«La estrella y las gafas mágicas», un cuento tras la gira zapatista

Marcello Galbazzi

Ilustración: Alessandra “Supertramp” Testi

Si hay una tierra por excelencia donde abunda el humus para crear nuevos mundos, ese es sin duda el mundo de los cuentos de hadas. La mezcla de sustancias mágicas capaces de fertilizar la imaginación la hace tan especial y la componen personajes y objetos animados que saben mejor que otros inventar y reconocer el encanto del encuentro y el abrazo. El cuento que Marcello Galbazzi, de cuatro años, un pequeño gran rebelde de Fidenza, le dictó a su abuela para devolver la visita de sus nuevos amigos zapatistas se llama “Habrá una vez”. Habla de lo que se puede mirar con unas gafas especiales verdes y azules y abre el campo de lo posible porque el futuro es de niñas y adultos capaces de aprender (o re-aprender) a escuchar y luego, un día, también a hablar y entender un idioma diferente pero hermoso.

post scriptum: sugerencia especial para aquellos lectores del Municipio que, por desgracia, aman las fábulas y los cuentos de hadas pero están más allá de la edad de Marcelo. Como aparentemente dijo un Flaubert, no lean, como lo hacen los niños, para divertirse o, como los ambiciosos, para educarse. Lee el cuento de hadas de Marcello para vivir.

Para cualquiera que tenga la más mínima familiaridad con la narrativa que los zapatistas han estado escribiendo durante más de un cuarto de siglo, los elementos que generalmente asociamos con el género literario del cuento de hadas son una constante extraordinaria. Expresan de manera muy efectiva la sabiduría ancestral indígena y los principios éticos y filosóficos que caracterizan la experiencia chiapaneca.

De los resistentes cuentos de hadas del subcomandante Marcos, que pasó épicamente a una vida mejor pero renaciendo con novedades, y sobre todo de sus preciados personajes literarios -desde el escarabajo Durito hasta el anciano Antonio, pasando por el rompecabezas biológico del Gato-Perro – por supuesto, también se habló mucho en el rodaje de los últimos meses en Europa. Aunque sólo sea porque, en ese impensable encuentro intercontinental de rebeliones, el Comando Palomitas, integrado por niñas y niños, ciertamente no fue sólo un elemento folclórico o decorativo de la invasión zapatista. Lejos de ahí.

Por lo tanto, no es casualidad que Marcello, cuatro años bien trabajados, con la ayuda de su abuela Nelly para juntar las palabras, y su «tía» Alessandra para darles un precioso vestido gráfico, primero diera cuatro dibujos, uno para cada año de su vida, al compás que conoció en Parma. Entonces, inspirado por esos dibujos, Marcello tomó en serio la siembra nacida de esos encuentros y pensó en cómo continuar una relación importante. Así que dictó un maravilloso cuento de hadas a su abuela para enviar a sus nuevos amigos para devolverles la visita. Habla de un viaje fantástico (por ahora) en el que, agarrado de la cuerda que colgaba de una gran estrella roja, también él cruzó el Atlántico hasta que vio, en medio de las ceibas chiapaneches, a don Durito de La Lacandona, empeñado en escribir un fábula también él sobre una hoja, mientras fuma la infaltable pipa. Lea el resto a continuación, vale la pena (m.c.).

El cuento de Marcello, traducido al español por Stefano Fontana

Érase una vez un niño con gafas que vivía en Italia, en una pequeña ciudad de la Llanura Padana (se le llamaba así porque es muy llana), una de las zonas más contaminadas de Europa.

Esa contaminación se debía en parte a que las montañas que la rodeaban bloqueaban los vientos que habrían tenido que llevarse los malos vapores, pero también porque había demasiados coches, demasiadas casas y centros comerciales. Demasiado de todo aquello que hace que el aire sea malo. Todavía había parques y árboles en aquella ciudad, pero el niño con las gafas soñaba muchos más.

Sus gafas azules y verdes eran mágicas y le permitían ver, a veces, cosas raras, pero tan bonitas, como aquella noche en Octubre cuando el cielo se hizo tan negro y arriba apareció una grande estrella roja con una larga cuerda colgando hacia abajo, como si fuera un grande globo, pero realmente enorme… ¡¡¡y la estrella también hablaba!!!

“Hola niño con las gafas, ¿quieres venir conmigo a visitar un lugar maravilloso y lleno de amigos y amigas muy buenos? Agárrate a la cuerda y vamos, ¡soy una estrella mágica!”

“¡Claro! – contestó el niño- ¿A dónde me llevarás?”

“Ummmh, será una sorpresa, ¡¡tu mamá, tu papá y tu abuelita ya conocen ese maravilloso lugar!! ¡¡Apúrate!!”

El niño agarró la cuerda que colgaba de la estrella y voló arriba, pero aunque se encontrara por encima de las nubes, con sus gafas mágicas lograba ver la tierra por debajo…

Sobrevolando parte de Italia, luego España y Portugal, veía que el aire que envolvía aquellas tierras era gris y tenía mal olor. Luego llegaba el Océano Atlántico, tan azul, luminoso y transparente que el niño lograba ver hasta los peces bajo el agua, grandes, pequeños, de colores… Y luego llegaron otras tierras, con árboles raros que no había visto nunca y personas que hablaban una lengua diferente y tan bonita.

“Hemos llegado – dijo la estrella roja- ahora agárrate fuerte, porque el aterrizaje va a ser un poco complicado”.

Y efectivamente así fue, había que hacer eslalon entre árboles altísimos llamados Ceibas, que son muy antiguos y sabios, ya que también los árboles sabían hablar. Encima de sus ramas había todo tipo de animalitos, insectos, mariposas de mil colores, había incluso un escarabajo muy raro, vestido con una armadura medieval: Don Durito de la Lacandona se llamaba, y él también estaba escribiendo un cuento en una hoja mientras fumaba su pipa.

Así como había dicho la estrella, el aterrizaje no fue de los mejores. El niño con las gafas cayó encima de un caracol que se llamaba Caracol.

Caracol extendió su carita curiosa y dijo: “Sí que eres rarito, niño con las gafas, y cómo hablas… dices palabras que no están en mi vocabulario, pero yo alguna ya la he oído cuando con un barco un poco destartalado llamado La Montaña fui a dar una vuelta, ups, una gira, a Europa”.

“¡¡¡Entonces ya nos hemos encontrado!!! Dime por favor qué lugar es este tan bonito, lleno de colores y con tan buen olor en el aire”.

“Esta es la tierra de los y de las Zapatistas, se llama Chiapas, un lugar que nosotros deseamos se mantenga como lo ves ahora mismo, lleno de animales, insectos y vida. Para nosotros la tierra es una mamá que da amor, felicidad y nutrimiento a sus hijos y a sus hijas, que somos nosotros. Una mamá que nos enseña que todos merecen encontrar su lugar, quererse, y que cada uno, según sus capacidades, debe respetar a los demás así como su madre tierra”.

“¡Qué bonito! Donde vivo yo no es así, hay muchas personas que explotan la tierra, nuestra mamá, como dices tú, y por hacerlo la hacen caer enferma, porque utilizan venenos para que verduras, trigo y maíz crezcan más rápidamente. Otros no le permiten respirar y la sofocan debajo de casas y rascacielos. Pero no todos son malos, aunque no son muchos, hay personas que sí quieren mucho a mamá tierra”.

“También aquí en Chiapas es así – contestó Caracol – hay personas malas que llegan con soldados para robarle a nuestra mamá tierra el agua y minerales y transformar las tierras que nos dan de comer en pastos para sus vacas. Nos echan de nuestras casas y nos obligan a subir a las montañas, donde sólo hay piedras y mucho frío. También hay otros malos que quieren construir centrales, ferrocarriles y fábricas en nuestra tierra. Nosotros no queremos, por esto nos hemos juntado en el EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional).

“No te asustes, somos sí un ejercito, pero nuestras armas son las palabras, nuestras iniciativas y la manera en que nos organizamos. Nosotros queremos crear una manera más bonita de vivir… intentaré explicártelo: Hace más de 500 años otras personas malas, que eran europeos como tú, invadieron nuestras tierras y nos hicieron sus esclavos. Nos maltrataban, nosotros teníamos que trabajar para ellos mientras nos pegaban y nos humillaban. Nadie nos cuidaba y no podíamos ir a la escuela. Era un infierno. Así que nos reunimos y dijimos ¡YA BASTA! Entre nosotros hablábamos mucho de lo que era posible hacer y pasó mucho tiempo. Al final encontramos un acuerdo y todos juntos construimos nuestras escuelas y nuestros hospitales. Decidimos cultivar juntos la madre tierra y esto nos hace felices”.

“Esto es maravilloso, Caracol, ¡yo también quisiera vivir así! ¿Sabes qué voy a hacer? Me quedo aquí”.

El niño con las gafas subió en la espalda de Caracol y se fue (muy despacito, porque como dicen los Zapatistas, los caracoles, aunque lentamente, avanzan) a ver con sus ojos qué significa vivir juntos, ser, como dicen los mayores, una comunidad, y lo que veía era tan bello.

En la comunidad había muchas mamás y papás, abuelitos y abuelitas. Se levantaban temprano para ir a trabajar el campo y mientras recogían maíz, sus hijos iban a la escuela, no en las escuelas del mal gobierno, sino en las que habían imaginado y construido sus padres. Sus maestros eran chicos y chicas más grandes, no había notas, informes ni títulos. La escuela autónoma enseñaba a pensar y a vivir.

Los padres, sin embargo, iban juntos con toda la comunidad a trabajar el campo y mientras recogían maíz, frijoles y café, hablaban y se ayudaban, felices porque estando juntos el tiempo volaba aunque el trabajo era duro.

A la vuelta se reunían para la cena y para pasar más tiempo juntos: Los niños para jugar y los adultos para charlar.

Seguido pasaba que todos, niños incluidos, se reunían en junta para decidir todo lo que se refiere a la comunidad, todos decían lo que pensaban y luego decidían juntos.

También la voz de los niños era escuchada, pero sobretodo la de abuelitos y abuelitas, que son los más sabios.

Las comunidades vivían en pequeños pueblos en el medio de la selva, cerca de sus campos a los que llaman milpa. Alrededor había árboles, flores, aves de colores que en Europa sólo se ven en documentales, ríos y cascadas donde se podía nadar y jugar.

“Es tan bonito estar aquí” – decía el niño que a través de sus gafas mágicas lograba ver también el corazón feliz de todos sus amigos.

“¡Desafortunadamente – contestó Caracol- Se acerca la hora de tu vuelta! Si deveras nos quieres, tienes que volver a tu casa y contarles a todos lo que has visto aquí, para que tus amigos y amigas sepan que existe otra manera de vivir más bonita, más justa y más feliz. ¡Vuelve cuando quieras, nuestra casa siempre será tu casa! Y cuando estés en tu tierra, recuerda la estrella roja en la noche oscura, ¡aquella es nuestra bandera!”

El niño con las gafas, un poco a regañadientes, volvió con su mamá y su papá agarrando de nuevo a la estrella roja, mientras que Caracol, desde la cumbre de una ceiba, le saludaba y le mandaba un beso agitando la bandera de EZLN.

PS: Aunque tenga cuatro años y lleve gafas que me sirven para ver desde cerca y ver lejos, muy lejos, acuérdense que mi historia, como todas las historias zapatistas, ¡enseña algo!

P.S2: Como aún no se escribir ni leer, le he contado esta historia a mi abuelita para que ella la escribiera, pero los dibujos los he hecho yo.

Publicado originalmente en Comune Info

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