Fábrica ocupada se convierte en espacio feminista en El Salvador

Maria Teresa Messidoro* | Traducción: Francisco Vicente Flores Graniello

El hilo de la resistencia

Las 113 trabajadores que ocupan la fábrica Florenzi en San Salvador para exigir sus salarios adquieren una nueva conciencia de género.

Dos minutos y medio por uniforme.

Tiempo necesario para coser el uniforme, incluidos adornos y pegatinas, plancharlo y empaquetarlo.

Eso significa 25 uniformes por cada hora de trabajo.

Con ocho horas de trabajo al día, se  llega a 200 uniformes por día.

Si cada uniforme vale 5 centavos de dólar, puede recibir los $ 9,87 esperados como salario diario.

Casi 140 dólares cada 14 días, el salario acordado.

A menudo se entrega tarde.

Cada uniforme, de la marca Gray’s Anatomy Scrubs, se venderá en Amazon alrededor de 30 dólares

La primera parte de la historia sucede en Soyapango, un municipio industrial del área metropolitana de San Salvador. Más específicamente en la maquila Florenzi, que trabajaba para clientes como BARCO (propietario del uniforme médico de Gray’s Anatomy) o Pierre Cardin. A menudo subcontratando trabajos a otras pequeñas empresas.

Con la Ley de Zonas Francas Industriales y de Comercialización, aprobada durante el gobierno derechista de Calderón Sol en 1998, las  industrias que  se asientan en estas áreas gozan de privilegios fiscales, a cambio de ofrecer trabajo de mano de obra a bajo costo. Son principalmente las maquilas que trabajan en el campo textil para grandes firmas: entre el 2015 y 2019, en las 17 zonas francas, se emplearon anualmente alrededor de 63 mil personas, en su mayoría mujeres.

Con muy pocos derechos

Soyapango, con una alta concentración de maquilas, ha visto multiplicar por seis su  población en dos décadas, pasando de 43.000 habitantes en 1971 a 261.000 en 1992. Según las previsiones para 2020, la ciudad, podría alcanzar una densidad de 100 habitantes por kilómetro cuadrado.

Desde el 8 de julio de 2020 la Fábrica Florenzi deja de ser una maquila. Ahora es una fábrica ocupada por sus empleadas; esas mujeres que han trabajado duro durante años ocho horas por un salario mínimo, ahora caminan en la instalación desierta que la han hecho propia.

Las máquinas de coser,  los hilos y los botones han dejado de ser material de trabajo para producir blusas u otras prendas de diseño. La fábrica se ha convertido en un campamento, donde las 113 ex trabajadoras resisten para recibir el salario que les corresponde. Allí la fábrica permanecerá bajo su control hasta que el jefe les pague la asignación y el salario de cuatro meses; de lo contrario, intentarán hacer justicia en el camino legal, aunque hasta ahora – a pesar de las quejas, solicitudes y ocupación del establecimiento – los dueños no han  respondido

Todo comenzó el 18 de marzo de este año cuando al estallar la pandemia el presidente Nayib Bukele, ordenó el cierre total de las 152 maquilas y call centers en funcionamiento en el país, por su alta concentración de trabajadores. A diferencia de Honduras y Guatemala, el trabajo de las fábricas textiles no se consideró esencial, por lo que este cierre resultó en un retraso en las entregas, una disminución en las ganancias que esperan los dueños de las maquilas: se asume que en 2020 habrá una reducción de los ingresos de las maquilas en un 20%.

Por tanto, algunos de ellos no respetaron los plazos de pago. La industria Florenzi fue una de ellas.

El 11 de septiembre, un cliente de la marca Grey Anatomy se felicita de la siguiente manera: «En el momento más difícil de la pandemia en Nueva York, lograron enviarnos los  maravillosos uniformes para el equipo. Nunca olvidaremos lo que han hecho por nosotros».

Sin saber qué pasaba

En el nacimiento de la Florenzi, en 1985, se involucraron personas importantes en la vida social y política salvadoreña: en los primeros años, Carlos Humberto Henríquez, exdirector ejecutivo de la Comisión Ejecutiva Hidroeléttrica del Rio Lempa, una empresa estatal que genera energía hidroeléctrica, aprovechando las aguas del río (el más grande de El Salvador) fue el responsable legal del propietario y representante de la Florenzi era Roberto Pineda, perteneciente a una de las históricas familias oligárquicas, exdirector del Club Campestre Cuscatlán, uno de los lugares más exclusivos del país. Murió en junio de este año, dejando la  fábrica a su hijo, Sergio Pineda, quien nunca se presentó a las negociaciones con las trabajadoras a pesar de haber declarado públicamente que al menos en quince oportunidades  lo había hecho ; las trabajadoras siempre lo han negado.

La familia Pineda nunca ha pagado los 4 meses de salario  adeudado a las más de 200 trabajadores, ni aportes por años de trabajo; a cambio les ofreció una máquina de coser  marca Singer o una Brother, presentes en la fábrica; son máquinas que nuevas pueden costar hasta 200 dólares, pero tienen al menos diez años de desgaste. Casi la mitad de las trabajadoras aceptó, pero 113 mujeres rechazaron el compromiso. El salario mensual es el salario mínimo, 300 al mes: según sus cálculos, la Florenzi les debe a ellas – solo por salarios   adeudados – al menos 500 mil dólares.

 En 2018, según datos oficiales, las ganancias de la Florenzi fueron de 160.000 dólares.  La multinacional BARCO, en 2020 en cambio registró ingresos por 36 millones de dólares.

La ocupación es agotadora, se hace difícil manejar la situación, es fundamental trabajar para pagar la luz y el agua de la casa, además de comprar comida. Al mismo tiempo, el silencio del patrón desmoraliza a los trabajadores, algunas lo hacen se rinden, dejan la ocupación. De las 113 iniciales quedaron en 106.

Giro feminista

Las que han salido de la lucha no han abandonado a sus compañeras: a menudo pasan dejando  algo de comer, fruta o carne, tal vez un poco de dinero … de lo poco que ganan.

La ocupación de la Florenzi no es solo la lucha de mujeres que combaten contra un sistema neoliberal en el que los pobres cosen por poco dinero lo que visten los ricos. Hay un cambio sustancial respecto al modelo de protesta obrero típico de movimientos sociales salvadoreños del siglo pasado: esta ocupación ha adquirido, a lo largo de los meses, una característica de género, convirtiéndose en un espacio feminista

Ahora las trabajadoras participan en seminarios semanales planificados  por organizaciones feministas, como Ormusa, la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz; En la medida que hemos aprendido a romper con los patrones de violencia, muchas mujeres presentes en esta ocupación también comienzan a comprender que no son objetos ni esclavas del hogar; por eso muchos de sus maridos no aceptan su participación en esta acción” dice Nery Ramírez, una de las reconocidas líder del grupo.

Tiene 40 años, trabajó para la Florenzi durante 7 años, luego de ser despedida en otras dos maquilas donde trató de crear un sindicato, acción a la que se opusieron los patrones.

Pasa todo su tiempo en las aceras frente a la fábrica, habla con los abogados, periodistas y activistas, coordina la ayuda alimentaria y económica que llega desde fuera. Ella es la responsable de la disciplina, dispuesta a regañar a las que no me respetan sus funciones, atiende a las trabajadoras más ancianas, incluso a las enfermas

«El otro día una compañera nos dijo que por primera vez tuvo el valor para decirle a su familia que ella no era su chólera, una empleada doméstica; su marido le ordenó que planchara, pero ella se negó »; Nery se ríe mientras lo cuenta, es consciente  de que esto no es solo  una batalla legal por sus derechos,  sino  que es algo más que está naciendo.

Hasta ahora, en El Salvador, la movilización feminista se centró en la lucha por los derechos reproductivos: el problema del aborto se siente mucho, todavía hoy, es sancionado con hasta treinta años de prisión, por  homicidio procurado.

La Colectiva Amorales, Ormusa y la Red de defensoras de los derechos humanos han comenzado este verano a presentarse frente a la maquila Florenzi, convirtiéndose poco a poco en los mejores aliados de las trabajadoras.

Las 113 mujeres  han aprendido a organizar la protesta, a mantener la planta cerrada, a  entrar solo cuando es estrictamente necesario, para no causar daños a la maquinaria; poco a poco van   entendiendo  el significado político de su presencia fuera de esa fábrica, donde  por años solo fueron consideradas como  números.

Muchas de ellas hasta ahora nunca habían oído hablar del feminismo: « Para ser verdaderamente feminista, tienes que estar preparada, para tener derecho a nominarte así. Es un largo trabajo de preparación. Puedo decir que soy 50%, todavía me  queda mucho por aprender. Pero esta es una lucha feminista todos los días las trabajadoras se apropian cada vez más de sus derechos, luchan y defienden no solo un trabajo ”, dice Nery, a quien le gusta más que el feminismo la palabra sororidad, hermandad

El 17 de agosto, un grupo de trabajadores de la Florenzi protestó frente al Ministerio de Trabajo salvadoreño; con micrófono y carteles, bloquearon el tráfico en el centro de la capital, acusando al ministro Rolando Castro de proteger los intereses del patrón, y no el de los trabajadores. Así fue como los periodistas «descubrieron» el caso Florenzi, mientras grupos feministas, como el colectivo Majes Emputadas, estaban en la calle, simpatizando con las trabajadoras.

El ministro no las recibió pero el 28 de agosto representantes de los ocupantes de la fábrica, junto a delegadas de organizaciones feministas, fueron escuchadas en  la Comisión del Trabajo de la Asamblea Legislativa, para denunciar el caso ante un grupo de diputados.

Ahora el compromiso es fortalecer la presión sobre el ministro para afrontar y resolver el caso.

También en agosto, hombres disfrazados de policías intentaron sustraer algunas maquinarias y materiales que aún estaban presentes en la fábrica, pero las mujeres no lo permitieron.

El 22 de septiembre la Ministra de Vivienda (una especie de Ministerio de Bienestar Social), Michelle Sol, presionada por los colectivos feministas y redes sociales, se comprometió a reunirse con las trabajadoras de la Florenzi, para escucharlas. No lo hizo, por otro lado unos días después envió exactamente 90 paquetes de comida, con el equipo de video de su ministerio, para demostrar públicamente la donación.

En estos cuatro meses, las 106 trabajadoras actuales de los 113 iniciales han presentado denuncias ante la Fiscalía, el Ministerio de Trabajo, visitando oficinas gubernamentales y reuniéndose con periodistas. Para ellas, la ocupación es una lucha, que ciertamente incluye el aspecto legal contra los dueños de la Florenzi. Pero mientras resisten en el local de lo que fue su lugar de trabajo, protegiendo esas máquinas, que representan su única garantía para obtener justicia, están construyendo un espacio femenino totalmente nuevo para muchas de ellas.

Son mujeres casadas, madres e incluso abuelas. Los seminarios a los que asistieron permitieron conocer su propia identidad como mujer, sus derechos y sus necesidades. La maquila se ha convertido en un lugar cariñoso y confortable, mucho más que su hogar.

Frente a la Florenzi, todos los días, a las 5 de la mañana, en la madrugada, las mujeres comienzan a organizarse, a preparar el desayuno. Quienes terminan su turno llaman a un taxi, uno de los pocos que las pandillas permiten llegar a sus barrios. Las que quedan encienden el fuego, se lavan, conversan. Más descansadas, las mujeres presentes sonríen y hablan en voz alta.

«Imagínese. Imagínate a ti mismo. Que todo esto fuera  nuestro. ¿Qué podríamos hacer con ella?’

‘La respuesta  fue clara: «Lo haríamos funcionar como sabemos».

Porque la fábrica ya les parece de ellas, lo han   entendido.

Y conquistado. (1)

Nota:

1. En estos artículos la historia completa de la ocupación de Florenzi https://www.alharaca.sv/investigaciones/resistir-entre-hilos-sin-salarios-y-en-pandemia/

(*) Vicepresidente de la Asociación Lisangà cultura en movimiento, www.lisanga.org

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