Estaba tu pueblo, campesinos de ojotas y profesores universitarios, mujeres de pollera y jóvenes rebeldes, gais, lesbianas y trans, músicos danzando y haciendo sonar sus charangos, zampoñas y quenas.
Te envolvía la bandera cusqueña del arcoíris, esa que simboliza “todas las sangres” de tu amado José María. Flores, hojitas de coca y maíces te rodeaban; en tanto tu sombrero, ese sombrero mágico que portabas con orgullo, presidía desde lo alto todas las ceremonias.
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Fue un velorio y una siembra “como se debe”, al decir de una de tus nietas que te acompañó junto a tu familia chica de hijas y a tu familia grande de pueblos. Tu sonrisa fue tan grande que cobijaba toda la ciudad. Los retratos de Arguedas y Túpac Katari, dos referentes revolucionarios ineludibles del mundo quechua andino; los de Micaela Bastidas y Tomasa Tito que dieron su vida en la rebelión india de 1780, además del de la heroína de la independencia María Parada, caminaron junto a ti hasta la siembra final.
Nos queda tu ejemplo de vida: no te rendiste, no te vendiste, no claudicaste, como pregonan los compas zapatistas. Y nos queda también tu sonrisa eterna, esa que dice: caminaremos toda la vida, sin esperar más que la alegría de seguir luchando por un nuevo mundo.