Cooperativa Colonia Ferrari, una construcción colectiva para la vuelta al campo

Nahuel Lag

Foto: Nicolás Pousthomis

En el partido bonaerense de Maipú, a 270 kilómetros al sur de Capital Federal, se recuperaron tierras abandonadas para producir alimentos sanos para el abastecimiento local. Quesos, leche, muzarella y verduras de alta calidad. Es una iniciativa del Frente Agrario Evita, trabajan familias que dejaron barrios empobrecidos del Gran Buenos Aires y muestran que la vuelta al campo es posible.

Desde Maipú, Buenos Aires

Los 365 días del año, a 20 kilómetros de la localidad bonaerense de Las Armas, un grupo de familias se levanta para poner en marcha el tambo, reunir el rodeo, ordeñar las vacas y producir alimentos de base agroecológica para abastecer mercados de cercanía y redes de comercialización de la economía popular. Hace diez años llegaron desde el conurbano bonaerense, donde vivían en condiciones precarias, trabajando y militando en los barrios para pelear por el plato de comida. ¿Cómo le demostramos a todo el pueblo que una política de vuelta al campo nos permitiría vivir mejor y producir alimentos para el abastecimiento local? Fue la pregunta que los trajo y la Cooperativa Colonia Ferrari es la respuesta que están construyendo.

En la actualidad, son cinco familias las que trabajan y viven en el campo, organizadas dentro del Frente Agrario Evita; producen muzarella, dulce de leche, quesos y leche bajo el nombre “Matria”. En los primeros años fueron señalados como “ocupas”, hasta que mostraron que con pocas hectáreas podían abastecer al pueblo con bolsones de verdura, huevos, queso de campo y pollos sin agrotóxicos; y también generar puestos de trabajo para otras personas del pueblo que se suman a tareas de la cooperativa.

Desde 2021, volcados a la producción láctea, con manejo de ganadería regenerativa, trabajan en un “tambo fábrica” mecanizado, con cuatro bajadas de ordeñe; y cuentan con un segundo tambo en el que cumplirán el objetivo de abrir una sala procesadora para producir leche fluida y pasteurizada, lista para ir en sachet hasta las góndolas.

Foto: Nicolás Pousthomis

Una tranquera abierta a la pelea por el acceso a la tierra

“Proyecto productivo y sociocomunitario Colonia Ferrari, para facilitar el acceso a los alimentos.” El mensaje se puede leer desde la tranquera de ingreso. En letras blancas y con fondo celeste, está impreso en un gran cartel plantado en la tierra que marca el logro conseguido el 14 de noviembre de 2022, cuando la Administración de Bienes del Estado (ABE) le cedió a las familias que integran la cooperativa 300 hectáreas para la producción.

En esos primeros metros, tras pasar la tranquera, se ven desplegadas a lo ancho las casas de las familias que trabajan la tierra. Las primeras en el camino de entrada, otras se divisan escondidas en el monte implantado de las tierras que tiempo atrás fueron una colonia de verano de la Fundación Evita.

“El país no es viable con la extensión que tiene y con solo una población rural del seis o siete por ciento, con las condiciones de hacinamiento y falta de acceso a los servicios que se dan en las ciudades y cómo eso impacta en el modelo de producción de alimentos. En las ciudades viven generaciones de familias que tuvieron que abandonar el campo en busca de oportunidades, eso generó una lucha por la tierra urbana y políticas de construcción de viviendas sociales. En la ruralidad hay una defensa de los territorios por parte del campesinado que resiste, pero no hay una conciencia para reclamar políticas públicas para la vuelta al campo”, analiza Ezequiel Grau, ingeniero agrónomo, responsable local del Movimiento Evita e integrante del grupo inicial de la colonia.

Foto: Nicolás Pousthomis

Ezequiel puso el pie en el predio junto a otras familias del conurbano bonaerense en noviembre de 2014, ocho años antes de la cesión de tierras por parte de la ABE y un mes antes de que el Congreso sancionara la Ley de Agricultura Familiar, Campesina e Indígena en diciembre de aquel año, una norma que sigue vigente pero que no logró desarrollarse en ninguna de las gestiones de gobierno y está condenada a ser letra muerta en la gestión de Javier Milei.

Desde su sanción en 2014, la norma contempla la creación de un Banco de Tierras para el reparto de tierras fiscales, pero fue reglamentada recién en junio de 2023 y ni el banco de tierras ni las políticas integrales de la norma llegaron a ponerse en marcha. El último órgano de aplicación de la norma fue el Instituto de Agricultura Familiar, Campesina e Indígena (Inafci), creado en 2022 y desguazado, con cientos de despidos, en los primeros meses del gobierno de Milei.

“Buscamos la construcción de un sujeto social para la vuelta al campo y creímos que tenía que ser a partir de la construcción de una posibilidad concreta, materializable. Experiencias como la Colonia Ferrari, y de otras colonias agroecológicas, que demuestren que es posible una política de arraigo y trabajo en el campo”, explica.

La vuelta al campo

Judith Ramoa es la encargada de producción de Colonia Ferrari. Tiene en la cabeza la cantidad de vacas, toros y terneros; los litros que producen por día y las alternativas productivas para seguir creciendo como cooperativa. En su infancia,en Formosa, vivía en el campo, con sus animales, con la huerta familiar. En la adolescencia se mudó a la ciudad. En 2009, trabajaba como cartonera y vivía con sus hijos en Lomas de Zamora, buscando una casa o una pieza de alquiler. Ese año participó de una de las tomas más grandes de la historia conurbana en el predio conocido como el Campo Tongui, donde miles de familias de Ingeniero Budge y Villa Albertina, tomaron un terreno de 100 hectáreas. En la respuesta del gobierno nacional y provincial primó la represión y en la ausencia, aparecieron los grupos armados, la ilegalidad, la venta de terrenos. Judith huyó bajo amenazas. 

Ahora camina por un pasillo de árboles de 20 metros de altura, el sonido de fondo son las cotorras que van y vienen de los nidos. Se frena frente a “la guachera”, donde se cuida de los terneros recién nacidos, y habla sobre las razas que caminan por el campo: Aberdeen Angus, Jersey, Holando y Sueco Rojo; de las “vacas secas”, aquellas que están preñadas y reposan en un lote alejado sin ordeñarse en los últimos dos meses de gestación; habla de producción tambera y de construcción colectiva. “En la ciudad la lógica es la de ir a reclamar por tu pedazo de tierra. Acá somos una cooperativa; la tierra es colectiva, trabajamos por el colectivo”, defiende.

El monte se ve desde la ruta 74 y es la referencia de la llegada a la Colonia Ferrari. El nombre de estas tierras, tienen su propio peso histórico sobre los modelos de país que la atravesaron. “Colonia Recreativa Oscar Ferrari (y Angélica Florencia Areco de Ferrari)”, señala el cartel de alambre, deshilachado, al costado de la tranquera de ingreso. Pareciera una síntesis histórica del lugar y el paísFueron 4.500 hectáreas cedidas, en 1930, por Angélica Ferrari a la Sociedad de Beneficencia –una institución creada por el Estado en el siglo XIX para acciones de caridad–, en un principio a cargo de la congregación de las Hermanas de la Misericordia.

Durante el gobierno de Juan Domingo Perón pasaron al Ministerio de Bienestar Social y continuó con su función de espacio recreativo de verano para niños bajo el ámbito de la Fundación Evita. En la década de 1990, miles de hectáreas quedaron en manos privadas, las tierras estatales se redujeron a 2.900 y el casco del campo quedó abandonado. En 2005, fueron cedidas por el Ministerio de Desarrollo Social al Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) como centro de extensión. El Instituto utiliza hasta la actualidad las 2.500 hectáreas que no son parte del emprendimiento productivo.

Foto: Nicolás Pousthomis

Tierra para producir los alimentos propios

Angélica Mamani llegó en aquel noviembre de 2014 con sus hijas y su hijo más chico. Desde Esteban Echeverría (sur del conurbano bonaerense), donde militaba el plato de comida en el comedor “Los Sin Techo”. “Los compañeros me preguntaron si quería volver al campo. Yo venía de Bolivia, donde trabajaba en el campo con mis padres, tenía animales. Era un sueño volver al campo”, cuenta y recuerda con angustia los miedos y carencias de criar a sus hijos en la ciudad. “Empezamos de cero”, resalta. El casco de estancia estaba cubierto de pastizales y derruido: una escuela, un teatro, una iglesia, una cocina, dos pabellones y baños. Las tareas organizativas de los primeros tiempos fueron acondicionar los lugares comunes, pabellones, los baños y la escuela, que aún comparten y permanecen abiertos para visitas y jornadas de trabajo con la organización.

“Los primeros tiempos fueron modo MST”, grafica Bárbara Kaneko, en referencia al Movimiento Sin Tierra de Brasil y sus históricos asentamientos precarios que son parte de la política de recuperación de tierras. Como Grau, Bárbara se formó como ingeniera agrónoma y con la militancia conoció las experiencias del Mocase (Movimiento Campesino de Santiago del Estero) y del Movimiento Nacional Campesino e Indígena (MNCI).

El pabellón “12 de octubre”, con su nombre grabado en una antigua estructura colonial que años atrás albergó a los niños de las colonias de verano, fue el primer refugio para la vuelta al campo. Hoy es el galpón que contiene las herramientas de trabajo, un salón de eventos y tiene una habitación para quienes llegan a visitar o trabajar. Enfrente está la escuela, lugar de reunión y salón comedor de los primeros tiempos, y atrás el tambo, de donde llega el olor a suero –elemento que separan de la leche de en el proceso de producción de masa para muzarella–.

Entre la tranquera y el tambo, en el camino de monte, aparecen las casas. En ellas se ve el paso de los años de trabajo colectivo. Las más nuevas están hechas con material en seco, mientras que las primeras están levantadas, sobre un piso de cemento, con divisiones y techo de madera. Son casas de tres ambientes, a las primeras se les incorporó un módulo nuevo de cocina y baño; construido en seco por Vivienda Norte, cooperativa recuperada del Movimiento Evita.

Pero la marca más fuerte está en el trabajo con la tierra. «Nunca me voy a olvidar de cómo comenzamos, a ordeñar, a hacer el queso, el dulce de leche, con el tambito que teníamos con solo tres vacas”, repasa Angélica y recuerda cómo recuperó prácticas de su infancia para sembrar sus propios alimentos. Todas las familias cuentan alrededor de sus casas algunos surcos con hortalizas y animales, gallinas, chanchos, ovejas. “Mis hijos nunca habían puesto una semilla en la tierra. La primera vez que sembramos sandía mi hija decía: ‘voy a desayunar, merendar y cenar sandía'», se ríe.

Foto: Nicolás Pousthomis

Producción agroecológica, cuidado del ambiente y abastecimiento local

En lo colectivo, el primer paso fue poner a producir las tierras cercanas al casco. Fue un invernáculo para el cultivo de hortalizas, un corral de cría de pollos y una producción de pequeña escala –con las primeras vacas– de quesos y dulce de leche. Bárbara lo recuerda como “un sueño” por poder salir de lo aprendido en la facultad de agronomía, donde “la opción es asesorar campos y vender agrotóxicos”.

La producción del invernáculo era sin insumos químicos, con compost de materiales orgánicos del campo y la cama de guano de los pollos que criaban para carne. También llegaron a preparar biopreparados como el bocashi, abono que se produce a través de la fermentación de residuos orgánicos. “Si se hace un manejo con biodiversidad, con recambio de cultivos, las plantas están sanas. La agroecología es la adaptación de lo que tenés a mano. Los excedentes de la huerta iban al compost o se los dábamos a los chanchos. Si diversificás la producción los excedentes sirven para otros sectores”, repasa Bárbara, que llegó desde la ciudad para instalarse en la colonia en 2016, pero traía en sus genes la herencia de su familia floricultora.

Las hortalizas se comercializaban en bolsones agroecológicos junto a los pollos, quesos y dulces. No fue solo el inicio del contacto con el trabajo de la tierra y un ingreso de subsistencia sino una conexión con el pueblo de Las Armas, de solo 500 habitantes, y con la ciudad cabecera del partido Maipú, de 10.000 habitantes.

«Cuando llegamos éramos ‘los ocupas’, los que veníamos a hacer una villa en el campo. En Maipú nos paraba la Policía y nos pedía los documentos. ‘Vos no sos de acá’, nos decían. El cambio con la gente del pueblo fue cuando comenzamos a llevar los alimentos; cuando la gente vio que estábamos trabajando la tierra y no éramos los vagos que les vendían por la tele», contrapone Bárbara y asegura: «Producir para lo local es la clave de la vuelta al campo”.

“El abastecimiento en la experiencia que tuvimos con la huerta agroecológica, además de las ventajas de consumir alimentos más sanos, era que nos la sacaban de las manos. Las frutas y verduras que llegan a Las Armas o Maipú vienen del mercado de Mar del Plata o del Mercado Central de Buenos Aires, viajan kilómetros y acá rodeados de campo no pueden acceder a buena verdura”, señala Bárbara Kaneko.

Foto: Nicolás Pousthomis

Para traducir en cifras la experiencia: un informe de la ahora desintegrada Dirección Nacional de Agroecología –que se creó y funcionó con mínimos recursos durante la gestión de Alberto Fernández– a las cantidades y los valores promedio de rendimiento de producciones agroecológicas a nivel nacional, se precisa una superficie de 196 hectáreas para abastecer una población de 1000 habitantes, de acuerdo los valores de la dieta diaria propuesta por la Guía Alimentaria Nacional.

“Nos decías que no se podía, que acá no se puede”, recuerda Judith Ramoa mientras recorre el campo, señala la estructura donde estaba el invernadero de hortalizas. Lo mismo les dicen sobre el tambo, sobre la imposibilidad de hacerlo en una zona que no es parte de la cuenca lechera de Buenos Aires.

En la escuelita, frente al tambo fábrica, cuelga de la pared una vieja insignia del Ministerio de Bienestar Social y, a su lado, como síntesis de la transformación, el certificado de inscripción al Registro de Productores Agroecológicos de la provincia de Buenos Aires. Los productos lácteos de la Colonia Ferrari cuentan también con ese agregado, la producción sin agrotóxicos de las hectáreas de pastura que comenzaron a trabajar tras la cesión de tierras, además de un manejo regenerativo del suelo.

“Los suelos con buena aptitud agrícola son pocas en relación a la superficie total; serán 30 hectáreas de las 270 hectáreas, sacando el casco”, sincera Emiliano Pérez, ingeniero agrónomo de Colonia Ferrari sobre las tierras cedidas. Sin embargo le hacen frente: las mejores lomadas del terreno se trabajan divididas por lotes para dar descanso y se cultivan pasturas de invierno y verano: raigrás, trébol blanco, avena, sorgo. Para el control de las llamadas “malezas” se reemplazó el glifosato por control mecánico y el pastoreo, aunque se continúan haciendo trabajos de labranza tradicional. “Es un momento de estabilización y lo que no queremos, en principio, es envenenarnos”, explica el ingeniero que vive en Maipú y asiste a la cooperativa.

Para evitar el uso de fertilizantes y agroquímicos –elementos de impacto directo para el daño ambiental–, el manejo agroecológico de las pasturas en la colonia se acompaña con la búsqueda de una genética adaptada a las condiciones de la cuenca del Salado; con cruzas más chicas, adaptadas a comer pasto y no granos, más rústicas y que dan menos litros de leche pero dan más sólidos totales. “No buscamos rendimientos máximos, buscamos minimizar los requerimientos externos. Vamos a producir hasta donde el suelo lo permita. Estamos en la carrera de mantener la biodiversidad, no de ganar el rendimiento a cualquier costo”, explica Emiliano.

Foto: Nicolás Pousthomis

La producción de pasturas con prácticas agroecológicas y regenerativas que se desarrolla en la colonia también es parte de un modelo que, a diferencia del que propone el engorde de animales a través de granos producidos bajo el modelo convencional con agroquímicos, puede “lograr un balance de carbono que revierta la emisión” de gases de efecto invernadero, sostiene Pérez. O sea, el gas metano que producen las vacas al metabolizar las pasturas se compensa con la captura de carbono que permite el manejo regenerativo del suelo y los verdeos.

Además de la huella de carbono –que mide también los consumos indirectos de combustibles—“infinitamente menor” por la no utilización de agroquímicos. “Esa es la importancia de que los pequeños productores y las colonias productivas que se desarrollan a lo largo del país incorporen este modelo, como también que se lo haga a gran escala”, valora Pérez.

Según el último informe sobre Cambio Climático elaborado por la Argentina, el 21,6 por ciento de la emisión de gases de efecto invernadero en el país provenía de la ganadería, en su mayor parte con sistemas de producción industriales; el 5,8 por ciento de la agricultura, bajo el modelo transgénico con paquete de agroquímicos y el 9,8 por ciento del desmonte de bosques, para la expansión de los monocultivos agrícolas o forestales.

Foto: Nicolás Pousthomis

Colonia Ferrari, una isla de arraigo frente a las políticas de expulsión

«Nuestros vecinos de los campos cercanos son puesteros aislados, una familia cada 1000 hectáreas de campos privados. Antes había escuelas, puestos de salud, almacenes de campo. Todo eso fue desapareciendo y el campo se despobló”, describe Judith sobre el entorno productivo. La situación se explica por el modelo productivo hegemónico, que dicta que en la “Cuenca del Salado” solo es rentable la producción de ganadería extensiva para cría, por la calidad de los suelos y del agua –salina–, pero también por las políticas públicas que abandonaron la vida en el campo.

El almacén más cercano a Colonia Ferrari es una estación de servicio ubicada sobre la Ruta 2, luego están los de Las Armas. Entre el pueblo y la colonia está la estructura de una escuela rural abandonada, y los niños y niñas que viven en la colonia tienen que viajar 20 kilómetros hasta el pueblo. A las 16 llegan hasta la tranquera de la colonia, bajan como un grupo unido de una combi que, algunos meses el año, deben pagar las familias; porque el Consejo Escolar descontinua el servicio. Rompen filas, van cada uno a su casa, dejan los guardapolvos y poco después están jugando juntos, otra vez, trepando a un árbol de mandarinas. Si alguien se accidenta o se sienta mal, hay que viajar hasta Maipú, a 50 kilómetros, para atenderse.

“Esa realidad va expulsando. ‘Mejor me consigo una changa y me quedo en el pueblo’”, repite Kaneko el pensamiento que se fue construyendo localmente y que escucha también como docente, ya que además de participar en la cooperativa da clases para adultos en Las Armas, mediante el Plan Fines, un espacio de educación que no existía para la gente del pueblo. Y que incluso funcionó en la antigua escuelita del casco de estancia para que integrantes de la cooperativa finalicen su educación.

A contramano de esa realidad expulsiva y convocada por el proyecto colectivo, Florencia Basilisco junto a su compañero Nicolás, decidieron sumarse a la cooperativa tras la pandemia y concretaron la vuelta al campo junto a sus cuatro hijos, luego de viajar varias veces desde Campana para participar voluntariamente. En el partido del norte bonaerense trabajaban como docentes y vivían en una casa de un solo ambiente.

Foto: Nicolás Pousthomis

En esta tierra encontró su lugar para ampliar la que en la ciudad era una pequeña huertita y aprendió nuevas labores, como la producción de quesos, dulce de leche, masa y ahora encargada de “la guachera”, o sea, al cuidado de los terneros. En los primeros días después de las pariciones carga las mamaderas con leche del tambo para alimentarlos en sus primeros, los protege de que no se les infecte el ombligo; luego permanece atenta a los “parámetros” que le indican problemas digestivos o respiratorios, arma las parcelas para que pastoreen.

«Elijo todos los días seguir viviendo acá. Tenemos nuestra casa, nuestro lugar de trabajo, la tranquilidad de que los chicos se crían juntos, juegan y viven libremente; de que producimos nuestro propio alimento. Es un cambio de vida. Lo lindo es trabajar colectivamente con otras familias, no pensar que uno está solo, sabiendo que con el individualismo no vamos a ningún lado. Son otras las riquezas”, valora Florencia, a pesar de las dificultades de reconstruir la vida lejos de la ciudad.

“Volver al campo, pensarse como campesinos no es sencillo si no creamos una política, una perspectiva de posibilidades, si no podemos mostrar que es un modelo de vida con producción, con trabajo, con dignidad. Si no es así, la gente de los barrios elige quedarse con el kiosco en la esquina”, analiza y bromea Ezequiel Grau.

En estos años en los que la Colonia Ferrari construyó un vínculo entre el campo y Las Armas, la ciudad más cercana, comenzó a revertir esa expulsión del campo generando mano de obra para servicios puntuales y hasta incorporó a las tareas del tambo a Sofía Martínez, hija de un puestero rural local cuya familia había sido parte de aquellos que se van a vivir al pueblo. Tres veces por semana ella vuelve al campo para la producción de masa para muzarella.

Como síntesis de la falta de políticas y modelo de tierras para pocos, en Colonia Ferrari marcan la gestión del presidente Mauricio Macri y del ex ministro de Agroindustria y ex titular de la Sociedad Rural, Miguel Etchevehere, como un periodo crítico. Al vaciamiento de las políticas públicas, que incluyó despidos en la Secretaría de Agricultura Familia –extinguida en estos tiempos de Javier Milei– , se le sumó la amenaza concreta del desalojo.

Foto: Nicolás Pousthomis

Un tambo para dar la discusión de una nueva ruralidad

“Esta es una etapa de avanzar en una producción rentable para quien hace el trabajo y para la cooperativa», define Bárbara. Habla del vuelco que vivieron a partir de 2021 con el financiamiento recibido del ex Ministerio de Desarrollo Social para poner en marcha el tambo. “Fue parte de una decisión política, la de conocer desde adentro y tener incidencia en un sector de la producción agropecuaria que tiene en sus manos nada menos que algo tan elemental como la leche”, completa Ezequiel en años en que los precios de los alimentos no dejan de subir y el consumo de leche por persona cae.

Aquella decisión fue motorizada por la victoria del gobierno del Frente de Todos, que tuvo al representante del Frente Agrario Evita Miguel Gómez como titular de la Secretaría de Agricultura Familiar y luego del ahora disuelto Instituto Nacional de Agricultura Familiar Campesina e Indígena (Inafci). La llegada de Milei a la Casa Rosada encuentra a la cooperativa con el tambo en marcha, pero con un desafío por delante debido a la falta de consolidación de políticas de largo plazo para los pequeños productores. “Tenemos que sostener la producción, demostrar que es posible crear un modelo de colonias agroecológicas como política pública”, confía Ezequiel.

El desafío no es menor. Las tierras cedidas no están en una cuenca lechera, con suelos y pasturas ideales para el modelo convencional, y las cifras del mercado indican cómo la producción lechera tiende a la concentración. Según datos del Observatorio de la Cadena Láctea Argentina (OCLA), entre 2023 y 2010, los tambos de menos de 2.000 litros de producción diaria redujeron a más de la mitad su importancia relativa en la producción de leche total y los tambos de más de 10.000 litros diarios de producción, multiplican por cinco su participación en la producción.

A escala humana, Judith, Angélica y su hijo Omar insisten y trabajan en el segundo ordeñe del día. Lo que hay en el corazón del casco histórico de la colonia es un “tambo fábrica” para la producción de masa para muzarella, un subproducto de la leche que permite conservar la producción hasta una semana o quince días hasta la entrega para la elaboración final, que la colonia trabaja en asociación con La Rambla, una pyme láctea de Mar del Plata.

Foto: Nicolás Pousthomis

“¡Maaando!”, grita Angélica y abre la tranquera del corral. Omar recibe a las vacas y coloca las pezoneras mecanizadas, luego tira de poleas para que caiga alimento para los animales. Cuando alguna se niega a entrar, Omar se acerca, pide que se hable bajo y se queda a su lado. Judith va y viene entre la zona de ordeñe y la sala de producción. Lo que los separa es una pared, a través de la que viaja la leche por cañerías hasta caer en una olla de 300 litros; donde la leche se caliente y se le agrega “cuajo”, que permite coagular la caseína (proteína de la leche) y separarla del suero.

De la olla pasa una bacha donde se amasa y se obtiene el bloque final que queda en la cámara de refrigeración. En la misma sala también cuentan con una paila para producir dulce de leche y una prensa para quesos; que se producen con la misma masa. Judith confía en poder montar una sala de elaboración propia de muzarella y quesos en el otro pabellón del viejo caso, el “San Martín”, donde se mantiene la estructura de la antigua cocina. Por ahora, la sala de tambo fábrica luce como un laboratorio, azulejado y brillante por la limpieza y el acero inoxidable.

“En febrero de 2021 compramos las primeras diez vacas; hoy tenemos 60. En invierno ordeñamos 25 por turno; durante el verano, con más pasturas para alimentarlas, pueden ser hasta 40 por turno. La producción es de entre 250 a 400 litros de leche por cada turno, que se transforman en entre 25 o 30 kilos de masa”, repasa Judith; mientras Angélica le pase un mate y apoya el termo en el “pesebre”, una estructura de madera, donde ordeñaban las primeras vacas, a mano, hace diez años.

El respaldo estatal les permitió mecanizar el tambo fábrica y avanzar en su habilitación, para lo que necesitaron inversiones como la de una bomba de ósmosis inversa que desaliniza el agua de pozo que brota en esta zona. Tras la cesión de tierras por parte de la ABE, también avanzaron en la construcción de un segundo tambo; ubicado sobre la ruta 74, a unos 500 metros del casco del campo.

Foto: Nicolás Pousthomis

Allí esperan cumplir con el objetivo de procesar la leche fluida en el predio y que salga desde allí pasteurizada, homogenizada y ensachetada rumbo a las góndolas. «Nosotros queremos entregar leche de calidad”, dice Judith, esperanzada del próximo paso a dar por la cooperativa, para el que ya cuentan con un acuerdo con la Municipalidad de Mar Chiquita –municipio vecino– para abastecer con 500 litros semanales.

El segundo tambo cuenta con una sala de procesamiento con capacidad para envasar 500 litros por hora y una capacidad de almacenamiento de hasta 5.000 litros; lo que permite pensar en asociarse con pequeños productores tamberos de la zona. El primer paso de esa asociación más amplia sucede de hecho, mientras se terminan de dar los últimos pasos para la habilitación de la sala de procesamiento, ya está en marcha la sala de ordeñe de seis bajadas con la que cuentan allí y está siendo trabajada por una familia tambera que había sido expulsada de las tierras que trabajaba por los altos precios del alquiler.

Una experiencia asociativa entre varios productores tamberos se inauguró en julio en el partido Leandro N. Alem, en el norte provincial, zona lechera como las limítrofes Córdoba y Santa Fe. La sala procesadora fue inaugurada por el gobernador Axel Kicillof y el ministro de Desarrollo Agrario, Javier Rodríguez, y fue impulsada por la Cooperativa de Servicios Rurales para Productores de Leandro N. Alem, que integra junto a la Cooperativa Colonia Ferrari y otras, la Federación AgroBA del Frente Agrario Evita, por lo que la comercialización también se hará bajo la marca “Matria”.

Foto: Nicolás Pousthomis

El nombre surgió en Colonia Ferrari, cuando se hicieron los primeros ensayos de producción de leche fluida. «Hablar de la ‘Matria’ tiene un gran significado para nosotras”, dice Angélica junto a Judith, ambas madres que lucharon por conseguir la tierra donde viven con sus hijos. ”Todo viene de una madre, de la madre tierra obtenemos todo. Si trabajamos la tierra, tenemos todo”, destaca.

A la espera de la inauguración del segundo tambo, que cuenta con una zona de ordeñe mecanizada para seis animales (lo que implicó la creación de una normativa particular por parte la Dirección de Lechería bonaerenses para fomentar este modelo de tambos de pequeña escala), la muzarella Matria se comercializa en Las Armas, Maipú y a través de la red de organizaciones que integran la rama agraria de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP).

“Podemos trabajar en estas escalas y hacer proyectos de abastecimiento local que permita poner un producto de los pequeños productores en las góndolas y salir de la mirada de subsistencia que la política mantuvo con el sector. Tenemos más desventajas, porque no hay políticas públicas, porque empresas como La Serenísima procesan millones de litros de leche por día, y es una empresa de logística, cuya concentración hace eficiente sus costos; pero somos cabeza dura, creemos en una construcción organizativa y política, en el encuentro con otros productores y organizaciones”, propone Ezequiel Grau.

Foto: Nicolás Pousthomis

*Este artículo es parte de un proyecto realizado con el apoyo de Fundación Friedrich Ebert.

Publicado originalmente en Agencia Tierra Viva

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