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La comunidad coca de Mezcala inicia el camino para levantar una Universidad en tierras recuperadas

Gloria Muñoz Ramírez

Mezcala, Jalisco | Desinformémonos. “Estos 21 años de lucha no fueron fáciles. Hemos luchado, hemos sufrido, hemos sido perseguidos. Estoy enrabiado, pero también contento”, dice Vicente Paredes Perales, comunero de Mezcala, en el camino al cerro El Pandillo, donde tomaron posesión, vía sentencia ejecutoria, de las 10 hectáreas que el empresario jaliciense Guillermo Moreno Ibarra invadió durante todo ese tiempo. Vicente, quien se mantuvo en la lucha por la recuperación de este territorio indígena desde el inicio, resume el ánimo del esperado evento en el que los pobladores recuperaron lo que les pertenece.

Itzayareli Jacobo Contreras, de 37 años, también coca de Mezcala, coincide con Vicente. “Fueron muchos años de trabajo, de atropellos no sólo con este hombre, sino también con el gobierno y muchas personas que estuvieron en contra en su momento. Hoy es un día muy importante, porque hoy regresan a nuestra comunidad estas tierras que fueron invadidas”. El siguiente paso, dice orgullosa, “es hacer aquí una universidad para nuestros hijos, nietos, bisnietos. Para todos ellos ha sido esta lucha”.

La cita es en la oficina de Bienes Comunales, a donde llegan desde las 9 de la mañana los hombres, mujeres, niños y ancianos de esta comunidad del litoral del Lago de Chapala, el más grande de México. Luego se van acomodando en camionetas de redilas y hasta en un camión de volteo para trasladarse al cerro El Pandillo por un camino de terracería. Están nerviosos, casi no lo pueden creer y temen que algo salga mal en el último minuto. 

La caravana automotriz llega a un paraje poco antes de la cima. Ahí la espera un grupo de la Guardia Nacional que vigilará el momento. Realizan trámites burocráticos antes de subir el último tramo y enseguida empiezan a caminar loma arriba, hasta que se asoma la casi mítica “casa del invasor”, como nombran a laconstrucción de piedra y madera rodeada de una vegetación exuberante con una vista espectacular al lago de Chapala. “¿Te gusta tu universidad mijo?”, le pregunta un padre a su hijo adolescente. “Está chida”, responde, mientras se acerca a la casa que, se espera, se convertirá en un recinto educativo comunitario al servicio de toda la región.

Antes de llegar un rebaño de borregos propiedad de Moreno Ibarra se pasea aún en los alrededores. No pudieron sacarlos, al igual que otras pertenencias, lo que hace pensar en que le tomó de imprevisto la ejecución, algo lógico después de haber sobornado durante más de dos décadas a cuanta autoridad se puso enfrente.

Los ancianos, las mujeres, los y las niñas van entrando poco a poco a la casa. Revisan la cocina, posan frente a la sala con chimenea, suben por la escalera de madera y entran a la recámara en cuyas paredes destacan algunos libros del empresario. En el balcón todos se toman fotos. La vista es única, incluso para ellos que han crecido a un lado del lago. Un grupo de comuneros despliega el estandarte de la comunidad coca, un jeroglífico que han convertido en su bandera, mientras una gran manta con la figura de Emiliano Zapata de pie acompaña a travesía. 

El momento culminante es la toma de la foto colectiva frente a la casa. «¡La tierra no se vende, se ama y se defiende! ¡Viva Mezcala!», gritan una y otra vez con el puño en alto, seguido de un repetido “¡Sí se pudo!”. Y luego se escucha un “¡Viva Rocío!”, la comunera coca que, sin estar, estuvo. Esta lucha, coinciden los presentes, no se puede entender sin su tesón y valentía. Ella y 10 comuneros más fueron criminalizados en este caminar, y algunos aún enfrentan procesos jurídicos.

Salvador de la Rosa es claro como el agua: “Venimos a hacer posesión de un predio porque nos lo invadió un cabrón ratero. Yo estuve preso enfrentando un proceso en el juzgado por este güey que nos incriminó. Hubo cuatro comuneros presos. Nos costó muchísimo llegar a este momento. Me siento con mucha satisfacción. No iba a venir porque estoy discapacitado de un pie, pero dije que tenía que ir a ver el fin de la lucha que tuvimos más de 20 años. El señor, como es muy poderoso, compró autoridades y nos persiguió como si fuéramos delincuentes o asesinos”.

Con paso lento Don Pablo ingresa a la casa del invasor, la misma, señala, “que él decía que era un granero. Él la bautizó con el nombre de El Cielo. Así sacaba sus fertilizantes, con ese nombre, pero ahora a él se le derrumbó el cielo… De los comuneros ya quedamos puros mayores. Un día dijo que a los viejitos se los pasaba quién sabe por dónde, pero ahora va a tener que inclinarse más, porque los viejitos ya están pasando”.

Don Pablo no niega las divisiones que se produjeron durante todo este tiempo. “Entre nosotros, en la misma comunidad, hubo gente que estaba en contra (de la recuperación) porque Moreno Ibarra los tenía con dádivas. Se les acabaron las dádivas, y ahora vamos a vivir una realidad ya propia. Ya no seremos dependientes de Moreno Ibarra”. Hoy, por lo pronto, los más tibios y los más aguerridos están juntos.

Debido a que el empresario no alcanzó a vaciar la casa, se forman comisiones para sacar lo que dejó: libros, algunas ollas, cobijas, muebles y uno que otro cuadro. La indicación es no llevarse nada, sólo sacarlo de la casa. El empresario destruyó hoy lo que pudo, como un pedazo de tejabán. La pedacería está dispersa en el piso y una niña juega con el barro armando torres. Quitó también los paneles solares, arrancó la tubería de las tomas de agua y quitó el alambre con el que ilegalmente cercó el predio. Pero la construcción de piedra está prácticamente intacta, como la firmeza de este pueblo.

Acompañan a Mezcala los colectivos Un Salto a la Vida y el Comité en Defensa del Bosque Nixticuil, entre otras organizaciones, además de periodistas y organizaciones de derechos humanos, además, por supuesto, del abogado de la comunidad Rubén Ávila Tena, quien resume la parte jurídica: “Lo que hoy sucedió aquí es que vino el Tribunal Agrario del Distrito 15 a ejecutar la sentencia que se emitió en el juicio agrario 475/2013, que es el último número de expediente que se le asignó al juicio de la comunidad. Este juicio empezó en 1999 y prácticamente pasó por todos los tribunales de Jalisco. Inició en Atotonilco, cuando había un tribunal auxiliar. De ahí lo pasaron al Tribunal Unitario Agrario Distrito16m en Guadalajara; de ahí del Distrito 56, en Ciudad Guzmán; y de ahí al 15, que fue el que emitió la resolución y ordenó que se devolviera a la comunidad indígena de Mezcala las aproximadamente 10 hectáreas que estaba usurpando el invasor Guillermo Moreno Ibarra”.

El tribunal, en cumplimiento con la sentencia que emitió, envió a un actuario ejecutor y a un topógrafo a levantar un acta de entrega. En el acta se dice que el día de hoy a la comunidad se le restituye la superficie que estaba ocupada por el invasor y se le restituyen también todos sus derechos sobre la misma, lo que significa que la comunidad es ahora la responsable de cuidar y preservar este paraje.“Hoy se termina la lucha jurídica y empieza la lucha por mantener este espacio con una idea de comunidad”, señala el abogado, mientras los niños no dejan de jugar en las instalaciones de lo que un día serán su universidad.

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