El rostro de las personas ausentes

Xcaret González Santos*

En este texto reflexiono en torno a la imagen/fotografía de las y los desaparecidos, particularmente sus rostros, como símbolo político, particularmente sus rostros; al mismo tiempo cuestiono la producción de imágenes de muertes violentas y su posible participación en la identificación del aparecido[1]. Si las imágenes de la muerte son una herramienta para la localización de una persona desaparecida, ¿cómo es que deben producirse para no generar un impacto dañino en quien las mire? 

A diario, cientos de fotografías inundan las páginas de las instituciones que inciden en la búsqueda de personas desaparecidas. Éstas se distribuyen como fichas de búsqueda por todos lados. Es así como sabemos, por ejemplo, que Yosi [2] tiene un par de hoyuelos en las mejillas que se profundizan cuando sonríe, los lóbulos de las orejas perforados y el cabello ondulado. Su madre, Fabiola Pensado, escogió esa fotografía pues consideró que cualquier persona que la viera podría reconocer en ella el rostro de Yosi. Esa fue la fotografía que ella, antes de que su rostro circulara en una ficha de la Comisión Local de Búsqueda, estampó en playeras y fichas que diseñó, y que ahora la acompañan a todas partes. 

La fotografía como espectro del sujeto 

La fotografía tiene como objetivo general la conservación de momentos; desde la invención de la cámara fotográfica a principios del siglo XIX, las imágenes capturadas con ese artefacto receptor de luces y sombras, intentaron representar fragmentos de tiempo específicos. Con el pasar de los años, la captación de imágenes se consolidó en otras disciplinas (se crearon formas particulares de retratar objetos y personas).

Para algunos autores, la fotografía se debate entre ser sujeto u objeto, pero es un momento tan sutil que no alcanza a ser ninguno, sino que más bien es un devenir del primero en el segundo, convirtiéndose así en un espectro [2]. Este planteamiento nos dice que una imagen impresa nunca sustituirá la corporalidad del sujeto, aunque tampoco se podría categorizar como un objeto insignificante.

Es común notar que la presencia de estas imágenes se corporizan en objetos que parecen adherirse al cuerpo mismo de quien los porta, desde relicarios, playeras, sombreros, botones, y recientemente, hasta cubrebocas. Todos ellos adquieren una connotación política al hacer presente la existencia de una ausencia. 

Lxs ausentes, son las personas desaparecidas, y las imágenes/fotografías que de ellos existe, el espectro –o al menos un tipo de éste–. En su texto Cadáveres insumisos, Carolina Meloni [3] retoma los conceptos de espectralidad de la obra de Jacques Derrida, en la que postula que, la espectralidad es una dualidad que habita el mismo espacio, y en sus formas particulares se encuentra con “la presencia y la ausencia, lo visible y lo invisible, lo tangible y lo imaginario” [4]. En este sentido, podemos afirmar que, la fotografía hace presente la existencia de la ausencia, o del ausente, otorgándole a la imagen una categoría política; pues ésta se convierte en el espectro que vuelve para reclamar el espacio que habitaba físicamente, y del que ha sido despojado. 

¡Ay amor, divino, pronto tienes que volver! [5] 

Las imágenes de las y los desaparecidos generalmente son fotografías en las que se privilegia el rostro, ¿qué otra parte del cuerpo sino la cabeza (rostro), da la certeza de que la persona encontrada es ésta a quien se busca, y no otra? En palabras de Salvador Olguín , la cabeza es “la región del cuerpo donde la identidad reside y la razón reina” [6]. Es en ella en donde se concentran no sólo los símbolos que representan la vida sino también la identidad: los ojos, poseedores de la mirada, y la boca, fuente del aliento, receptora del oxígeno y emisora de la voz. 

Detrás de cada boletín de búsqueda hay un ejercicio minucioso y consciente en la elección de la fotografía. Se escoge la que mejor representa a la persona ausente, la que pueda ser testimonio de los ojos negros y las pestañas rizadas, del mentón partido y de la nariz desviada por un accidente en la infancia. Estas imágenes politizadas, también son una herramienta indispensable en la búsqueda del ser querido. 

Las búsquedas se realizan en distintos escenarios; quizá uno de los más difíciles sea la posibilidad de encontrar al ser querido en los registros de los SEMEFO (Servicio Médico Forense). Las acciones de búsqueda en estos lugares responden a la revisión de archivos con fotografías; las que allí se presentan distan mucho de las que se han escogido –desde el afecto– para colocarlas en las fichas de búsqueda. 

La fotografía de la muerte en contextos de violencia 

Roland Barthes afirma que “una fotografía de una persona muerta acentúa el poder de la fotografía de transformar un cuerpo humano en un objeto”. Sin embargo, Olguín asegura que el retrato de la muerte no tiene que ser necesariamente violento o deshumanizante para el cuerpo de la persona fallecida. 

Si bien se llega a contemplar a la cabeza y al rostro como la parte del cuerpo que concentra la consciencia, no es posible concebir que la identidad de una persona reside solamente en alguna parte de éste, pues el cuerpo, además de sus componentes físicos, es un cúmulo de interacciones de su materialidad con objetos, ya sea la ropa o la comida que ingiere. 

Partiendo de lo anterior, las fotografías que retratan la muerte en contextos de extrema violencia, no pueden ni deben convertirse en una imagen que transforme al cuerpo en un objeto. Los cuerpos de personas asesinadas tienen inscritos en sí mismos la violencia extrema de la que fueron víctimas: es inconcebible que las imágenes de éstos puedan convertirse en una herramienta que les siga violentando a ellos mismos y a las personas que acuden a los registros de instituciones periciales, en busca de algún indicio de su ser querido. 

Como ya mencioné, el retrato de la muerte no es deshumanizante en sí. Habría que apostar a consolidar una narrativa en la que las fotografías de los cuerpos de personas fallecidas se alejen de ser una prolongación de la violencia después de la muerte, y que, por el contrario, se asuman como una herramienta de carácter político para la localización de las personas que están siendo buscadas en ese tipo de escenarios. 

De la ausencia a la presencia del aparecido: consideraciones finales

La imagen y la fotografía, además de de albergar un poder político –principalmente como el espectro que reclama el lugar habitado, y de su potencialidad como una herramienta de localización– ofrecen la posibilidad de permanencia. El estado de ausencia alcanza una nueva forma de habitar la espectralidad cuando se encuentra a la persona buscada. 

Esta figura política representada en el aparecido “es un espectro irruptivo, intempestivo, de ese resto que sale a la luz trayendo consigo el testimonio del crimen y un reclamo de justicia” [8]. Es aquí en donde la imagen cumple dos roles: primero, ofrece un tipo de certeza por haber encontrado al ser querido, y segundo, otorga a la persona desaparecida y ahora localizada, vida política. 

En resumen, la fotografía y el retrato digno de lxs ausentes, así como de lxs aparecidos, es parte fundamental para la construcción de procesos de verdad, memoria y justicia para las víctimas. 

¡Hasta encontrarles! 

*  Xcaret  González Santos es arqueóloga, desde el 2016 acompaña a colectivos de familiares de personas desaparecidas en la búsqueda de sus seres queridos, es cofundadora y miembro activo  de la Célula Integral e Independiente de Acompañantes de Búsqueda (CIIAB) y actualmente estudia la Especialidad en Antropología Forense en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH).  

El Grupo de Investigaciones en Antropología Social y Forense (GIASF) es un equipo interdisciplinario comprometido con la producción de conocimiento social y políticamente relevante en torno a la desaparición forzada de personas en México. En esta columna, Con-ciencia, participan miembros del Comité Investigador, estudiantes asociados a los proyectos del Grupo y personas columnistas invitadas (Ver más: http://www.giasf.org)

La opinión vertida en esta columna es responsabilidad de quien la escribe. No necesariamente refleja la posición de adondevanlosdesaparecidos.org o de las personas que integran el GIASF.

**Foto de portada: Los papalotes creados por Francisco Toledo con los rostros de los 43 jóvenes desaparecidos desfilan sobre Paseo de la Reforma durante una marcha en apoyo a los padres de estos que exigen justicia. Lucía Flores.

Referencias bibliográficas 

[1] Barthes citado en Olguín, Salvador (2013), “Más allá del horror: Fotografiando a los muertos en México”, en: Gondra Aguirre, Ander & Gorka López de Munain, Imagen y muerte, Barcelona: Sans Soleils, pp. 47-70.

[2]  Argenis Yosimar Pensado Barrera, desaparecido el 16 de marzo de 2014 en el municipio de Xalapa, Veracruz. 

[3]Meloni González, Carolina (2019), “Cadáveres insumisos: hacia una ética del asedio y de la hospitalidad”, en: Papeles del CEIC, pp.1-21.

[4] Ibíd.

[5]  Verso tomado de la canción “Cómo te extraño mi amor” escrita por Leo Dan en 1964, que más tarde volvería a popularizarse por una versión interpretada por la banda Café Tacvba. 

[6] Olguín, Salvador, Obra citada.

[7] Meloni, Carolina, Obra citada, p. 17.

Publicado originalmente en A dónde van los desaparecidos

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