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Guillermo Scully: la invención constante de su barroco personaje neosurrealista lúdico

Francesca Gargallo

Guillermo Scully es un inventor del mito de sí mismo, de un yo que se regala al colectivo, de un porte que se hace arte. Para ello ha sido capaz de inventarse varios lugares de nacimiento y de fundar un movimiento plástico de un solo hombre, el Neosurrealismo Lúdico, del que, para seguirle el juego, Homero Bazán, crítico de El Universal, llegó a decir que es “el exponente más representativo”.

Negro blanco, indoafrolatinoamericano y caribeño, setenta y cinco por ciento zapoteca, adolescente hasta la vejez, fiestero empedernido, amante del movimiento cuando se condensa en la sensualidad del baile, dibujante de todas las mesitas de café de las plazas de Córdoba en Veracruz y del centro de la Ciudad de México, Guillermo Scully Fuentes crea y se inventa, entra y sale de los personajes de sus dibujos al pincel y tinta china como un gato que prefiere los tejados a la seguridad de la tierra firme.

Por los comentarios de todos sus maestros y compañeros de estudios en La Esmeralda, él se sabe talentoso; lo cual le permite desatender olímpicamente la “talacha”, dejando al caso –y la simpatía- de los encuentros la experimentación de los materiales de soporte (papel De Ponte, vestuario, papel amate de un artesano que toca a su puerta una fría mañana de otoño).

Dibuja obsesivamente y descuida el color, “ese accidente de la forma” como a veces lo define; deja correr el carboncillo y olvida el ensayo y la experimentación cual si fueran necesidades de otros; se repite con el pincel rápido y fecundo del movimiento del baile, una y otra vez, hasta lograr que el gesto se materialice en una imagen de sí mismo. No se preocupa de las texturas, los materiales, los soportes, por el mismo motivo que no planea sus días ni tiene un teléfono en casa. Es un dibujante que pinta, o más bien, según su propia definición, es un “pintor dibujístico”, un pintor que dibuja. En toda su obra, el dibujo es el sostén que carga la intención plástica. Cuando necesita de un pigmento es para trazar un gesto; cuando deforma un cuerpo es para resaltar sus movimientos. No hay historia, no hay fin, no hay tiempo, sólo existe el trazo que corre para reencontrarse con la variación de la forma en fuga.

Cañaverales nocturnos con grillos que descansan sobre una pierna azul doblada en un paso, grandes nalgas redondas de bailarinas enfundadas en trajes de seda para la fiesta de gala del salón, trompetistas, saxofonistas, danzoneros, noches calientes de salsa y ron, un mundo dominado por el sonido que mueve a la danza, popular y extremo, invaden desde hace treinta años los papeles que caen en mano de Guillermo Scully. Y de repente, cual si la contradicción fuera una necesidad, aparecen los rostros más inmóviles de la tradición popular, que es ancestral y, en su particularísimo caso, hija de las divinidades y sacerdotes zapotecas: máscaras de hombres y mujeres de toda la variadísima gama de mestizajes americanos. Rostros como permanencias, monumentos al presente. Rostros de cuerpos que en otro momento son el baile, son la fuga, el encuentro, la voltereta.

Aparentemente hedonista hasta el punto de caer en la frivolidad, Guillermo Scully en su dibujo detiene lo efímero del tripudio y lo prolonga más allá de la contemporaneidad, haciendo de un baile pasado de moda el patrón del comportamiento humano, una reacción a los eventos de crónica mundana. No sustituye el mito, lo presenta bajo una vestimenta anticuada y posmoderna a espectadores necesitados de figuras de referencia no lineales. El desplazamiento cadencioso de sus masas, de sus parejas, y hasta de sus solitarios cañeros bailarines y sus esbeltas brujas en aquelarres de selva húmeda, proporcionan recuerdos inventados de un sí mismo que no puede escapar de una historia que, como toda la historia de América, está marcada por la traición de los tiempos modernos y la reinvención necesaria de las utopías.

HUERFANOSTALGIA

Dibujos tintas y acuarelas

Por: Alfredo López

Helena es hija de Francesca Gargallo y Guillermo Scully, dos grandes creadores.

Creció entre de montones de libros, periódicos y revistas; en medio de cuentos, novelas y poesía, pero también entre bastidores, pinceles y pinturas.

Heredó el talento nato para escribir, dibujar y pintar.

Sus manos se desplazan con naturalidad en la hoja en blanco para dejar correr la tinta china, la acuarela y el lápiz, creando mundos fantásticos que habitan amorosamente los textos de su madre.

Las manos de Helena son también las de una hábil artesana; prepara con destreza la masa madre con la que se hace un rico pan colectivo que la cooperativa Vendaval salen a repartir en bicicleta todas la mañanas.

La galería de La Resistencia tiene en el privilegio de mostrar en sus paredes por primera vez esta su obra que habita y acompaña en un diálogo permanente con la obra de Guillermo Scully, que a su vez, es presentado también en líneas arriba con un texto maravilloso de Francesca Gargallo.

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