Gaza, música de ascensor

Diego Ameixeiras

Foto: Cosecha comunitaria de primavera frente a la verja de control israelí. Khuza’a, Franja de Gaza. (David Segarra)

Sostiene Naomi Klein que nos enfrentamos cada día a un genocidio ambiental en Gaza, a una infamia convertida en música de ascensor, a la normalización de los crímenes de guerra como un fenómeno meteorológico. No atendemos. Prefieren que no atendamos. Miramos y salimos corriendo de una película de terror. El gran robo del siglo, diagnostican los especialistas, es el robo de la atención. La época no permite fijar la mirada en ningún lado, obliga a un estado de dispersión generalizada que nos inmuniza ante la barbarie. Los vemos pasar, nos echamos las manos a la cabeza, pero hace tiempo que los asesinatos del ejército israelí alcanzaron categoría de ruido de fondo, un viento en segundo plano que se filtra por los intersticios de nuestra vida mientras somos dirigidos a otra parte, expatriados del presente. Culpables, ansiosos, fatigados, perdidos en la niebla. Tomando todas las direcciones y ninguna. Saltando en el vacío del algoritmo, sin atender en profundidad lo que sucede ante nuestros ojos. Si acaso con la vista borrosa, con el pulso acelerado del fugitivo sin horizonte. Acostumbrados en este último año, desde los atentados de Hamás del siete de octubre, a una música diaria de cadáveres en el ambiente. Rotos, incrédulos, exhaustos. A merced de los grandes saqueadores de atención.

Se han sucedido masacres históricas que no vimos, otras que jamás nos contaron. No es el caso del genocidio en Gaza, actualizado minuto a minuto, en permanente avance ante espectadores de mirada perpleja, con la atención estropeada, en un estado de confusión continua. Asistimos a instantáneas de muerte y destrucción mientras arrastramos el dedo por la pantalla del móvil, con la voluntad en manos de un automatismo enfermizo, y las horas de scroll infinito nos envuelven en un jet lag mental propio de esta era de la aceleración: un juego perverso que equipara el cadáver de una niña con un goteo visual aceptado, soportable con una mirada en diagonal. En la década de los 70, la poeta Denise Levertov se preguntaba por los muertos en la guerra de Vietnam. Imaginaba una fotografía llena de vida en la que las nubes se reflejaban en los arrozales, los búfalos caminaban con paso seguro y los padres contaban leyendas antiguas a sus hijos. Hasta que la escena saltaba brutalmente por los aires. Entonces escribía firme, con atención plena: “Cuando las bombas destrozaron aquellos espejos / sólo hubo tiempo para gritar. / Permanece un eco todavía / de sus voces, semejante a una canción”. La terrible melodía de Gaza, ese negro ruido de fondo, no deja de sonar. Sigue ahí, en el ambiente. También en combate contra nuestra desatención.

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