La casa de los espíritus

Iván Pérez Téllez

Algunas semanas atrás Natalia me había invitado a acompañarla a la cueva de Xochitepec, una de la más importantes en la región nahua de Huauchinango, Puebla. A este lugar acuden los tlamatkame nahuas de varios municipios y es que esta oquedad es bastante importante en virtud de que los espíritus que la habitan son considerados especialmente poderosos; pese a lo que la gente pueda imaginar, las cuevas texkale son lugares pútridos llenos de basura, detritus de las ofrendas alimenticias, animales sacrificados y una cantidad enorme de botellas de plástico. En estos espacios existen “mesas” en las que se entregan ofrendas de todo tipo así como con distintos fines, benéficos y perniciosos. Los curanderos acuden ahí para hablar a nombre de sus pacientes, beben aguardiente y salmodian parlamentos para solicitar distintos favores; por lo común, que el año venidero sea benéfico, que no haya enfermedad, que haya suerte en el comercio, en el trabajo.

Por lo regular, los curanderos nahuas acuden durante todo el año a estos sitios, sin embargo el día primero de enero lo hacen para renovar su propio altar y poder así cambiar los copales que sirven de cuerpos transitorios a los espíritus. Los nenenkame, uno de los nombres con los que les conocen, acuden al altar del chamán y se asientan en esos cuerpos de copal con el propósito de ser consultados. Se trata claramente de una reproducción miniaturizada del cerro tutelar del chamán; el kaxaktli, nombre con el que se conoce al baúl que aloja los cuerpos de copal, funciona temporalmente como la casa de los espíritus. Este altar iyantli se coloca en interior de la casa del chamán desde el día que es iniciado como ritualista. Natalia acudió este 6 de enero a Xochitepec, para dar gracias a los espíritus por haber trabajado con ella, por haber intervenido a favor de la salud de sus pacientes, por retirar el daño o la envidia. En un contexto cada vez menos agrícola la solicitud de un buen temporal ha perdido terreno ante las crecientes actividades comerciales de la gente nahua; con todo, la salud es la principal preocupación de los pacientes que acuden en esta fecha a la cueva, sobre todo en este contexto de pandemia por el covid-19.

Los preparativos comenzaron el 5 de enero, en su casa Natalia dispuso y ordenó todo lo que es necesario llevar a la cueva: atados de papel conocidos como xochiamatl, adornos de flor para mano y cuello xochimakpale y xochiyugo, ceras, copales de “zapato”, papel de china y oropel, así como los alimentos necesarios para ofrendar. El 6 de enero, antes del amanecer, la comitiva se dirigió a Xochitepec, a unos cuantos kilómetros de Cuacuila, Huauchinango, Puebla. Este lugar, conocido como La Gallera, en Xaltepuxtla, Tlaola, Puebla, es un lugar de cuevas: Cusasantla, Xochitepec, o Zoquiatenco son algunas de las oquedades más significativas que aquí se sitúan y a las que los nahuas acuden con fines ceremoniales. A estos espacios asisten los chamanes cuando un joven se inicia, acá toma los “poderes”, y acá mismo se deben regresar cuando fallecen, por lo que es frecuente que también haya altares desmantelados que son devueltos a las cuevas. El chamanismo nahua, el día de la iniciación del lego, establece una conexión tipo inalámbrica entre la cueva tutelar y el altar del chamán, así que a lo largo de su vida el chamán debe renovar el vínculo entre un espacio y otro, entre la cueva y el altar, y viceversa, de ahí la importancia de acudir año con año a renovar los copales, los cuales padecen un habitual desgaste por lo que es necesario cambiarlos anualmente.

Que Natalia haya acudido con sus pacientes a las cuevas de Zoquiatenco y Xochitepec a ofrendar, “limpiarse” y solicitar prosperidad, es parte de un complejo sistema en que la salud y enfermedad dependen principalmente de las divinidades; así, en un contexto tan adverso como el que estamos viviendo, a propósito de la pandemia de covid-19, los nahuas acuden a las cuevas como una forma profiláctica de resguardarse de esta enfermedad y, de paso, para paliar con la crisis económica que ha mermado sus ingresos monetarios. El gasto que representa realizar estas actividades rituales no inhiben su realización; de hecho, la cantidad de ofrendas que había en las cuevas demuestra elocuentemente la intensa actividad ritual que han tenido lugar en estos espacios.

Natalia renovó los copales de su altar y cumplió así con el compromiso que tiene con sus nenenkame, con sus “trabajadores”, sus “poderes”. Aunque acuda decenas de veces a lo largo de este año con sus paciente, el próximo acudirá nuevamente a refrendar su compromiso, ese que adquirió desde el día de su iniciación. Esta intensa actividad ritual en las cuevas revela otra forma de tratar con la enfermedad, con el infortunio, que, desde la perspectiva nahua, es están tan eficaz como cualquier otra medida que sea propuesta por la gente no indígena y desde las instancias de salud estatales. La mayoría de la gente que acompañó a Natalia son comerciantes a menor escala, campesinos o empleados, que no gozan de ninguna seguridad social por lo que recurrir a la curandería nahua resulta completamente lógico y consecuente con sus nociones de salud y enfermedad y con su precaria situación laboral y de acceso a los sistemas de salud estatal.

Foto: Andrés Lobato / Milenio

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