Corales enfrentan su peor crisis por cambio climático

Omar Páramo / Ilse Hernández

Imágenes acuáticas: Lorenzo Álvarez Filip y Valentina Cucchiara

En 2015, casi dos centenas de países firmaron el Acuerdo de París y se comprometieron a hacer todo lo posible para evitar que, de aquí al año 2099, la temperatura media global sobrepase los 1.5 grados centígrados respecto a los niveles preindustriales (es decir, a las temperaturas que había entre 1850 y 1900). De atravesar dicho umbral –se explicaba en el tratado– se darían procesos irreversibles, como una elevación notable del nivel del mar o la desaparición casi total de los arrecifes coralinos.

Sin embargo, el año pasado se registró un incremento de 1.48 grados y todo indica que 2024 será aún más cálido, por lo cual es muy probable que por primera vez rebasemos (en un periodo anual) el tan temido límite de los 1.5°. Estamos a un paso de superar tal punto y las consecuencias comienzan a verse. El 15 de abril pasado la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés) corroboró que el cuarto evento de blanqueamiento masivo de corales está en marcha, y el fenómeno ya se aprecia en México.

Además de biólogo marino, Lorenzo Álvarez Filip es investigador en la Unidad Académica de Sistemas Arrecifales del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología de la UNAM, cuyas instalaciones se ubican en la costa de Puerto Morelos, Quintana Roo. Como parte de sus labores, desde hace 15 años el académico bucea por entre los arrecifes de coral cercanos a su centro de trabajo. “Cuando comencé a visitarlos estaban llenos de vida; hoy, sumergirse ahí es como nadar en un cementerio”.

Los corales suelen prosperar y formar arrecifes en los mares tropicales. Son organismos que viven en simbiosis con unas algas microscópicas llamadas zooxantelas, las cuales les aportan alimento y, además, su color vibrante. No obstante, al darse un incremento excesivo de la temperatura en el agua esta simbiosis se rompe, las microalgas abandonan al coral y éste queda expuesto. Como su tejido es transparente y debajo de él está el carbonato de calcio que ha ido creando hasta formar una suerte de roca, a nuestros ojos el coral luce blanco, explica el universitario.

“Bucear durante tanto tiempo en un mismo lugar es como pasearse por un parque que conoces de años y donde puedes ubicar, de tan familiar que resulta, dónde está cada árbol, planta o arbusto. Hoy, recorrer la barrera arrecifal de Puerto Morelos no es para nada como antes; ahora veo corales muertos y manifestaciones de vida muy disminuidas”.

La situación actual de los corales ha encendido focos rojos entre los científicos. Hace poco (el 29 de mayo) la Sociedad Mexicana de Arrecifes Coralinos emitía un comunicado donde señalaba: “2023 fue devastador para los sistemas coralinos de México. Los efectos del evento El Niño se sumaron al incremento de temperatura producto del cambio climático, dando lugar a la ola de calor más intensa y prolongada de la que se tenga registro. Esta situación ocurrió en las costas del Pacífico, así como en el Caribe y el Golfo de México, resultando en la muerte de decenas de millones de corales y en una extensa devastación de los arrecifes”.

Estos escenarios, esperados en el mediano plazo, se están dando ya, y es que, como señala el profesor Álvarez Filip, los relojes se han adelantado. “Tan sólo el año pasado, en el Caribe las aguas llegaron a estar cuatro grados centígrados por encima de la media histórica… ¡eso es muchísimo calor! Los expertos calculaban que tales niveles se alcanzarían hasta el 2050, no un cuarto de siglo antes”.

Al respecto, el académico explica que para los expertos en cambio climático los corales siempre han sido una especie de “canario en la mina de carbón”, es decir, por tratarse de los primeros organismos en resentir los efectos de una elevación generalizada de la temperatura cualquier alteración que veamos en ellos son una señal de que estamos en una emergencia ambiental. “Eso está pasando ahora. El futuro nos alcanzó”.

Las consecuencias de un mundo sin corales

En la novela Dune, de Frank Herbert, se describe a la ecología como “la ciencia de comprender las consecuencias”, una definición que el profesor Lorenzo Álvarez Filip comparte, hace suya y que lo lleva a plantearse: “¿qué pasaría con nuestro planeta si desaparecieran los corales?”.

Y es que a decir del experto, se trata de organismos ubicados en la base misma de la vida y, si dejaran de existir, generarían estragos de todo tipo por mero efecto dominó pues, como consigna el Programa para el Medio Ambiente de la ONU, los arrecifes crean hábitats que albergan a un 32 por ciento de todas las especies marinas conocidas (sin contar microbios y hongos), sustentan a una cuarta parte de la vida marina y benefician a mil millones de personas por sus numerosos servicios ecosistémicos.

De ahí la preocupación causada tras el anuncio de la NOAA sobre el cuarto evento de blanqueamiento masivo en el mundo. El primero, de 1998, impactó en el 20 por ciento de todos los arrecifes del orbe; el segundo, de 2010, afectó al 35 por ciento; el tercero (con una duración que va del año 2014 al 2017) perjudicó al 56 por ciento, y se anticipa que los estragos provocados por el cuarto serán mucho mayores, en especial porque en los últimos meses ha habido regiones marinas cuyas superficies “han rozado márgenes de calor aparentemente imposibles”, como alertó el investigador Brian McNoldy, de la Universidad de Miami.

Más que cómo un biólogo a secas, al profesor Lorenzo Álvarez Filip le gusta pensarse como alguien dedicado de lleno a la ecología y, por ende, como una persona que intenta “comprender las consecuencias” de lo que hemos generado en el ambiente. Y es que para él no hay duda de que el calentamiento actual del planeta se debe a la actividad humana. “Si nosotros hemos provocado esto, nosotros podemos mitigarlo”, reflexiona.

Un punto importante a destacar —apunta el académico— es que un coral blanqueado por el calor no es necesariamente uno muerto y, de tomarse medidas oportunas, es posible recuperarlo y devolverle su salud y sus tonalidades. Pero, si las altas temperaturas marinas se prolongan en el tiempo, el organismo morirá, de ahí que muchos científicos trabajen en las estrategias más variadas para preservarlos.

“Una de ellas es colocarles estructuras encima a fin de proveerles sombra y otra es recolocarlos en zonas más profundas, donde el agua es más fría. Sin embargo, esto es insuficiente pues, de actuar de esta manera, son apenas cientos o miles los corales protegidos, mientras que los ejemplares en riesgo se cuentan por millones”.

En 2015, cuando se firmó el tratado de París, se detallaba que un incremento global de la temperatura de 1.5° implicaría poner en riesgo del 70 al 90 por ciento de los corales, y que de llegar a los dos grados dicho porcentaje se elevaría a un 99 por ciento. A una década de la publicación de dicho tratado los científicos pronostican que, de seguir por la ruta actual, inevitablemente rebasaremos ese límite y por mucho, llegando en el año 2099 a los 2.5 o incluso a los tres grados centígrados.

Ante este escenario, el profesor Álvarez Filip considera esencial que los arrecifes coralinos no desaparezcan y dedica todos sus esfuerzos a ello, pero siguiendo una vía distinta a la de crear infraestructura umbrosa o a la de relocalizar. “Los corales le dan al arrecife su tridimensionalidad, mantienen al ecosistema marino y, a nivel de costas, hacen que los huracanes no nos golpeen tan fuerte, entre muchos otros servicios ecosistémicos que nos brindan. Así de relevantes son estos organismos y de ahí lo crucial de preservarlos y mantenerlos vivos”.

Para ello, el universitario se ha dado a la tarea de investigar las diferentes especies de corales a fin de encontrar cuáles son las más resistentes al calor, pues ésta puede ser otra vía para hacerle frente al acelerado proceso de cambio climático. “En mi laboratorio llevamos a cabo estudios para identificar a esos ejemplares. Somos muchos quienes intentamos preservar los arrecifes coralinos; yo lo hago desde esta trinchera”.

Pese a todo, el doctor Lorenzo Álvarez ve muy complicado salir de la encrucijada ambiental en la que estamos entrampados si no actuamos de forma integral, con estrategias que abarquen de las montañas al mar. “Es necesario detener la contaminación, la eutrofización de nuestros mares y dejar de arrojar metales pesados al agua al tiempo que tomamos medidas a nivel global. A veces, cuando escuchamos las noticias y nos enteramos de olas de calor en las ciudades, de sequías en el campo o de incendios en los bosques, solemos pensar que se trata de eventos aislados, pero en realidad todo se conecta y es parte de la misma historia. Debemos actuar ya o, de lo contrario, habrá consecuencias”.

Este material se comparte con autorización de UNAM Global

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