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Antonio Turok por Marco Antonio Cruz, en la presentación de La rebelión y el festejo

Marco Antonio Cruz

Ciudad de México. Me une a Antonio Turok una profunda amistad de tantos años que no recuerdo el momento justo en que nos conocimos. A lo largo del tiempo compartimos momentos valiosos, el festejo, la pasión por la fotografía y el compromiso por documentar alegrías y tragedias.

Se menciona que un fotógrafo sin suerte no es un buen fotógrafo, y es bien cierto. En ese sentido Turok es un fotógrafo afortunado que a donde va, algo sucede, da la impresión que los momentos de la historia se colocan justo frente a sus ojos o que la historia lo sigue. De lo contrario es uno de los principales sospechosos de los hechos.

La memoria colectiva es muy estricta, son contadas las imágenes que permanecen y que la gente se acuerde de ellas. Antonio ha logrado íconos que son parte de nuestra historia, uno de ellos es la fotografía de María Cartones con la que abre el presente libro, y sobre la que David Huerta escribe: “Para los ojos, para la imaginación y para la memoria, la foto de María Cartones ocupa un lugar cenital en el trabajo fotográfico de Antonio Turok: es el oscuro mediodía de su trabajo, de su obra. Esa vagabunda cósmica, esa mujer atormentada y grotesca, presencia sublime, lleva dentro de sí una historia de locura y violencia”.

Otra fotografía memorable es la del paisaje con eclipse, es una imagen realizada en un lugar donde no hay nada y gracias a un conjunto de factores cósmicos y terrenales la imagen brota por breves instantes y justo en el lugar se encuentra Antonio Turok para perpetuar ese instante tan único. La imagen es una clara evocación a Pedro Paramo de Juan Rulfo, lo que ejemplifica qué tan unida está la fotografía con la literatura, y es otra prueba sospechosa de que algo tiene que ver Turok con el fenómeno del eclipse, o como sabía lo que sucedería en el lugar donde no había nada.

A principios o mediados de la década de 1970, el joven Antonio Turok de 17 años de edad, acompaña a su hermana Martha, que es antropóloga, a Chiapas. De inmediato se siente atraído por la magia de Los Altos y decide que es el lugar para vivir. Es el inicio de su trabajo fotográfico que forma el cuerpo del presente libro.

Si el fotógrafo Hans Gutmann, de origen alemán -que llega a México en 1939- llega a ser para todos “Juan Guzmán” y para los muy queridos “Juanito”,  Turok en las comunidades tsotsiles es conocido como Tuluk, que en maya es guajolote. Con esa mágica identidad emplumada es aceptado y le permite retratar en el corazón de los olvidados por todos.

En esos tiempos el joven Tuluk o guajolote, comparte vivienda con el fotógrafo José Ángel Rodríguez en una antigua casa en San Cristóbal de las Casas, donde instalan un laboratorio fotográfico, tal vez el único de esas características en la región. Ahí desbordan, revelando e imprimiendo, la pasión por la fotografía. Se cuenta que las fiestas eran asunto de todos los días y para evitar cualquier accidente con los materiales fotosensibles, colocaron en toda la casa focos pintados de rojo que permitían que el laboratorio estuviera con las puertas abiertas, así los invitados entraban o salían cuando quisieran sin perder el ritmo de la fiesta, aparte de mantener el estilo propio de antro.

Nacho López mencionaba que la vida de un fotógrafo se encuentra dividida en miles de fracciones de segundo, cada fracción es un disparo de la cámara fotográfica, una imagen, una experiencia única. La suma de fracciones son las que forman y dan madurez al autor, y en este sentido el libro que La fiesta y la Rebelión, es el mosaico de imágenes conformado por las fracciones de segundo capturados por Turok a lo largo de su vida, su testimonio de hechos y situaciones, algunos insólitos que van desde la defensa de la Nicaragua libertaria, la guerra en El Salvador, el levantamiento insurgente en Chiapas, los combates de la APPO en Oaxaca, la frontera de México con los Estados Unidos, la caída de las Torres Gemelas en Nueva York, o las protestas en contra Trump en los Estados Unidos, con lo que se confirma la presencia de Turok como un fiel cronista de nuestro tiempo.

Para la memoria visual, para la actual y futuras generaciones, es de enorme importancia el libro fotográfico como testimonio impreso que contrarresta la lluvia incesante de imágenes en la web que no aportan y que en cuestión de segundos o minutos nadie se acuerda ellas. El libro es inamovible, es un documento invaluable que resguarda la mirada y compromiso del autor con su tiempo y la historia.

Celebro que Ediciones Era, con la guía de Marcelo Uribe, edite el presente libro y espero apueste por la edición de más libros de fotografía de autores tan relevantes de México en beneficio de todos.

Cuando le pregunté a Turok el por qué del titulo del libro, su respuesta fue que toda rebelión es un festejo. Pues que así sea. A festejar todos siempre insurrectos.

* Texto leído por el fotógrafo Marco Antonio Cruz en la presentación del libro La fiesta y la rebelión, de Antonio Turok, con el sello de Ediciones ERA, el 24 de febrero en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería.

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