Antes, durante y después del 8M

Gabriela Wiener

Quiero hablar de todas esas sensaciones previas acerca de dónde colocarnos, qué bloque, qué espacio de suelo, al lado de quiénes queríamos, podíamos, debíamos estar, y de por qué estábamos llenecitas de preguntas. ¿Iría con mis amigas bolleras aunque muchas fueran blancas y yo no, o con mis compas racializadas, aunque muchos fueran tíos; o con la pandilla de mi barrio con la que he hecho muchas cosas y en la que hay de todo; o con mis hermanas migrantes, aunque yo no limpie las casas ajenas como ellas; o si iba con mis colegas de profesión, las periodistas, para pedir menos sexismo en los medios, aunque fueran más pijas que yo; o en el bloque no mixto para estar con mis amigos gays de toda la vida? ¿Me representaba el bloque no mixto, aunque muches de nosotres no se vieran bajo el rótulo excluyente de mujer? ¿Vendrían las mujeres trans con nosotras aunque el movimiento feminista teóricamente las incluye (gracias a que precisamente ellas llevan años dando la batalla), de verdad este 8M iban a sentirse seguras y acompañadas y menos solas, evitaríamos mirarlas fijamente, seríamos causantes de su miedo? ¿Dónde se iban a poner les no binaries, mis amigues trans, bolleros, queer, que nunca se verán como tíos? ¿Quería estar en un lugar del que podían echar a las personas? ¿Venir a la mani por las que no pueden venir o no venir en solidaridad con las que no podían venir?

Qué importante para el feminismo blanco asumir la crítica antirracista, porque los privilegios del primer mundo se sostienen sobre esos cuerpos

Antes, también, algunos colectivos se descolgaron como estrategia política y así nos interpelaron, porque era mucho más significativo no asistir que perderse en la masa. Y a nadie en esta huelga se le ocurriría gritarle “esquirola” a otra mujer, precisamente porque en su razón de ser está desmarcarse de la típica huelga obrera de sesgo machuno. Las ausencias eran un cuestionamiento hacia dentro, necesario, a la falta de interseccionalidad y de mayor mención a las personas racializadas en la agenda común. Qué importante para el feminismo blanco asumir la crítica antirracista, porque los privilegios del primer mundo se sostienen sobre esos cuerpos, los de ellas y ellos, sobre ese racismo bestial.

La gran mayoría de mujeres, aunque quisiera, no puede parar, mucho menos las migrantes que vienen de países expoliados por el Occidente rico, como las mujeres andinas y amazónicas, que vienen a España a hacer trabajo feminizado, sin papeles, sin contratos, sometidas a un sistema migratorio implacable. Me cuestionaron pero decidí asistir, porque como migrante peruana casi privilegiada me parece importante seguir okupando estos espacios para desblanquizarlos y porque me parece importante tomarlos, acordarlos, no allanándolos, sin que me los den o sin pedir permiso por ello.

Y cuando llegó el momento, ese río lila desbordándose por todas las troncales y las callejuelas, las largas esperas para encajar, para avanzar. Los picos de velocidad para no quedarse atrás, para no dejar atrás, para estar, para no perdernos. Calcular hasta el milímetro los lemas para no ofender a nadie, no querer ocultar nuestros ovarios y nuestros coños pero mucho menos cometer transfobia, procurar que nuestra identidad y existencia, su expresión, no anule la de nadie. Una manifestación enorme, dura, extrema, que de tan diversa hasta el bloque no mixto se llenaba de tíos cada dos por tres. Y pese a la memorizada inclusión, no pudo habilitarse el carril para las personas con diversidad funcional. Tantos sujetos políticos nuevos respirando juntos, dando un toque de atención al feminismo hegemónico.

Hablar con tus amigas, y descubrir que muchas lloran lo que no lloraron el día anterior

Al día siguiente, verlo desde fuera, llorar con pequeñas anécdotas, con las imágenes de las manifestaciones en cada provincia del Estado, en cada ciudad de Latinoamérica, hablar con tus amigas, y descubrir que muchas lloran lo que no lloraron el día anterior, porque estábamos demasiado duras, demasiado tensas, sosteniéndolo, queriendo llegar hasta el final.

¿Y después qué? ¿En qué lugar del debate me pongo para seguir soñando con el año que viene, con un 8M grande para afuera, como fue, pero también con la misma grandeza hacia adentro? Si a veces no me encuentro cómoda ni entre las virulentas ni entre las ofendidas, pero tampoco puedo ni quiero ser equidistante. Será que hay que llevarnos la crítica al cuerpo. Pensar en la importancia de construir una teoría y una práctica feminista que sean capaces de ver más allá de su propia tradición, más allá de sus propias narices, más allá de Virginia, de Simone, de Judith, de categorías construidas en un pasado colonial, ilustrado, en una modernidad, en una universidad de Nueva York, en un doctorado en la Autónoma. Una revisión del feminismo hegemónico, blanco, europeo, gringo, de clase media y alta, el del capital cultural, intelectual, urbano. ¿Seremos capaces de articularnos más allá de mis privilegios, de mis sufrimientos, más allá de la guerra de opresiones, de las etiquetas?

Si los feminismos quieren mantener su potencial transformador, tienen que asumir las críticas internas, e insistir, porque el enemigo ahí afuera es el mismo, el que concentra todas las violencias. Nuestras ideas, certezas y conquistas corren el riesgo de anquilosarse si no somos capaces de transformarlas a través de la mirada de la otra. Si no nos reflejamos, si no tendemos puentes, seguiremos imponiendo nuestra mirada. Sororidad sí, pero también solidaridad. Llámenme romántica, pero nos imagino el año que viene sin bloques, desbloqueadas, en una sola superficie, ancha, horizontal, circular, en una plaza, ampliando la red con cuerpos presentes, ampliando la idea de huelga, acampando, asentándonos, escuchándonos de cerca.

 

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