Entre 5 mil y 10 mil dólares en efectivo, el precio por persona para salir de Gaza

Gessamí Forner

Foto: Rayka Abudakka, de 72 años, junto a su hijo Fares. (Gessamí Forner)

Fares Abudakka accede a contar la historia de cómo parte de su familia salió de Gaza entre noviembre y abril. Ahora está repartida entre Jordania, Egipto y País Vasco. Su familia dejó de contar muertos cuando llegó a la cifra de 80. Su abuela, primos, hijos de primos, primos de primos. Fares se mudó de Munich (Alemania) a Getxo (Bizkaia) para empezar el pasado 1 de septiembre el “mejor trabajo” de su carrera profesional: ser docente e investigador de robótica en la Universidad de Mondragón, donde ha encontrado compañeros que no solo le preguntan qué tal está, “sino que secundan el boicot de empresas que apoyan el genocidio que está ejecutando Israel contra mi pueblo”, explica; una actitud que le hace brillar los ojos. 

La entrevista sucede en su casa, para poder hablar con su madre, Rayka Abudakka, de 72 años, quien se sienta cómodamente en el sofá. Convencerla para que dejara la Franja de Gaza no fue fácil, pero sus dos rodillas maltrechas acabaron por imponerse a sus sentimientos. “Tras dejar su casa, se refugió en una escuela y ella no puede sentarse en el suelo”, advierte su hijo. A los bombardeos, la rabia, la tristeza, el hambre, la sed y el estrés se añadía la dificultad de ir a un baño a ras de suelo, al no poder agacharse. 

Rayka tenía una casa preciosa de dos pisos en el pueblo Abasan El Kabira. Arriba vivía uno de sus hijos, abajo ella. Se veían palmeras desde las ventanas. Muestra las fotos de cómo quedó tras un bombardeo y su posterior incendio. Durante la conversación, la televisión sigue encendida sin volumen, sintonizada a Al Jazeera que da cuenta de las noticias de ayer. El domingo liberaron al director del Hospital Al Shifa, Mohamed Abu Salmiya, tras ser torturado desde noviembre. Uno de los hijos de Rayka trabajaba de contable en ese hospital. Israel consideraba que, bajo sus instalaciones, había túneles de Hamas.

El 13 de febrero, el contable del hospital intentó cruzar la frontera, acompañado de su esposa e hijos. Los soldados egipcios dejaron pasar a la mujer, de pasaporte jordano, y a los críos, pero la nacionalidad jordana no le sirvió al hombre. “Mi hermano constaba en un listado de Israel facilitado al ejército de Egipto para prohibirle la salida. ‘Pero si pagas, sales’, le dijeron los soldados”, explica Fares. Reunir el dinero y meterle en el circuito llevó dos meses.

Los ahorros de Fares, sus hermanos y el dinero prestado por amigos y colegas, les han permitido juntar 20.000 dólares para esa especie de arreglo, visado o soborno. 5.000 para su hermano (15 de abril), 10.000 para su hermana e hijos (12 de marzo), 5.000 para su cuñado (22 de marzo). Solo ahora, después de digerir la situación, accede a compartirla, mientras transita sentimientos complejos: “Si dijera que estoy feliz, mentiría. Mi familia está a salvo, pero ¿y las otras? En Gaza está toda nuestra gente. Solo he tenido la oportunidad de sacar a mi madre y a dos de mis hermanos y sus hijos”, sostiene. 

Explica que el pago debe hacerse siempre en efectivo y en dólares. No aceptan transferencias ni moneda egipcia. Y el abono no se hace a escondidas, sino que es algo naturalizado que cobran los propios soldados egipcios, máquinas registradoras con metralleta. 

Son públicas las buenas relaciones entre el dueño de Organi Group y el presidente de Egipto, así como la participación estatal en la compañía. Abdelfatah El-Sisi llegó al Gobierno tras orquestar un golpe de estado en 2013, cuando era comandante en jefe del Ejército, la institución que le ha dado trabajo desde 1977. Estos datos son importantes porque Hala Consulting&Tourism pertenece a Organi Group.

Desde que se constituyó en 2019 y hasta que empezó el genocidio, la empresa Hala Consulting&Tourism, que anuncia en redes sociales y su página web pases “VIP” para cruzar la frontera de Gaza con Egipto, cobraba “600 dólares de media”, informa Fares. Él se negaba a pagar el “arreglo” cuando visitaba Gaza. A pesar de que no pagar le implicaba ampliar el tiempo del viaje: gastar dos días de sus vacaciones a la ida y otros dos a la vuelta para cruzar la frontera.

De 600 a 10.000 dólares por adulto

El genocidio doblegó voluntades e hizo de oro al empresario egipcio Ibrahim Al Organi: Hala aumentó la tarifa de 600 a 10.000 dólares por adulto —la mitad por niño—, un precio que fluctúa y no baja de los 5.000 desde que Israel bombardea Gaza indiscriminadamente. 

“Cada día cruzan la frontera de media 200 palestinos”, afirmó Wael Abu Omar, portavoz de la autoridad fronteriza de Hamás el 11 de enero, cuando el precio llegó a su máximo. La operación de cálculo es sencilla: la empresa facturaba en B dos millones de dólares diariamente. La organización OCCRP (Organized Crime and Corruption Reporting Project) dio cuenta de ello en su informe del 25 de enero. Ni Organi Gropu ni Hala quisieron responder a sus preguntas.

De todos modos, la página de Facebook de Hala da cuenta de ello hasta el pasado mayo, sobre todo en las respuestas a los comentarios. Lo mismo cuentan quienes han pagado, como los hermanos de Fares.

Reagrupación familiar “a la altura de una crisis humanitaria”

El pasaporte jordano de su madre, Rayka, facilitó su evacuación de Gaza a Arabia Saudí. Con ese pasaporte, el ejército egipcio no exige soborno a los palestinos. Luego Fares insistió ante la embajada de España en Jordania para que le concedieran la reagrupación familiar por motivos económicos. Exteriores accedió tras recibir un escrito ante notario en el que Fares aseguraba que en sus visitas a Gaza le dejaba a Rayka dinero para poder pasar un año (unos 1.500 euros). Fares rogaba a la embajada que estuviera “a la altura de una crisis humanitaria”. Y lo estuvo, pero solo con su madre, por ser pariente de primer grado. La unidad de crisis del Ministerio de Exteriores y la embajada española en Jerusalén han denegado la reagrupación para dos de sus hermanos y sus hijos, así que ahora transitan como refugiados en Egipto y Jordania.

Rayka se pone un vestido de pedrería para la foto y saca una bufanda impoluta con bordados de la bandera palestina. En Getxo pasa tiempo con sus nietos —Fares tiene trillizos y un bebé de cuatro meses—, pero la vida de refugiada política no es fácil. “Lo ha perdido todo: su casa, su día a día, el olor a la tierra”, resume Fares. “Quiero volver para ver qué queda”, le traduce del árabe al castellano. “Pero solo quedan recuerdos”, añade el hijo. 

Este material se comparte con autorización de El Salto

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