Gaza, biosfera muerta: de la guerra de los vertederos a las 85 mil toneladas de explosivos

Pablo Rivas

Foto: Khan Yunis refugiados (Mohammed Zaanoun/ ActiveStills)

Más de 85.000 toneladas de explosivos. Son las estimaciones de la Oficina de Medios de la administración gazatí sobre la cantidad de bombas que el Estado de Israel ha lanzado en la Franja de Gaza durante el último año, una cantidad que se ha multiplicado desde comienzos de año. Para entender semejante nivel de destrucción, nada como una comparación: es una cantidad superior a la suma de todas las bombas que cayeron sobre Londres, Nagasaki, Dresde y Hamburgo en los seis años que duró la II Guerra Mundial. Según las estimaciones de la Royal Air Force británica de entonces, el porcentaje de infraestructuras dañadas en las dos últimas fue del 59% y el 75%, respectivamente.

En Gaza, un hiperpoblado territorio de 41 kilómetros de largo y entre seis y doce de ancho, donde viven 2,14 millones de personas —1,7 millones son refugiadas de la Palestina histórica junto a sus descendientes y 1,9 millones se han visto forzadas a desplazarse en el último año— los últimos datos de infraestructuras dañadas ascienden al 66% del total, con al menos un cuarto de todas ellas completamente destruidas, según cifras proporcionadas por Naciones Unidas en septiembre basadas en observaciones satelitales. Eso incluye 227.000 unidades de vivienda, 400 escuelas —han desaparecido el 85% de las instalaciones educativas— y 600 mezquitas, entre otros edificios. El volumen de escombros supera, según el balance de la ONU, 14 veces el de todos los generados por los conflictos armados acaecidos en el planeta desde 2008. En mayo, Naciones Unidas alertaba de que la reconstrucción no se completaría hasta al menos 2040, y desde entonces las bombas israelíes no han dejado de caer.

Bahjat Jabarin: “La guerra ha convertido Gaza en una zona sin posibilidad de vivir, con contaminación biológica, química y hasta radioactiva a todos los niveles”

Lejos de quedar ahí —y obviando el genocidio de los, al menos, 42.000 palestinos muertos, una cifra que no cuenta con más de 10.000 desaparecidos— la devastación de Gaza no se limita a edificios y escombros. La destrucción alcanza todos los sistemas básicos para que la vida animal y vegetal pueda darse en condiciones de salud y seguridad ambiental en el superpoblado enclave palestino. El alcantarillado y las plantas de tratamiento de aguas residuales están destrozados, lo que da rienda suelta a la proliferación lagunas de aguas putrefactas y enfermedades como la polio o la hepatitis A. La basura se acumula por doquier, lo que incluye 1,2 millones de toneladas de residuos sólidos repartidos en 63 vertederos irregulares —los vertederos habituales están en las inaccesibles “zonas de exclusión” y “amortiguación” declaradas por Israel— junto a campamentos de desplazados, según datos de Red Palestina de ONG ambientales (Pengon) – Amigos de la Tierra Palestina. Los acuíferos se contaminan y salinizan a pasos agigantados, dada la sobreexplotación de estos en las zonas donde se hacinan los refugiados. Las tierras de cultivo se deterioran entre el abandono, la salinización y la contaminación de las aguas y la destrucción causada por cráteres, tanques y bulldozers. Y el medio ambiente se llena de los tóxicos que caen del cielo —incluyendo el temido fósforo blanco— y se mezclan entre escombros y agua contaminada. Todo un cóctel que, como señala el ingeniero Bahjat Jabarin, director del área de Monitoreo e Inspección de la Autoridad Palestina de Calidad Ambiental, “ha convertido Gaza en una zona sin posibilidad de vivir, con contaminación biológica, química y hasta radioactiva a todos los niveles”.

Guerra a la tierra

Tras cumplirse un año de los ataques de Hamás el 7 de octubre, y del comienzo de la invasión y asedio de Gaza por parte de Israel, la red Pengon y la Universidad de Newcastle han presentado un informe en el que analizan el impacto ambiental de la guerra en la Franja. La investigación se enmarca en el proyecto War and Geos, con base en la citada universidad británica y centrado en las consecuencias ambientales del militarismo en el mundo. Esto incluye, como señala el investigador Mohamed El-Shewy, “los residuos y las secuelas que supone la guerra”. Además, como indica Rasha Abu Dayyeh, integrante del equipo investigador, el proyecto está elaborando en Gaza “un mapa de la concentración de residuos de munición, para lo cual estamos recolectando datos cualitativos y cuantitativos de los impactos medioambientales y en la vida de la gente de todo este armamento”.

Las explosiones de bombas como las Mark 82 de fabricación estadounidense que el Ejército israelí lleva meses lanzando sobre Gaza producen temperaturas de 2000ºC, lo que mata a toda la materia orgánica y microorganismos en el suelo. Eso produce “una pérdida total de la fertilidad de este”, según explica el doctor Husam Al-Najar, experto en saneamiento ambiental y del agua e integrante de la red Pengon en la Franja. Al deterioro del suelo se suma la destrucción de árboles y cultivos bajo las ruedas oruga de los cientos de tanques y bulldozers que Israel ha introducido en el territorio palestino y que patrullan las nuevas zonas declaradas unilateralmente por Israel como “de exclusión” o “amortiguamento”, muchas de ellas usadas hasta la invasión para cultivar unos alimentos que ya entonces no abundaban. 

En el sur de la Franja, los olivos eran regados con agua de pozo con una salinidad de 1.800 miligramos por litro. Ahora está en 4.000 mg/l debido al bombeo excesivo de agua subterránea para abastecer a los desplazados

Este tipo de maquinaria militar pesada, cuyo paso deja la capa superficial de la tierra completamente dañada, conlleva a su vez “la compactación del suelo, así como su pérdida de permeabilidad, lo que implica su desecación total”, explica el experto. Es algo que ha ocurrido especialmente en las zonas de uso militar exclusivo israelí que Israel ha decretado a medida que avanzaba la invasión. 

Asimismo, otro de los factores relativos al suelo que más preocupa a los investigadores es la existencia de niveles importantes de metales pesados y tóxicos derivados del intenso bombardeo. Es el caso del níquel, el cadmio, el mercurio, el zinc o el cobalto, además del temido fósforo blanco, cuyo uso ha sido denunciado reiteradamente por organizaciones humanitarias.

Un agua ya no apta para nada

El análisis de la salinidad del agua que sirve para el riego de los escasos cultivos supervivientes deja una situación catastrófica. Si en las zonas de Al Mawasi-Al Qarara y Jan Yunis, en el tercio sur de la Franja, los olivos solían ser regados con agua de pozos con una concentración de salinidad de 1.800 miligramos por litro, el equipo de campo de Pengon denuncia que la salinidad de los pozos está ahora en 4.000 mg/l debido al bombeo excesivo de agua subterránea para abastecer a las cientos de miles de personas desplazadas por Israel. Como consecuencia, los olivos recién plantados no han sobrevivido y otras verduras no crecen como de costumbre.

“La razón principal para la formación de estos vertederos insalubres es la prohibición por parte del ejército israelí de impedir el acceso a los vertederos oficiales, ya que ahora todos se encuentran en las ‘zonas de exclusión’”, denuncia el doctor Mohammed Alibweini

Como señala el doctor Husam Al-Najar, “la población ha sido forzada por las fuerzas israelíes a desplazarse a las ‘zonas de seguridad’, que no son seguras pero ellos las llaman así”. Dichas áreas, situadas en la franja costera sur del enclave, “son también áreas agrícolas, con lo que la gente que ha sido desplazada internamente ha tenido que establecerse en estas zonas, así que la mayoría de los pozos agrícolas de éstas están siendo utilizados para abastecer a los desplazados”. Esa sobreexplotación está produciendo una intrusión del agua de mar en los pozos costeros de la zona, lo que saliniza el agua y la hace de difícil uso, cuando no es letal, para los cultivos.

Todo estos factores suponen que “el 68% de los campos de cultivo de Gaza exhiba un declive de salud y densidad significativos en septiembre”, tal como denuncia Rasha Abu Dayyeh, del proyecto War and Geos. A eso hay que sumar lo que desde Pengon definen como “la completa destrucción del sector ganadero” por falta de alimento para los animales.

La guerra de los vertederos: Israel prohíbe el acceso y la basura se acumula

La acumulación de basuras es uno de los factores que más está degradando la biosfera de Gaza. El equipo de Pengon ha identificado un total de 63 vertederos irregulares nacidos junto a los campamentos de desplazados, con un total de 1,2 millones de toneladas de residuos sólidos.

“La razón principal para la formación de estos vertederos insalubres es la prohibición por parte del ejército israelí de impedir el acceso a los vertederos oficiales, ya que ahora todos se encuentran en las ‘zonas de exclusión’ establecidas por las fuerzas israelíes”, denuncia el doctor Mohammed Alibweini, desde la red de ONG. Esto supone que el sistema de recogida y procesamiento de residuos sólidos esté en situación, según Pengon, de “colapso casi total” tras su interrupción prácticamente completa “debido al ataque directo a garajes, camiones y vehículos por parte del Ejército israelí y a la grave escasez de combustible”. La obvia consecuencia es el deterioro de la salud pública y la proliferación de enfermedades derivadas de la acumulación y descomposición de desechos, una situación que Alibweini califica de “inminente catástrofe sanitaria”.

A lo dicho se suma la situación de las aguas residuales. Todas las instalaciones de tratamiento están inoperativas. Esto se debe a que han sido objeto directo de ataques israelíes y a la paralización de las estaciones de bombeo por falta de mantenimiento o de combustible tras el corte de electricidad a toda la Franja decretado por Israel, según remarcan desde la red de ONG.

“La cantidad diaria de agua sin tratar de fosas sépticas que se filtra a las aguas subterráneas en el sur de la Franja es de 10.200 metros cúbicos por día”, denuncia el informe

Esta situación ha devenido en la aparición de 72 acumulaciones de aguas putrefactas, según ha monitoreado el equipo de Pengon. Tal como señalan sus datos, estas lagunas acumulan un millón de metros cúbicos de aguas residuales sin tratar. En el este de Gaza se dan además “inundaciones generalizadas de aguas residuales en las tres principales plantas de tratamiento en el este de Gaza”, lo que conduce a una acumulación de aguas contaminadas en las tierras bajas, “áreas que están designadas para la recolección y filtrado de agua de lluvia como el estanque de Sheikh Radwan en la ciudad de Gaza”, lamentan. 

Con esta situación de fondo, la acumulación de cientos de miles de personas en la “zona de seguridad” marcada por el Estado sionista ha obligado a los desplazados a crear fosas sépticas para eliminar las aguas residuales sin tratar, lo que supone que “la cantidad diaria de este tipo de agua sin tratar que se filtran a las aguas subterráneas en el sur de la Franja de Gaza es de 10.200 metros cúbicos por día”, denuncia el informe.

Semejante insalubridad ha supuesto la proliferación de todo tipo de enfermedades gástricas e infecciosas, como el cólera, la fiebre amarilla, la polio, la tracoma o la hepatitis A, mal este último que ya han padecido la mitad de los niños de Gaza, según el Ministerio de Salud gazatí, una situación que con toda probabilidad empeorará con la llegada de las lluvias del otoño y el invierno.

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