El día después

Claudia Korol

Pusimos todo en el barro. No sólo nuestros pies chapoteando bajo la lluvia. No sólo nuestros cuerpos apretados unos a otros porque no entrábamos en el centro de la ciudad.

Pusimos nuestra energía, nuestro deseo, nuestras ganas de cambiar la historia. Pusimos nuestra alegría, nuestra rabia, nuestra capacidad de hilar juntas la rebeldía.

¿Fuimos ingenuas creyendo que el Estado nos regalaría una ley que garantizara nuestro derecho a decidir, nuestra capacidad de autonomía?

No. No fuimos ingenuas. Sabíamos –sabemos- que el camino no comienza ni termina en el Congreso, en el poder del Estado, ni en una ley. Sabíamos –sabemos- que la autonomía se ejerce cotidianamente. Pero no creemos en el individualismo liberal que hace de la autonomía el camino de la fragmentación. Creemos en la fuerza de la lucha colectiva y comunitaria.

Ahora, el día después, algunas compañeras que estuvieron muy poco en las calles acompañando la pueblada feminista, sacan la voz con palabras que tenían atragantadas que nos recuerdan la necesidad de prescindir del Estado para hacer nuestros propios caminos de vida y libertad. Las feministas populares respetamos esta opción, pero no fue la que elegimos. Decidimos caminar y saltar y correr junto a las miles y miles que salimos a las calles a gritar ¡qué sea ley!

Porque al tiempo que cultivamos la autonomía individual y de los pequeños grupos y colectivos, queremos asegurar que la revolución sea para todas. Entonces nuestra apelación a la ley no refiere a una confianza en la institucionalidad patriarcal, sino a un modo más que encontramos de ejercicio de la autodefensa feminista. No queremos mujeres presas o muertas por abortar, porque nuestro mensaje feminista y nuestras colectivas no llegaron a tiempo para evitarlo.

Descreemos de la ley patriarcal. Por eso como Feministas del Abya Yala hemos realizado un Juicio a la Justicia Patriarcal y a sus leyes. Pero vamos a luchar para lograr con nuestra movilización, lo máximo que podamos sacarle a las instituciones machistas, burguesas y coloniales, porque así hemos aprendido en el camino de lucha contra la impunidad de los genocidas.

Para que haya más de 200 milicos presos, para recuperar a cada uno de los nietos, tuvimos que exprimir las leyes, retorcerlas, y lograr que la presión popular abriera espacios de Nunca Más.

Pero lo importante, sin embargo, no es cuántas veces más tengamos que salir a las calles. Nuestros cuerpos, aun los que están más cansados, tienen entrenamiento de movilización y ocupación del espacio público. Lo genial de estas jornadas es, precisamente, lo que logramos colectivamente, afinando nuestras energías para crear una fuerza que hace temblar el territorio de los dinosaurios.

Esa marea verde no es un error. Es una de las caras de nuestra revolución feminista. Es lo que hay que cuidar, para ir por más. Y cuando digo, ir por más, no me refiero a tantas nuevas leyes, sino a hacer irreversible este modo de estar antipatriarcal, esta descolonización de saberes y prácticas, esta ruptura del ghetto individualista que se escuda en el “yo te dije que no se puede”.

Las revoluciones que estamos viviendo, sintiendo, que nos transforman en nuestras vidas cotidianas y en nuestras relaciones, tienen la fuerza y la energía, la alegría y la indignación, que nacen del diálogo intergeneracional, de mujeres, lesbianas, travestis, trans, que nos vamos reconociendo cuando andamos de a miles, de a millones.

A los antiderechos les decimos que se cuiden. Que a la clandestinidad no volvemos nunca más, aunque ya sus voceros andan pidiendo nuestras cabezas.

A los compañeros de otras luchas que no pueden disimular la incomodidad que les genera esta ola verde y violeta, entrando con fuerza de tsunami en las casas y en las camas, les decimos que no nos tranquiliza ni nos atemoriza un resultado adverso, sino que nos desafía a hacer más profunda y radical nuestra revolución.

A las compañeras que nos dan consejos sin caminar codo a codo, sin sentir el agotamiento en las voces, en los cuerpos, en las manos, les decimos que así no vale. Las invitamos amorosamente a que respiren un poco del oxígeno que estamos fabricando con nuestros modos de caminar cruzando fronteras, y tal vez después los consejos puedan tener más fuerza, más claridad, y resultarán más audibles.

A las compañeras que anduvieron con el alma en la boca frente a los consulados y embajadas argentinas en todo el mundo, las abrazamos apretaditas a nuestros corazones, y temblamos con ustedes los dolores y esperanzas del andar.

A nosotras, a nosotrxs, que nos venimos abrazando y llorando, pensando siempre qué más hacer para cambiarlo todo, que nos miramos unas a otras como enamoradas y nos decimos gracias, que lloramos y reímos como locas, que nos mojamos y nos enfriamos y nos sentimos arder, no tenemos nada que decirnos. Ya nos estamos encontrando de nuevo en las calles. Y sabemos… porque aprendimos de otras brujas mayores, que “lo imposible sólo tarda un poco más”. Y que lo imposible no es una ley. Que es la trampa en la que el poder queda atrapado, cada vez que cree que nos tienen acorraladas.

Somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar, y de las Madres de Plaza de Mayo que nos enseñaron que “la única lucha que se pierde, es la que se abandona”.

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