los jueces con sus sentencias, por la cultura con sus relatos de amor romático y estereotipado de mierda, la educación con sus carencias, las familias con sus silencios, la iglesia con sus prejuicios, el estado con sus abusos? ¿Cuándo será suficiente, cuánto más tendremos que exprimirnos, que gritarlo?

Hoy hemos visto a la cultura de la violación dictar un fallo salomónico, en el que todas las partes deben darse por satisfechas, amenazando con partir al niño por la mitad, a ver si así se descubre a la mentirosilla. El 8M vimos culminar un trabajo de meses hecho con esmero en un río de historias que nos entretejían para siempre y nos devolvían la consciencia de nuestro poder, pero hoy el juzgado se ha encargado de recordarnos que seguimos a la intemperie, al negar la mayor, como acostumbra, al relativizar los hechos hasta retorcerlos, para que aparenten ser algo más digeribles de lo que son. Magistrados, nos han arrojado a las hienas de la justicia ajena y todos vosotros habéis ayudado.

No sabemos si el I Ching ha querido decirnos esta vez que somos ese fuego en mitad del lago, o quizá el agua cercando al fuego. En cualquier caso, sabemos que esas nociones orientales, como la perseverancia y la confianza, y todo lo que estamos entregando a esta revolución, nos pertenecen por derecho colectivo adquirido. Y eso no van a arrebatárnoslo.

Nos encontramos en mitad de una guerra en la que hemos incendiado ya muchas praderas, y pronto pintaremos de lila también instancias grises como el código penal.

Somos las de las mil lenguas que se extienden por el imperio, por todos los imperios, el mundano, y el simbólico. Pero en días como hoy, ante su Rey Salomón, nosotras pensamos en Salomé, que pidió una cabeza en bandeja de plata. O cinco. Pensamos en decapitaciones. Pensamos en machetes, en licuadoras, en guillotinas. Pensamos en las cárceles que nunca quisimos. Pensamos en venganza. Después tiramos unas monedas al aire, salimos a la calle y enlazamos nuestros brazos con vosotras. Buscando la sanación que destierre la violencia de nuestros cuerpos, ya no la que nos inflingen, sino la que nos nace. Tienen suerte de que el feminismo sea un movimiento pacifista. Más suerte tenemos nosotras, porque estamos haciendo la revolución sin sangre. Pero, ¿Hasta cuándo, oh destino, veremos derramada la sangre de nuestras hermanas?

 

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